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Regreso aquí, de donde no me he ido, quizás para acercarme a un sitio donde estemos solos pero menos rotos

Varias personas en los balcones de un edificio de Barcelona, durante el confinamiento de abril de 2020.Albert García

¿Cómo se vuelve a un sitio del que una no se ha ido? Me fui de aquí sin irme, hace dos años, para escribir una columna en El País Semanal. Desde entonces, parece haber sucedido una sola cosa: la pandemia. En todo este tiempo no caí, no me destruí a mí misma. Una sola vez, cuando hablé por teléfono con mi padre y me dijo “estás triste, querida”, lloré. Apenas. No porque estuviera triste, sino porque mi padre nunca me dice “querid...

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¿Cómo se vuelve a un sitio del que una no se ha ido? Me fui de aquí sin irme, hace dos años, para escribir una columna en El País Semanal. Desde entonces, parece haber sucedido una sola cosa: la pandemia. En todo este tiempo no caí, no me destruí a mí misma. Una sola vez, cuando hablé por teléfono con mi padre y me dijo “estás triste, querida”, lloré. Apenas. No porque estuviera triste, sino porque mi padre nunca me dice “querida” y esa palabra me pareció un anuncio de lo que iba a venir: una vida deforme, descolocada. En estos meses crucé una sola vez fronteras en un viaje que no me llevó a otro país sino a otro mundo, un sitio donde nadie usaba barbijo, donde todos parecían eufóricos. Por lo demás, sigo en el mismo departamento de Buenos Aires con vista a un balcón repleto de cactus. Ese paisaje, que era mi reposo, es ahora el que contemplo a diario y ha perdido un poco de interés. Hago paseos desconsiderados por la ciudad buscando cosas nuevas, pero me falta casi todo: las calles y los amigos de Madrid, de Santiago de Chile, de Bogotá. Me dicen que debo ser agradecida porque estoy mejor que muchos. Desde la tierra de los eternos destemplados me pregunto si eso es verdad. Escucho amigos que aseguran estar bien porque su trabajo consiste en encerrarse y escribir, de modo que esto no fue tan diferente. Para mí lo fue, lo es: ese mundo que me tenía harta —viajes, hoteles, ferias, congresos, aviones— proveía riesgo e improvisación. Ahora, el máximo desafío consiste en decidir si se acepta, o no, una reunión por Zoom. Me he preguntado, a lo largo de esta larga noche, cuántos de los que están ahí afuera se harán esas preguntas: ¿qué soy, cómo se vive ahora? Escribo esto bajo un cielo filoso como un buen presagio. Vuelvo aquí, de donde no me he ido, quizás para acercarme a un sitio donde estemos solos pero menos rotos. Así se vuelve.

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