LIBRO BLANCO DE LA PANDEMIA (IV)

La avalancha que asfixió a los hospitales

La falta de previsión ante la llegada del coronavirus y la escasez de medios desbordaron los centros médicos españoles desde los primeros momentos de la epidemia

Trabajadoras del hospital Severo Ochoa de Leganés, el pasado 14 de abril, durante el homenaje a un compañero fallecido.
Trabajadoras del hospital Severo Ochoa de Leganés, el pasado 14 de abril, durante el homenaje a un compañero fallecido.SUSANA VERA / Reuters

El talón de Aquiles estaba en los hospitales. Ya en enero se asume que la aparición de un nuevo coronavirus que causa graves neumonías va a hacer inevitable un cierto aumento de la mortalidad, pero la capacidad de las unidades de cuidados intensivos para atender a los casos más graves será el factor determinante para evitar que los fallecimientos se disparen. Wuhan ya había demostrado que estos servicios son el cuello de botella por el que el sistema puede empezar a colapsar de arriba a abajo. Sin camas libres en las UCI, enfermos que requieren ventilación mecánica pasan a ser ingresados sin ella en planta. Las camas de hospitalización se llenan, las urgencias quedan saturadas y el flujo de infectados hacia los centros sanitarios desde domicilios y residencias de mayores queda interrumpido.

La gestión de la crisis tiene así mucho de estimación matemática. Los datos llegados de China indicaban que uno de cada cinco de casos diagnosticados requerirá ingreso hospitalario y el 5% ser atendido en la UCI. Estos porcentajes aumentan luego en Europa tras la llegada del virus al continente, pero en cualquier caso las 4.600 plazas de cuidados intensivos instaladas en los hospitales públicos y privados españoles dan en principio un amplio colchón para hacer frente a la nueva enfermedad.

Los datos llegados de China indicaban que uno de cada cinco de casos diagnosticados requería ingreso hospitalario y el 5% necesitaba UCI

Las reducidas previsiones iniciales sobre el impacto del coronavirus en España y Europa no llevan a pensar a finales de enero que sea necesario comprar más respiradores. Tampoco pruebas diagnósticas ni más equipos de protección (los EPI) para proteger a los trabajadores sanitarios. Incluso si el denominador crece hasta algunos cientos o miles de casos diagnosticados, el numerador nunca supondrá una amenaza para el sistema sanitario. O eso se creía.

Este escenario salta por los aires en Codogno, una pequeña ciudad situada a 60 kilómetros al suroeste de Milán. Allí, el 21 de febrero, se hace evidente que el virus lleva algunas semanas corriendo en silencio por suelo europeo. La estrecha definición de casos utilizada hasta entonces, que solo permite hacer las pruebas a quienes hayan viajado a Wuhan, impide detectar antes la epidemia que se avecina.

España tarda casi tres semanas en darse cuenta de que lo mismo está ocurriendo en Madrid y Vitoria. Con la transmisión comunitaria en marcha, la cifra de contagiados crece exponencialmente y con ella la capacidad de los hospitales y sus UCI queda desbordada. El 14 de marzo España aprueba el estado de alarma y adopta una catarata de decisiones sin precedentes con el objetivo de proteger a los hospitales de la avalancha de enfermos que ya se ha iniciado.

El ministro de Sanidad, Salvador Illa, junto al director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón, durante una reunión del comité de seguimiento del coronavirus en febrero.
El ministro de Sanidad, Salvador Illa, junto al director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón, durante una reunión del comité de seguimiento del coronavirus en febrero.Víctor Lerena / EFE

Cuando casi dos semanas más tarde el ministro de Sanidad, Salvador Illa, anuncia que el confinamiento de la población va a ser endurecido, justifica la necesidad de adoptar la medida con las siguientes palabras: “Debemos prestar una especial atención a la asistencia sanitaria de los casos diagnosticados y, muy especialmente, a la situación de las unidades de cuidados intensivos, que en estos momentos presentan una elevada ocupación en algunas comunidades”.

Es 26 de marzo e Illa avisa que lo peor está por llegar: “Sabemos que los casos hospitalizados y los ingresados en las unidades de cuidados intensivos llegarán a su máximo pico unos días después de que descienda la curva epidémica. Según las diferentes estimaciones, esta ocupación podría llegar a su máximo nivel en los primeros días de abril”.

