‘Momnesia’ o por qué sientes que tu cerebro no funciona igual después de ser madre
Tras tener un hijo, las madres tienen atención selectiva y sus recursos mentales se reorganizan para incluir nuevas parcelas que monitoricen todas aquellas tareas relacionadas con el cuidado del bebé. Los cambios en su cerebro son reales y se denomina matrescencia
En una cafetería del centro de Madrid, María (nombre ficticio) no encuentra la palabra con la que quiere describir el tipo de vida que lleva un conocido del que está hablando a su marido. La ha usado cientos de veces, pero ahora es incapaz de recordarla. “Es como sencillo, pero no es la palabra que busco. Tampoco es simple”, le dice a su pareja, que le asegura que entiende a lo que se refiere y que no hace falta que le siga dando vueltas. Pero María está frustrada. No entiende cómo no le viene a la cabeza esa palabra y se pregunta qué le pasa. Hace meses que siente que la cabeza no le va como solía, que no es ella misma, que una sensación de niebla mental le invade la mayor parte del día.
María, madrileña de 33 años, tiene un bebé de cinco meses. A estas alturas cree que ya tendría que haber superado el posparto y tras él, haber recuperado su antigua vida. Lo que no ha asumido es que eso no va a ocurrir nunca. Con su hijo nació una nueva María que, aunque ahora sienta que apenas tiene memoria, ha ganado muchas cosas. “Al convertirnos en madres, adquirimos la capacidad de aprender rápido y nos volvemos más empáticas y altruistas. También aumenta nuestra cognición social y afrontamos mejor las dificultades de la vida. Y toda esta astucia se queda con nosotras para siempre”, explica la psicóloga perinatal Diana Crego Cordón.
En su libro Neuromaternal (Ediciones B, 2024), la psicóloga y doctora en neurociencia Susana Carmona revela que el 80% de las madres acusan problemas de memoria y concentración. Esto se debe a que el embarazo prepara al cerebro de la mujer para afrontar los retos que le depara la maternidad. Y lo hace modificando la anatomía del cerebro con el objetivo de que pueda responder de forma prioritaria a las necesidades del bebé que está a punto de nacer. “Las regiones cerebrales que sustentan la representación reflexiva del yo, la empatía, el altruismo y la cognición social cambian profundamente con el embarazo”, apunta Carmona. “Las hormonas del embarazo son capaces de modificar las neuronas de la galinina del hipotálamo humano para que estas respondan de forma selectiva y persistente a los estímulos del bebé”. Tal y como apunta Carmona en su libro, la maternidad es una característica que interactúa con el resto de esferas que forman nuestro yo y nos redefine en cada una de ellas.
En febrero de 2017, la revista Nature Neuroscience publicó el estudio —El embarazo provoca cambios duraderos en la estructura del cerebro humano— que llevaron a cabo Susana Carmona, Elseline Hoekzema y Erika Barba durante más de una década. La primera investigación centrada en estudiar los cambios que sufre el cerebro de la mujer al convertirse en madre. A pesar de que todas las madres sabían que algo pasaba en su cabeza, en pleno 2017 no se había investigado nada sobre ello. En el estudio, que la revista Science incluyó entre los descubrimientos científicos más importantes de ese año, las tres investigadoras descubrieron que el embarazo y la maternidad dejan una huella imborrable en el cerebro de la mujer. Pero esto, como ya hemos adelantado, no es necesariamente malo. También que los cambios que se producen durante la maternidad son similares a los que se producen durante la adolescencia, ya que en ambos casos se atraviesan etapas de gran maduración y crecimiento. De ahí viene el término que en los años sesenta acuñó la antropóloga médica Dana Raphael: matrescencia.
“Gestar es un proceso metabólicamente demandante porque hay que aprender muchas cosas en tiempo récord”, apunta Carmona. Y añade: “Las madres aprendemos a entrenar nuestras funciones ejecutivas y esto nos confiere mejoras a nivel psicosocial. Regulamos y controlamos mejor las emociones y mejora nuestra capacidad de empatizar”. La neurocientífica asegura que una base de datos que ha comparado 12.000 mujeres madres con otras no madres muestra que el cerebro de las primeras se mantiene más joven a largo plazo y que el sistema inmune y hormonal se queda mejor. “Tiene mucho que ver el estilo de vida. La vida que lleva una madre suele ser más saludable, se cuida más la alimentación, se hacen más excursiones a la naturaleza con los niños…”, señala.
Diana Crego reconoce que, como le pasa a María, “frustra mucho ver que pasa el posparto temprano y que seguimos sin ser las mismas de antes”. La privación del sueño, la carga mental, la falta de redes de apoyo y el estado de la salud física y mental influyen porque “nuestro cerebro tiene un límite” y se centra en lo prioritario: el bebé. “Por eso las mamás, aunque sientan que son como Dori [el pez sin memoria de la película Buscando a Nemo], son unas cracks en todo lo relacionado con el cuidado de su bebé. El cerebro ya no funciona igual, pero va a lo prioritario y en eso es infalible”, matiza la psicóloga perinatal.
Como Carmona apunta en Neuromaternal, es hora de redefinir el término momnesia (que recalca los supuestos déficits que sufren las madres solo por ser madres) y rebautizarlo como matrescencia, un nombre que abarca mejor lo bueno y lo no tan bueno de la maternidad sin centrarse únicamente en las carencias cognitivas.
Sí, es cierto que la atención se vuelve selectiva y que los recursos mentales se reorganizan para incluir nuevas parcelas que monitoricen el largo etcétera de tareas relacionadas con el cuidado del bebé. Por eso, María ha tardado tres horas en recordar que la palabra que buscaba en la cafetería era austero y, sin embargo, es capaz de cambiar un pañal en menos de un minuto mientras su hijo se revuelve. Además, esta madre se sabe de memoria el día y la hora de la revisión de los seis meses del niño y la fecha tope para pedir la beca de la Comunidad de Madrid para la escuela infantil. No, no se le ha quedado cabeza de chorlito. Lo que María tiene, como decían las tarjetas Someecards (y recuerda Carmona en Neuromaternal), es un cerebro que funciona como un navegador con 2.897 pestañas abiertas todo el rato.
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