Un hombre

La filosofía no enseña a pensar autónomamente, sino que quienes piensan con autonomía suelen acabar haciendo eso que llamamos filosofar

Antonio Escohotado, en una imagen de archivo.Domenech Castelló (EFE)

Supongo que en la vida de cualquier hombre, sea célebre o irrelevante para el público, se condensa la totalidad del destino humano. Todos transitamos de la ignorancia a unos pocos saberes, todos tenemos ocasión de llorar y reír, todos experimentamos apegos y aversiones, todos sufrimos, todos conocemos el deleite, todos llegamos precipitadamente a la sorpresa de la muerte. Algunos casos, sin embargo, parecen más conscientes de esa aventura común: eligen el destino de reflexionar sobre nuestro destino. Quizá la palabra “elegir” no sea apropiada, quizá se trate más bien de una necesidad o una obs...

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Supongo que en la vida de cualquier hombre, sea célebre o irrelevante para el público, se condensa la totalidad del destino humano. Todos transitamos de la ignorancia a unos pocos saberes, todos tenemos ocasión de llorar y reír, todos experimentamos apegos y aversiones, todos sufrimos, todos conocemos el deleite, todos llegamos precipitadamente a la sorpresa de la muerte. Algunos casos, sin embargo, parecen más conscientes de esa aventura común: eligen el destino de reflexionar sobre nuestro destino. Quizá la palabra “elegir” no sea apropiada, quizá se trate más bien de una necesidad o una obsesión. Es tradicional en la cultura grecolatina llamarles filósofos y soportar su parloteo (suelen ser inquisitivos y discurseadores) con una mezcla de ironía, soterrado menosprecio y a veces exasperada veneración. En contra de lo que dicen los ingenuos, la filosofía no enseña a pensar autónomamente, sino que quienes piensan con autonomía suelen acabar haciendo eso que llamamos filosofar. Es una conducta difícil de ajustar a los planes de estudio y al mercado laboral.

A Antonio Escohotado le conocí hace más de 50 años y ya filosofaba, cuando apenas sospechábamos qué era eso. También se dedicaba a otras cosas que yo le envidiaba más, como su éxito con las mujeres. Me enseñó que de la piel hacia adentro nadie puede mandar en nosotros, aunque tantos lo pretenden, y que hay una embriaguez sobria que Séneca recomendó porque alivia la melancolía de existir y nos dispone a tareas creativas. Rebatió a los engañabobos —¡muchos!— que predican el pensamiento crítico para confundirlo con la vulgata anticapitalista, a los liróforos de lo trans reñidos con la biología, a las mujeres enfurecidas contra quienes no lo son, a los supersticiosos del orden y del desorden. Murió en Ibiza, el domingo pasado.

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