Las drásticas medidas adoptadas, sin precedentes en la historia de España, llegan a tiempo para la mitad del país, allí donde la transmisión comunitaria del virus está en sus fases iniciales. Pero donde esta ya ha avanzado, la situación se complica mucho a partir de la segunda semana de marzo. La Comunidad de Madrid, que durante días cierra sus saturados hospitales para los mayores infectados en las residencias, es la más afectada.

Castilla y León, Castilla-La Mancha, Cataluña, La Rioja y el País Vasco, donde los peores momentos llegan algunos días más tarde, también se acercan al colapso. En el impacto de la epidemia en cada comunidad influye la fecha de llegada del virus, pero también el estado de su sistema sanitario tras los recortes y la habilidad de sus gestores para adaptarse a una situación que evoluciona a velocidad de vértigo.

Capítulo 1

Dos meses mirando a China

30 de enero. En la sala internacional del Ministerio de Sanidad se celebra una reunión para analizar lo que está ocurriendo en China. En la habitación, por la que pasa a saludar el ministro Illa, hay 15 expertos de sociedades científicas y organizaciones profesionales relacionadas con la epidemia. El mundo llevaba desde principios de enero mirando a Wuhan y hay que preparar a los hospitales por si el virus cruza las fronteras españolas.

Allí están Pepa Sierra, jefa de área del Centro de Control de Alertas y Emergencias Sanitarias, que conduce el encuentro; Fernando Simón, director del CCAES, que está durante parte de la reunión; Julio García, de la Sociedad Española de Infecciosas y Microbiología y jefe de servicio del hospital La Paz, o Juan Martínez, del Consejo General de Colegios Médicos, que recoge en un acta lo que se debate y de cuyas notas se ha extraído esta información.

Se habla de muchas cuestiones y otras quedan sin cerrar. La percepción de este médico de preventiva es que hay “cierta relajación”. Supercontagiadores, transmisión a través de los asintomáticos, PCR positivas después de la desaparición de los síntomas, ensayos con kaletra, remdesivir e interferón… Los temas se suceden. También la inclusión en el protocolo de los contactos estrechos de los enfermos para su seguimiento y la necesidad de crear instrucciones sobre protección, triaje y la forma de actuar en centros de salud y hospitales ante la posible llegada de enfermos.

La palabra “gripe” sale a colación en repetidas ocasiones. Con Illa aún en aquella sala, Martínez apunta al gabinete de crisis interministerial coordinado por Alfredo Pérez Rubalcaba que se creó en 2009 a raíz de la gripe A: “Se planificaron escenarios de crisis, desde muy leves a más graves, que fueron de enorme utilidad, aun cuando la pandemia resultó ser moderada”. Y expone la necesidad de plantear “escenarios de guerra” ante la incertidumbre. La palabra que mejor y más ha definido el recorrido del SARS-CoV-2.

En España, hasta aquel día, se han descartado más de 30 casos. Queda una sospecha en estudio, además de un grupo de contactos del turista alemán diagnosticado en La Gomera. Cuando acaba la reunión, quedan varios flecos pendientes. Entre ellos, “el manejo real de los casos, si los hubiera”, que se deja “en manos de las autonomías”. Canarias fue la primera que tuvo que dar respuesta a esa incógnita. Solo un día después, Sanidad confirma el primer caso en la pequeña isla.

José Soto, gerente de uno de los grandes hospitales de Madrid, el Clínico San Carlos, coincide en definir “como una gripe fuerte fuera de temporada” lo que esperaban los centros sanitarios. “Ese era el mensaje que nos llegaba y para eso nos preparamos. Luego la realidad nos atropelló”, admite.

Julio Mayol, director médico de ese mismo hospital, recuerda la conciencia de que iban a llegar “muchos”, pero no sabían cuántos: “Va a ser horrible, nos decían, ¿pero cuántos pacientes es horrible? Te puedes preparar cuando sabes la incidencia de una enfermedad en tu población, pero no sabíamos nada. Tampoco cuántos enfermos iban a superar la barrera de salud pública y atención primaria y llegar hasta el hospital”.

El primer paciente del Ramón y Cajal llega el 29 de febrero. Agustín Utrilla, su director médico, cuenta que entonces se habla “de esa neumonía rarita”: “No, obviamente no, no nos hicimos una idea de lo que venía”. Las cifras superarán todas las previsiones, aunque algunos ya proyectan el peor escenario. Manuel Zapata, jefe de servicio de Medicina Interna del Hospital de Guadalajara, es uno de ellos: “Tuve discusiones con gente próxima, del ámbito de la medicina, porque no veían el riesgo”. En febrero, la Facultad de Medicina y Ciencias de la Salud de la Universidad de Alcalá de Henares, de la que es decano, cancela todos los actos. Pero no es la norma.

