Columna

¿Qué hacer?

Me hallaba comiendo en dos restaurantes distintos, con dos personas diferentes, pero el mismo día y a la misma hora

Mesas a ras de suelo en un restaurante japonés de Madrid.

Estaba comiendo con un amigo en un restaurante japonés cuando me manché la camisa con una gota de salsa de soja, de modo que bajé al baño para limpiármela antes de que se secara, y al subir aparecí en otro restaurante, asturiano ahora, donde me esperaba un colega con el que por lo visto también había quedado. Me hallaba comiendo, en fin, en dos restaurantes distintos, con dos personas diferentes, pero el mismo día y a la misma hora. Por alguna anomalía inexplicable, aquellas dos dimensiones paralelas de la realidad se habían cruzado provocando una situación insólita. Le conté la experiencia a ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Estaba comiendo con un amigo en un restaurante japonés cuando me manché la camisa con una gota de salsa de soja, de modo que bajé al baño para limpiármela antes de que se secara, y al subir aparecí en otro restaurante, asturiano ahora, donde me esperaba un colega con el que por lo visto también había quedado. Me hallaba comiendo, en fin, en dos restaurantes distintos, con dos personas diferentes, pero el mismo día y a la misma hora. Por alguna anomalía inexplicable, aquellas dos dimensiones paralelas de la realidad se habían cruzado provocando una situación insólita. Le conté la experiencia a mi amigo como si me la hubiera imaginado, para no dar la impresión de que me había vuelto loco, y dijo que eso de estar en dos sitios a la vez era normal en el mundo subatómico.

Zanjada la cuestión, continuamos hablando de nuestras vidas, aunque yo no dejaba de darle vueltas al asunto. En el segundo plato, cuando ya habíamos dado cuenta de una botella de vino, mi amigo preguntó con quién estaba comiendo en el restaurante japonés. Le dije que con Paco, al que también él conocía. “Anda un poco deprimido”, añadí, “por problemas económicos y de salud”. “De Paco”, me advirtió entonces mi amigo, “no hay que fiarse, se queja de todo y es un sablista; me debe dinero desde hace dos años. Cuídate de él”.

Me pareció mal que hablara así de un amigo común. Pedimos otra botella de vino y, cuanto más bebía, más agresivo se ponía. La agresividad me da náuseas, de modo que me disculpé y bajé al baño para vomitar. Al subir, volví a encontrarme en el restaurante japonés, donde continué comiendo con Paco, que es un tipo triste, de acuerdo, pero buena persona. Invité yo, porque sé que no le va bien con la tienda de marroquinería que heredó de su padre. Lo que no esperaba es que me pidiera un préstamo. Le dije que sí, ¿qué iba a hacer?

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Sobre la firma

Más información

Archivado En