Los últimos guardianes del envoltorio tradicional de papel que se resisten al plástico
Tenderos que hacen papiroflexia fina y empaquetan elegantemente desde embutidos, quesos a un pastel
Con el auge de los productos envasados, esta escena se ve cada vez menos: unas manos veloces guillotinan una amplia lámina de papel y envuelven con agilidad un pedazo de queso, un pastel, unas latas de mejillones en escabeche. El contenido queda perfectamente sellado bajo la tensión proporcionada por unos pliegues que poco distan de la papiroflexia más fina y el cliente se lleva un paquete la mar de estético, provisto de una cinta para cargarlo. Envolver de forma tradicional ha perdido la batalla contra el plástico.
“Desde los años noventa, envolver como lo hacemos nosotros ha ido desapareciendo”. Así lo afirma Joan Múrria, del Colmado Múrria (Barcelona), adquirido por su padre en 1943, pero fundado en 1898. Él lleva desde los 19 años trabajando en la tienda familiar que hoy se ha convertido también en un restaurante, y explica que en su caso lo envuelven todo: quesos, embutidos y botellas con papel parafinado (“que tiene las características ideales para conservar el producto y permitir la maduración del queso”), regalos con su papel decorado y cinta lazada y pedidos para enviar con papel de recadero o craft. “Aprendí a envolver en 1969 y al principio, como todo, costó, pero la práctica hace al maestro”.
Múrria, que solamente dispone de bolsas de papel en su establecimiento, donde no despachan sus homónimas de plástico, explica que envolver de la manera tradicional debería ser algo a recuperar. “Es una forma de evitar el uso masivo de plástico, que tiene un impacto ambiental muy negativo en el planeta, como estamos viendo. Hace 50 años, cuando no era tan común, los clientes venían con sus capazos, se envolvía en papel lo necesario y muchos envases, como las cajas metálicas de galletas o las botellas de cristal se retornaban. Tenemos que volver a estas prácticas, ahora más que nunca”. Asimismo, considera que envolver genera una relación más duradera con el cliente: “con ese esfuerzo extra estamos haciendo algo por él, poniendo un poco más de cariño en cada producto y haciendo que su queso se conserve mejor”.
En la pastelería La Duquesita (Madrid), los productos hojaldrados siguen se siguen envolviendo en papel. “Usamos bandejas tradicionales con su blonda correspondiente, y los envolvemos con papel y un lazo de grogrén”, explica Ana Vázquez, una de las tres socias de esta pastelería fundada en 1914 que vive una nueva etapa desde 2015, momento en el que reemplazaron por completo las bolsas de plástico por bolsas de papel de confección artesanal. Por lo que respecta a los pasteles, dadas las características más vanguardistas de las creaciones de Oriol Balaguer, que firma las recetas de la casa, han determinado que la mejor solución para asegurar la buena conservación durante el transporte de cada pieza eran las cajas de cartón. “Eso sí, en Navidad, a los roscones, que también van en caja, les hacemos un lazo para que los clientes puedan asirse de él y transportarlo de esta forma. Nos parece una gran manera de comunicar a pie de calle una fecha y un producto tradicional”.
En días señalados, pero también en cualquier tarde, es común ver cómo flotan, en manos de los transeúntes de los alrededores de la Plaça de l’Àngel, unos bonitos paquetes forrados de un papel con hexágonos naranjas y marrones. Contienen las pastas, bombones y pasteles de La Colmena (Barcelona), fundada en 1849. Sílvia Roig, encargada de la pastelería e hija del propietario, explica que son ocho los tipos de envoltorio que practican, uno para cada tipología de producto: “para pastas como el croissant, hacemos el típico cierre de panadería, donde quedan unos pequeños cuernos a lado y lado, si es para comer al momento y, si no, lo cerramos bien. Las pastas de té y los pastelitos individuales se colocan en bandejas sobre las que disponemos tres tiras de cartón para darle altura al paquete y evitar que nada se aplaste. Se envuelve con papel y se ata con cordel de cinta vegetal de modo que se genere una asa para que el cliente pueda cargar el paquete sin necesitar una bolsa de plástico”.
Del mismo modo proceden con los pasteles grandes o grandes cantidades de pastas para té, aunque ambos ocupan una caja de cartón. Los caramelos, que elaboran artesanalmente, los envuelven uno a uno y para su venta preparan cucuruchos con papel más grueso y, para el famoso tortel de reyes, de nuevo se emplea el papel fino y la cinta vegetal para transportarlo cómodamente. “Seguimos haciéndolo así por una cuestión romántica, porque es más práctico, económico y conveniente. A veces, invertir el tiempo en envolver solamente un par de merengues para llevar, con su papel, sus tiras y sus cintas, puede parecer una pesadez, pero es nuestra forma de hacerlo. Y siempre, un pastel bien envuelto, llegará mejor a destino que en una simple caja. Al mismo tiempo, a los clientes y, en especial, a los turistas, les encanta ver cómo lo hacemos y también cómo queda el paquete, que acaba siendo un pequeño anuncio rodante por la ciudad. Es algo singular e identificativo de nuestra marca”. Roig comenta que el personal no tarda más de dos días en aprender a envolver y que aunque disponen de bolsa de plástico reciclado, muy útil para proteger los productos en los días de lluvia, siempre preguntan si el cliente las necesita y, por ley, las cobran.