Te puedes preparar cuando sabes la incidencia de una enfermedad en tu población, pero no sabíamos nada
Julio Mayol, director médico del hospital Clínico San Carlos de Madrid

Tampoco en Europa las alarmas parecen estar encendidas respecto a la capacidad de los hospitales para hacer frente al virus. El 18 de febrero, tres días antes del estallido de la epidemia en el continente, los responsables de salud pública de todos los países se reúnen en Suecia en la reunión trimestral del Consejo Técnico Asesor del Centro Europeo para el Control y la Prevención de Enfermedades (ECDC).

Las actas resumen en 130 puntos las deliberaciones de los dos días que dura el encuentro. Solo tres de ellos se refieren al tema y lo hacen de forma casi tangencial. Holanda es el único país que se muestra preocupado por los “previsibles problemas de capacidad de camas de los hospitales” y destaca que la mayor inquietud es “adoptar medidas que ralenticen o frenen” el brote.

El representante de Croacia, por su parte, menciona en el resumen de los preparativos realizados por su Gobierno “un estudio sobre la capacidad de los hospitales para hacer frente a un eventual brote”. Y Noruega destaca que “sería de utilidad tener más información de los pacientes que puedan necesitar ser hospitalizados y la duración de los ingresos”.

Capítulo 2

“Están viniendo a oleadas”

Tsunami, caos, azote, drama... Son los términos relacionados con el desastre que usan la mayoría de gestores sanitarios. En Madrid definen como una “auténtica avalancha” lo vivido a partir del fin de semana del 7 y 8 de marzo. “Yo ese viernes, antes de irme, pregunto al equipo que cómo vamos de camas. Me dicen que tenemos 200 libres, así que salgo tranquilo del hospital”, recuerda José Soto. “Para mi sorpresa, me llaman el domingo y me dicen que ya están casi llenas. Mi primera reacción es de incredulidad. Pregunto qué es lo que está pasando y me responden: ‘Los enfermos están viniendo a oleadas”, rememora.

Intubación de un paciente en una UCI improvisada en el hospital de La Paz, el 2 de abril, en Madrid.
Intubación de un paciente en una UCI improvisada en el hospital de La Paz, el 2 de abril, en Madrid. Samuel Sanchez

Las riadas de enfermos y su gravedad desbordan en Madrid los planes de contingencia que, con un ojo en lo que ya está sucediendo en el norte de Italia, los centros han empezado a preparar. “Muchos requieren UCI, que era algo que no esperábamos. Estas unidades se nos llenan rápido y pronto vamos justos de respiradores. Los ingresos, además, son más largos de lo previsto. En lugar de siete o diez días, duran varias semanas y muchas veces superan el mes. Así que también nos quedamos sin camas”, relata este gerente. El 29 de marzo, su hospital, el Clínico San Carlos, tiene 795 pacientes de covid ingresados en agudos, 74 en críticos y arrastra ya 221 fallecidos por el virus.

Javier Muñoz, director médico del Gregorio Marañón, hace recuento: “En apenas 10 días el crecimiento es exponencial, pasamos de 10, 20 o 30 ingresos a llegar a más de 110 en un día”. Los hospitales tienen que hacer una reorganización brutal y “con imaginación”: “Incrementamos un 450% el número de camas de UCI. La situación fue intensísima y la sensación, de enorme dificultad y enorme responsabilidad”.

En apenas 10 días el crecimiento es exponencial, pasamos de 10, 20 o 30 ingresos a llegar a más de 110 en un día
Javier Muñoz, director médico del Gregorio Marañón

Las imágenes de pasillos de los servicios de urgencias repletos de pacientes con evidentes síntomas de ahogo se reproducen en muchos hospitales de la Comunidad de Madrid. En el Severo Ochoa de Leganés varios enfermos pasan horas tumbados en el suelo con las chaquetas dobladas como almohada. “Vivimos escenas dantescas”, recuerdan los profesionales del servicio. No hay ninguna cama libre para ingresar a los pacientes que siguen llegando y la cifra de fallecidos pronto empieza a escalar.

