Columna

Kautilya en la Casa Blanca

Con su plurilateralismo, la India de Modi pretende mantener excelentes relaciones a la vez con Moscú y con Washington

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y el primer ministro de la India, Narendra Modi, en la Casa Blanca en Washington, Estados Unidos, este viernes.EVELYN HOCKSTEIN (REUTERS)

Entre la paz y la guerra, Kautilya escoge la paz. Entre la alianza fiable y el doble juego, Kautilya escoge el doble juego. El consejero del príncipe lo tiene claro: la política es firmar tratados y luego violarlos a conveniencia. Como un Maquiavelo o un Clausewitz en versión hindú, Kautilya escribió el Artashastra o tratado de la política, inspirador del actual Gobierno nacionalista de India. Así lo ha explicado su ministro de Exteriores, Subrahmanyam Jaishankar en su libro La vía india, manual de un pluril...

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Entre la paz y la guerra, Kautilya escoge la paz. Entre la alianza fiable y el doble juego, Kautilya escoge el doble juego. El consejero del príncipe lo tiene claro: la política es firmar tratados y luego violarlos a conveniencia. Como un Maquiavelo o un Clausewitz en versión hindú, Kautilya escribió el Artashastra o tratado de la política, inspirador del actual Gobierno nacionalista de India. Así lo ha explicado su ministro de Exteriores, Subrahmanyam Jaishankar en su libro La vía india, manual de un plurilateralismo que permite mantener excelentes relaciones a la vez con Moscú y con Washington y ofrecerse como alternativa a la polarización de una nueva guerra fría.

No es solo el primer ministro Narendra Modi quien sigue los consejos de la sabiduría ancestral. Suena bien a oídos de los congresistas cuando declara que Estados Unidos es su socio indispensable, aunque se asemeje a la amistad sin límites declarada por Xi Jinping a Vladímir Putin. En el mundo nuevo que está naciendo hay pocos amigos y aliados, una condición que se reserva acaso para los escasos países que se aferran a su renuncia a la guerra en favor de la regla de juego, como sucede con la Unión Europea. Solo queda espacio para la correlación de fuerzas, en la que los vasallos se someten a la ley de hierro enunciada por Tucídides en tiempos tan remotos como los de Kautilya: “Los fuertes hacen lo que pueden y los débiles lo que deben”.

Quien se cree fuerte y se demuestra débil, como Putin, terminará haciendo lo que debe a las órdenes de China. De momento solo le queda un verdadero vasallo, Aleksander Lukashenko, el déspota de Bielorrusia que necesita su protección para evitar ser derrocado. Por sus tierras pasan las tropas rusas, se disparan misiles contra Ucrania y ahora se instalan cohetes nucleares. También se debilita el vasallaje de los otros socios de la nebulosa Comunidad de Estados Independientes que pretendió heredar a la Unión Soviética, de forma que las repúblicas centroasiáticas toman distancias de Moscú y buscan la protección de Pekín.

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Putin no tiene amigos ni aliados. No lo son quienes se declaran como tales. La amistad sin límites de China se compone de muchos límites y de escasa o nula amistad. China fue el socio menor de la Rusia soviética en plena expansión durante el siglo XX y ahora en el XXI es el socio mayor de la Rusia que se encoge. Le interesan los negocios que pueda hacer con ella y el campo de pruebas donde observa el comportamiento de Estados Unidos ante unas pulsiones expansionistas que también le pertenecen. No se olvida de la Siberia ahora rusa que fue suya, centenares de miles de kilómetros cuadrados sustraídos por el zarismo al imperio Qing, gracias a uno de los tratados desiguales con los que los europeos expoliaron y dominaron a China. Rusia es el último imperio europeo y el primero que lleva camino de convertirse en vasallo de China.

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