Un acuerdo forzado para la izquierda francesa

El éxito de los insumisos generará dolorosas bajas dentro del Partido Socialista; muchos de sus antiguos dirigentes lo abandonarán y se refugiarán en el movimiento de Macron, o bien en la búsqueda de un nuevo conjunto político

Jean-Luc Mélenchon pronuncia un discurso en la Plaza de la República, en París, el pasado 1 de mayo.THOMAS COEX (AFP)

Cuatrocientos mil votos distanciaban a Jean-Luc Mélenchon, líder de Francia Insumisa, de Marine Le Pen, candidata de la ultraderecha en las presidenciales del 10 de abril pasado. Mélenchon estaba convencido de su potencial para ganar la contienda, aprovechando la di...

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Cuatrocientos mil votos distanciaban a Jean-Luc Mélenchon, líder de Francia Insumisa, de Marine Le Pen, candidata de la ultraderecha en las presidenciales del 10 de abril pasado. Mélenchon estaba convencido de su potencial para ganar la contienda, aprovechando la dinámica de izquierda que había creado a lo largo de años de militancia en una sociedad francesa hastiada de estar comprimida entre el centrismo de Emmanuel Macron y el extremismo lepenista. Aunque no pudo realizar su sueño, sus partidarios lo elevaran a candidato natural al puesto de “primer ministro” la misma noche de la proclamación de los resultados electorales. En realidad, solo hay una (pequeña) posibilidad de ganar las legislativas de este junio, pero sí que el respaldo obtenido le permitiría aglutinar a las fuerzas de izquierda en torno de la hegemonía de Francia Insumisa. Haciendo gala de un verdadero compendio de fórmulas diplomáticas y de creatividad semántica, los negociadores “insumisos” han llegado a reunir en un mismo programa a los comunistas, los verdes y, como guinda, a los hermanos enemigos socialistas. Ese compromiso tuvo lugar precisamente el 3 de mayo, aniversario del acuerdo de 1936 que vio nacer al Frente Popular, un símbolo en el imaginario de las izquierdas francesas.

Pero incluso si el Consejo Nacional del Partido Socialista rechaza finalmente este acuerdo, es un importante impulso que recompone una izquierda severamente fracturada desde años, y que concurrirá bajo el nombre de Nueva Unión Popular Ecológica y Social. Matemáticamente, salvo si se puede movilizar a los 13 millones de abstencionistas, parece difícil ganar (se necesita una mayoría de 289 diputados sobre 577), pero políticamente será de todos modos una victoria innegable para Mélenchon. Su partido podrá liderar en la nueva Asamblea Nacional una oposición frontal, en la medida en que el resto de las fuerzas aliadas quedarán condicionadas por el programa recién adoptado, ampliamente apoyado por la mayoría del electorado de izquierda. El acuerdo es también electoralmente muy rentable para ellos, porque la proyección legislativa de sus resultados en las presidenciales es pésima ―el mismo Partido Socialista (1,75% para Anne Hidalgo) se podría quedar por debajo del umbral de los 15 diputados necesarios para formar un grupo parlamentario autónomo―.

A largo plazo, Mélenchon aspira posiblemente, a la manera de François Mitterrand en el pasado, volver a ser en las presidenciales de 2027 el candidato único de la izquierda. Propósito realizable, pese a su edad. Hay precedentes muy admirados: Georges Clémenceau, ganador de la guerra de 1914, Charles de Gaulle y otros.

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Mientras tanto, el éxito de los insumisos generará otras dolorosas bajas dentro del Partido Socialista; muchos de sus antiguos dirigentes anti-melenchonistas lo abandonarán y se refugiarán bien en los márgenes del movimiento de Emmanuel Macron, o bien en la búsqueda de un nuevo conjunto político, social liberal y demócrata. Porque ni hoy ni dentro de mucho tiempo encontrarán espacio político entre los tres grandes polos ―Macron, Le Pen, Mélenchon― que configuran ahora la vida política francesa.

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