El hospital, de tamaño medio y pensado para atender a una población de unas 250.000 personas, registra habitualmente una o dos muertes al día. La cifra empieza a subir ligeramente a partir del primer fin de semana de marzo: el día 16 se registran 10 fallecimientos, el día 20 ya son 20 y el pico se alcanza el 27 de marzo, con 25 fallecimientos. Los muertos, en sus bolsas, llegan a pasar horas en el suelo de su morgue porque ya no caben. La angustia de los profesionales es absoluta.


“El colapso del hospital y el servicio de urgencias domiciliarias es total y se prolonga durante un mes. Si el número de fallecidos empieza a descender a finales de marzo es porque la gente hace días que ya no venía al Severo Ochoa y muere en las residencias o en sus domicilios”, explica un facultativo del centro sanitario.

La saturación de las Urgencias y las plantas se traslada a las UCI. Javier Muñoz, del Marañón, repasa: “Los primeros días no tuvimos requerimientos de críticos, pero los ingresos van empeorando en los días siguientes y de forma sostenida durante la fase más dura. Un 10% de los que estaban en planta terminaba en la UCI una semana o 10 días después”. El centro pasa de 18 camas de intensivos a 134 y llega a ocupar hasta la biblioteca con 27 enfermos. Se estiraron más de lo que jamás imaginaron.

La situación es solo algo menos dramática en Castilla-La Mancha, donde la expansión del virus llegó alrededor de una semana después. El consejero de Sanidad de la región, Jesús Fernández, recuerda una reunión con Salvador Illa y Fernando Simón el día 9 de marzo. “Ese día o uno después, la Comunidad de Madrid anuncia que cierra colegios. No la culpo por la decisión, pero lo cierto es que tuvo una repercusión directa en nuestro territorio”, explica.

La región empieza a ver cómo residentes madrileños llenan sus pueblos, estudiantes que regresan a casa, familias que van a casa de los abuelos, gente se va a las segundas residencias: “A partir del 10 de marzo y hasta finales de ese mes, los enfermos se multiplican de manera exponencial, en pocos días son miles”.

En los grandes hospitales de Barcelona la avalancha de pacientes también llega con algunos días de retraso. Ese margen de tiempo y una incidencia algo menor de la enfermedad permite a la red sanitaria acelerar los preparativos y encajar el golpe de forma más escalonada.

Estábamos a punto de entrar en la crisis sanitaria más importante de los últimos 100 años
Generalitat de Cataluña

En una respuesta por escrito, la Generalitat explica que “el hecho de que Madrid fuera unos días por delante permitió analizar las mejoras que debíamos implementar cuando los casos aumentaran en Cataluña”. “Esta lectura y la que hicimos de lo que ocurría en Italia nos ayudó a idear y planificar los dispositivos que nos permitieron hacer frente a la avalancha de casos que inevitablemente se acercaba. Estábamos a punto de entrar en la crisis sanitaria más importante de los últimos 100 años. En menos de dos semanas montamos varios espacios anexos a los hospitales que, ante un posible rebrote, podríamos volver a poner en marcha en menos de 48 horas”.

El hospital del Mar tiene entre el 2 y el 10 de marzo un goteo de una decena de diagnósticos diarios y uno o dos ingresos. “Al principio eran turistas en su mayoría, aunque poco a poco fuimos viendo que aumentaban los pacientes locales y esto nos pone en alerta”, explica el director asistencial del centro, Julio Pascual. Esa alerta, que ya había empezado el día 2 con acciones como suspender las reuniones presenciales, se fue acelerando a medida que llegaban las noticias de Italia y los primeros brotes de España en Vitoria, La Rioja y Torrejón de Ardoz (Madrid).

El plan de contingencia se completa el día 9 con una previsión de 500 pacientes en un hospital que habitualmente trabaja con poco más de 300 camas. “El primer día que damos un salto de 2 a 10 ingresos es el 11 de marzo, el día 15 ya son 25, el 20 de marzo asciende a 78 y el pico lo alcanzamos el día 26 con 101 pacientes graves ingresados en solo 24 horas”, añade Pascual.

El hospital Vall d’Hebron llegó a ingresar en la UCI a 24 pacientes en un día, uno por hora

En el hospital Vall d’Hebron, el primer paciente llega el 28 de febrero. “Llevábamos 15 días preparándonos porque veíamos lo que había en China e Italia. Preparamos los dobles circuitos en urgencias y empezamos a sospechar que neumonías no filiadas podían ser covid-19”, explica Albert Salazar, gerente del centro sanitario más grande de Cataluña. A partir de ese día, todo fue “una avalancha bastante rápida”. “En 15 días, cuando decretan el estado de alarma, ya tenemos unos 300 pacientes y 70 u 80 en la UCI”, recuerda. El hospital llegó a ingresar en la UCI a 24 pacientes en un día, uno por hora.

