Sigue la fiesta democrática

A regañadientes, la extrema derecha derrotada ha reconocido el resultado electoral, tanto en Brasil como en Estados Unidos

El expresidente Donald Trump tras anunciar su candidatura a la presidencia en 2024.JONATHAN ERNST (REUTERS)

Para Trump nunca fue una fiesta, sino una timba, una historia de jugadores tramposos y perdedores que derriban la mesa si no ganan; un garito con derecho de admisión, como en sus casinos, donde los tahúres conciertan las apuestas y dividen los beneficios a costa de los perdedores de siempre. Es difícil saber cómo sucedió el percance, hasta llegar a poner en peligro la democracia ante la complaciente sonrisa de Putin y Xi Jinping. Y si hay que remontarse a Ronald Reagan para explicar los remotos orígenes de la instalación de este payaso mentiroso en la Casa Blanca.

La cuestión es que ...

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Para Trump nunca fue una fiesta, sino una timba, una historia de jugadores tramposos y perdedores que derriban la mesa si no ganan; un garito con derecho de admisión, como en sus casinos, donde los tahúres conciertan las apuestas y dividen los beneficios a costa de los perdedores de siempre. Es difícil saber cómo sucedió el percance, hasta llegar a poner en peligro la democracia ante la complaciente sonrisa de Putin y Xi Jinping. Y si hay que remontarse a Ronald Reagan para explicar los remotos orígenes de la instalación de este payaso mentiroso en la Casa Blanca.

La cuestión es que lo consiguió en 2016, con tres millones de votos menos que Hillary Clinton, gracias a la legislación electoral, pero fracasó en 2020, cuando Biden le superó en siete millones de sufragios. Se convirtió en un loser, un perdedor, el peor insulto para su peculiar sentido del honor, y no se conformó con el resultado. Quiso hacer trampas, impedir luego el recuento, y promover incluso un asalto sedicioso del Congreso.

Ahora ha anunciado que aspira de nuevo a la presidencia y con su decisión avala inadvertidamente el resultado de las anteriores elecciones, las presidenciales en las que perdió y las de mitad de mandato en las que son precisamente sus candidatos los que también han perdido. Su émulo y admirador, Jair Bolsonaro, se le adelantó en el gesto. A regañadientes encajó más que aceptó el veredicto electoral, aunque está por ver si no seguirá los pasos de Trump el día en que Lula tome posesión. Idéntico camino han tomado casi todos los candidatos trumpistas, los deniers o negacionistas que todavía ven a Biden como un presidente ilegítimo pero han reconocido sus respectivas derrotas.

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No es la única ironía que acompaña a esos magníficos artefactos que son las urnas, tan erráticas y aguafiestas. Gracias a Trump no hubo el temido tsunami republicano ni subió un peldaño en su segunda ascensión a la presidencia. Esta vez no le será tan fácil vencer en las primarias republicanas, y, si lo consigue, no podrá contar con gobernadores ni altos cargos cómplices que le echen una mano en la manipulación de los recuentos estatales, puesto que los candidatos trumpistas han perdido las elecciones. Entretanto, deberá someterse al escrutinio de un nuevo fiscal especial, Jack Smith, un prestigioso juez del Tribunal Especial encargado de los crímenes de guerra en Kosovo, que le investigará por su papel en el violento tumulto del 6 de enero de 2021 y por llevarse documentos confidenciales de la Casa Blanca.

Aunque cabizbaja, la extrema derecha negacionista ha dado su aval a la democracia de Estados Unidos y también a la autoridad presidencial de Joe Biden, después de haberlo hecho con la democracia brasileña y la legitimidad de Lula. Derrotada la timba trumpista, parece que regresa la fiesta de la democracia. A Putin y a Xi Jinping se les ha quebrado la sonrisa.

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