Los expertos utilizan, como en muchas enfermedades infecciosas, la analogía de un iceberg para explicar el estallido de casos que vive España en la segunda semana de marzo. “Normalmente, solo ves una parte de todos los virus circulantes: los que causan síntomas graves que te llevan a un hospital. Pero si además utilizas un catalejo con visión muy restringida, en este caso la definición de caso, solo detectas los que han estado en Wuhan, o luego en Italia. Así no se pudo ver la enorme expansión del virus que se estaba produciendo en España bajo el agua. Son casos e infecciones que si no los buscas no los encuentras. Hasta que el volumen es tan grande que empieza a aflorar cuando ya es tarde y no te queda otra opción que adoptar medidas drásticas como el confinamiento de la población”, explica Pedro Alonso, catedrático de Salud Global de la Universidad de Barcelona y que actualmente dirige el Programa Mundial de Malaria de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Capítulo 3

Comprar en un mercado de oportunistas

Las comunidades más golpeadas se enfrentan a la peor epidemia en un siglo con una mano atada a la espalda por la falta de pruebas diagnósticas, respiradores y material de protección para sus sanitarios. España se sitúa muy pronto a la cabeza de los países con más profesionales infectados, más de 50.000.

En la reunión del ECDC celebrada el 18 de febrero en Suecia algunos países ya habían alertado de las dificultades de proveerse en el mercado internacional. “Era un problema para todos los países que se inició con el cierre de las exportaciones decretado por China a finales de enero”, explica un portavoz del Ministerio de Sanidad. “Esta línea de suministro no se reabre hasta finales de marzo. En ese tiempo los países hacen el acopio de los EPI que pueden. España inicia líneas para favorecer la producción local, con líneas alternativas, pero la situación es complicada y los materiales disponibles insuficientes”.

Llegada de un avión con material sanitario para la Comunidad Valenciana.
Llegada de un avión con material sanitario para la Comunidad Valenciana.Juan Carlos Cárdenas / EFE

El Gobierno central trata de solventar las carencias centralizando las compras, aunque con tan poco éxito como las comunidades que tratan de hacer adquisiciones por su cuenta. Jesús Fernández, el consejero de Sanidad de Castilla-La Mancha, dice ahora que “desobedecieron, por decirlo de alguna forma”, al Gobierno central: “Intentamos aprovisionarnos, pero cuando lo hicimos nosotros, lo hicieron todos. No solo en otras autonomías, en toda Europa. Se agotaban los proveedores de telas, los fabricantes no daban abasto… Y tuvimos que abrir al mercado asiático”. Pero en ese nuevo destino también se han centrado ya todos los países a los que había llegado el virus.

La logística es clave. Y complicada. “En materia sanitaria no estamos acostumbrados a que nuestros proveedores no sean de Europa o Estados Unidos, no tenemos contactos”, explica Fernández. Junto a su área económica y el Instituto de Promoción Exterior, aprovechando los que sí tienen por la exportación de productos agroalimentarios que Castilla-La Mancha hace a Asia, consiguen algunos proveedores: “Pero compramos caro, a veces la homologación era muy discutible y hubo pedidos que nunca llegaron”.

En materia sanitaria no estamos acostumbrados a que nuestros proveedores no sean de Europa o Estados Unidos, no tenemos contactos
Jesús Fernández, consejero de Sanidad de Castilla-La Mancha

En Andalucía o Madrid ocurrió lo mismo. Según información del Gobierno de Isabel Díaz Ayuso, hasta 20 aviones procedentes de China con casi 50 millones de unidades entre guantes, gafas, batas, calzas, camas, mascarillas o equipos de protección individual para los hospitales. Muchas de estas unidades, como en otras regiones, con homologación errónea, defectos y errores en el etiquetado.

Hasta bien entrado abril, los profesionales denuncian a diario la falta de protección con la que se enfrentan al virus. En lugar de EPI, usan archivadores de plástico como pantallas protectoras para la cara y miles de bolsas de basura como batas impermeables. Por los grupos de WhatsApp corren decenas de vídeos grabados por médicos y enfermeras con apaños caseros.

El material que hay se acaba rápido. “Solo dos semanas antes había preguntado a mi equipo de gestión y me habían tranquilizado. Teníamos reservas y suministro asegurado para tres meses, pero luego todo eso nos dura solo unos días. Pasamos de gastar 3.000 EPI diarios a casi 40.000. Y cuando llamamos a los proveedores para pedir más, nos dicen que nadie tiene stock. Los hospitales ahí nos quedamos ya sin margen y son las Administraciones las que intentan hacer compras centralizadas, pero tardan en conseguirlo”, rememora Soto, gerente del Hospital Clínico San Carlos de Madrid.

En el Gregorio Marañón, la comparativa de cifras entre cualquier semana de enero y la cuarta semana de marzo habla del tsunami: pasan de no usar ni un buzo a necesitar 5.380 a la semana; de ninguna gafa a 725; de ninguna pantalla a 987; de 250 batas impermeables a 21.601; de 2.000 mascarillas FPP2 a 21.000; de 1.100 FPP3 a 4.000.

Utrilla, del Ramón y Cajal, recuerda los precios desorbitados: “Si una mascarilla quirúrgica costaba tres céntimos, te la cobraban a 30, y si un respirador de UCI vale 15.000 euros, los hemos pagado a 40.000”. La falta de material de protección y el caos que impera produce incluso “algún asalto” en su centro: “Turbas y peleas por mascarillas o batas… Al mercado le da igual, el mercado no siente pena por lo que está ocurriendo”.

También recupera “lo romántico”: “Éramos incapaces de aprovisionarnos de kits de cubiertos de plástico, no había. Iberia, que no podía hacer sus vuelos, nos donó 50.000 kits”. Pero, dice, “no se puede depender de donaciones, de la buena voluntad de algunos”.

La Generalitat de Cataluña celebra el 28 de febrero y el 2 de marzo sendas reuniones con las patronales, proveedores e importadores, y crea lo que denomina “una central de compras” para acudir al mercado internacional. En el momento álgido de la pandemia, esta comunidad utiliza “hasta cinco millones de EPI a la semana, cuando la media habitual era de unas 500.000 o 600.000”.

El mercado con el que se encuentra el Gobierno catalán es un auténtico bazar lleno de oportunistas “con una gran sobredemanda e hipercompetitivo”. Pese a los esfuerzos, la Generalitat admite: “Nos hubiese gustado suministrar más material a los hospitales. Sufrimos durante las primeras semanas. Nunca habíamos vivido una crisis sanitaria de esta magnitud y hemos aprendido sobre la marcha. La experiencia nos servirá para mejorar”.

Capítulo 4

Hospitales de guerra

“Anticipación” es la palabra usada en abril por Patricia Muñoz, jefa de servicio de Microbiología y Enfermedades Infecciosas del Gregorio Marañón. Cuando los medios de comunicación empiezan a informar sobre la covid-19 en enero, su área contacta con las del Ramón y Cajal, el 12 de Octubre y La Paz para ponerse en marcha con las PCR, las pruebas para la detección del coronavirus. Anticipación y organización son la claves para microbiólogos e infectólogos que, a diario, confeccionan a partir de marzo unas hojas de Excel que resumen la situación en 38 centros sanitarios: ingresados en planta, en las UCI y espacios afines habilitados, fallecidos del día y el acumulado desde el inicio de la epidemia.

Durante varias semanas, en lo peor de la crisis, el documento que estos especialistas rellenan cada día con mucho esfuerzo, arañando horas al sueño, es la única fuente fiable de información para sanitarios y algunos periodistas ante el silencio de la Comunidad de Madrid y el poco detalle de los datos que da el Ministerio de Sanidad, que se nutre de las cifras que le reportan las autonomías.

Esas tablas naranjas, verdes, azules, amarillas y lilas (fue el color para el hospital de campaña de Ifema), fueron mostrando la escalada “demencial”, como la define Utrilla, de la epidemia. Entre aquellas a las que ha tenido acceso este diario, es la del 27 de marzo la que más fallecimientos recoge: 338. La magnitud de la tragedia en marcha era inimaginable solo unas semanas antes. En Madrid, el virus causa más de 14 muertes a la hora ese día. Una cada cuatro minutos y 13 segundos.

En aquel momento, la Comunidad de Madrid anuncia la apertura de varios pabellones del recinto ferial de Ifema como gran hospital de campaña. Se abre el sábado 21 de marzo. Los hospitales madrileños, asfixiados, necesitan algo que les insufle algo de oxígeno. Fueron 1.400 profesionales entre médicos y enfermeras de atención primaria, residentes de Enfermería y Medicina y el Summa 112 los que conformaron la plantilla que cubrió aquel centro sanitario de emergencia por el que acabaron pasando, en 41 días, 3.811 pacientes.

Cumple, en parte, con su objetivo, aliviar la carga a los hospitales, pero solo de los pacientes menos graves. Tienen 13 críticos en las 16 camas de UCI quel legaron a montar y los enfermos que empeoran allí son trasladados de nuevo a los centros hospitalarios. Esto, junto a la conversión en marketing político del recinto y las condiciones en las que trabajaron durante las primeras semanas los sanitarios, son las principales críticas.

En los hospitales, muchos profesionales se quejan de la idea de “hospital milagro” que vendía la Comunidad. Allí, la covid lo está arrasando todo. También en el Marañón, un mastodonte con una capacidad habitual de casi 1.200 camas instaladas. “A finales de marzo teníamos más de 1.100 enfermos de covid, pero había otros pacientes a los que había que seguir atendiendo, llegamos a las 1.600 camas en agudos”, cuenta Javier Muñoz.

A las 23.00 del domingo 22 de marzo los jefes de las UCI madrileñas de los hospitales públicos y privados firman una carta que envían a la Consejería de Sanidad. “Saturación absoluta”, “pacientes en espacios que no disponen de recursos mínimos”, “ventilados con respiradores de transporte y sin un mínimo de personal especializado”, se lee. “Un grito de socorro claro, clarísimo”, cuenta a mediados de abril uno de los jefes de intensivos. No hubo respuesta. Y aún queda llegar al pico.

En agudos ocurre el 30 de marzo. “El horror”, tilda Utrilla. “La noche crítica, histórica”. Lo dice sin épica, con tristeza. Al día siguiente la estadística registra el máximo de pacientes que tuvo la Comunidad: 15.227. Tres días después, lo hacen las UCI: 1.528. Esa madrugada y al teléfono, un intensivista al que le cuesta respirar no encuentra las palabras: “Si esto sigue escalando, va a ser una masacre. No podemos vivir así, no podemos vivir con esto”.

Lo que más recuerdan quienes trabajan a diario en los centros es el silencio. Pasillos vacíos, centros blindados a las visitas, a las familias, a los amigos. También a las despedidas de quienes no superan la infección. La soledad.

Los hospitales de las zonas más golpeadas se transforman en hospitales casi monográficos. Se cambian de uso los espacios y los profesionales se forman a toda prisa para asumir nuevas tareas. Un engranaje nuevo que se va modificando a diario para crear dobles circuitos en Urgencias, espacios “limpios” para enfermos de otras patologías, áreas reconvertidas en unidades de críticos, habitaciones individuales duplicadas y dobles con tres camas.

Unidad coronaria del Gregorio Marañón reconvertida en UCI durante la crisis por la covid-19, el pasado 14 de abril.
Unidad coronaria del Gregorio Marañón reconvertida en UCI durante la crisis por la covid-19, el pasado 14 de abril. Carlos Rosillo

“Nuevos grupos de trabajo en los que había un líder de grupo con cinco o seis profesionales, un internista, un infectólogo y el resto dando soporte. Tíos de 50 años con 30 de carrera como ayudantes, fue angustioso y triste, pero la visión emocional del asunto, la gente implicada, fue espectacular”, narra Utrilla.

Los profesionales se ven obligados a tomar decisiones traumáticas. Un vídeo en el hospital Infanta Cristina de Parla revela las instrucciones de un jefe médico a su equipo explicando que se prepararen para lo peor: “Vamos a denegar la cama a los pacientes que más riesgo de morir tienen”, se le oye decir antes de exclamar: “Esto es drástico. Esto es horroroso. Ojalá no nos hubiera tocado vivirlo”.

Geriatras, intensivistas, urgenciólogos, médicos de familia, enfermeros… Todos recuerdan el desbordamiento de aquel momento, pero insisten en que nunca, mientras estuvo en su mano, dejaron de atender a los mayores ingresados. Estaban agotados. Les faltaban medios. No había un espacio libre. “Pero jamás les abandonamos”, repiten.

La selección de pacientes para entrar en críticos es una práctica común de la medicina. No todos los enfermos pueden soportar el paso por una UCI y no siempre es médicamente la mejor opción. “No todo el mundo tiene que ingresar en una UCI. Hay que considerar patologías, pronóstico vital y si hay un beneficio real de hacerlos pasar por ese proceso”, explica el intensivista Demetrio Carriedo. Pero lo ocurrido durante esas semanas fue otra cosa.

Se desplazan servicios como Pediatría u Obstetricia y se concentran en unos pocos centros para ocupar también esas instalaciones. Gimnasios, quirófanos, unidades de recuperación. Todo se pone al servicio de los enfermos más graves. Y es en esas unidades donde se atasca la pelea contra el virus. No hay suficientes respiradores ni suficientes camas, pero, lo más importante, no hay manos.

Concentración en la Puerta del Sol de Madrid en defensa de la sanidad publica y bajo el lema "sanitarios necesarios", el 29 de junio. / OLMO CALVO
Concentración en la Puerta del Sol de Madrid en defensa de la sanidad publica y bajo el lema "sanitarios necesarios", el 29 de junio. / OLMO CALVO

Echa la vista atrás Manuel Zapata, el jefe de servicio de Interna en el hospital de Guadalajara: “La covid se comió rápidamente el 90% de las nueve plantas del hospital”. De unas 420 camas, la práctica totalidad la ocupó el coronavirus. Su UCI, con entre 10 y 12 plazas en condiciones normales, se multiplica por cuatro: “No había suficientes médicos ni enfermeras, pero rápidamente se pusieron a completar los equipos los anestesistas y las enfermeras de quirófano y reanimación. El impacto fue muy alto y ellos se adaptaron”.

La incorporación de los anestesistas al manejo de pacientes de críticos es generalizada allí donde faltan intensivistas. También la de enfermeras de reanimación o cirugía y a veces, incluso, la de aquellas que jamás habían visto un paciente grave. Aún menos uno pronado, bocabajo, repleto de tubos. Las lágrimas y la ansiedad empañan y llenan muchos buzos en los pasillos de Intensiva, así lo cuenta Javier Hortal, jefe de servicio de Anestesiología y Reanimación del Gregorio Marañón, a principios de abril. José Eugenio Guerrero, jefe de UCI y compañero de Hortal, sentencia también entonces: “En 40 años no he visto nada tan dramático como esto, ni el 11-M ni la gripe aviar ni la colza”.

En Barcelona, el coronavirus invade el hospital del Mar de arriba a abajo. “Primero llenamos la novena planta, que es la de infecciosos y tiene 25 camas”, explica su director asistencial, Julio Pascual. “Luego desalojamos los pacientes de psiquiatría, que ocupan la octava, y los derivamos a otro centro. Fuimos bajando planta a planta hasta completar la segunda. Entonces ya nos extendimos hacia el hospital del día, donde habilitamos a 50 pacientes. Lo último fue preparar lo que llamamos La Pradera, un anexo aún vacío [donde el centro prevé una ampliación] donde a partir del 15 de marzo construimos una unidad de 70 camas, 26 de ellas de críticos, que nunca acabamos utilizando del todo”, relata.

Trabajadores del tanatorio de la M-30, en Madrid, desinfectan féretros de víctimas de coronavirus, el pasado 30 de marzo.
Trabajadores del tanatorio de la M-30, en Madrid, desinfectan féretros de víctimas de coronavirus, el pasado 30 de marzo.

En esa vertiginosa transformación, los 15 pacientes habitualmente ingresados en la unidad de críticos también van creciendo. “El primer paso fue ocupar la reanimación quirúrgica, después la ambulatoria y finalmente los quirófanos. De los 13 quirófanos que tiene el hospital, ocupamos 11 con enfermos covid antes de empezar a ingresar los enfermos más graves en La Pradera, algunos con dos enfermos. Llegamos a tener 68 pacientes críticos ingresados a la vez”, concluye el director asistencial del centro.

Capítulo 5

La lucha por volver a la normalidad

Si la avalancha de enfermos por coronavirus lleva a muchos hospitales al límite, el descenso de ingresos logrado gracias al confinamiento pone a los centros ante otro reto ingente: recuperar la actividad no realizada durante el pico de la epidemia. Infartos de miocardio e ictus son dos de las afecciones que más preocupan a los expertos. La primera es la principal causa de muerte en España para los hombres. La segunda lo es para las mujeres. La atención inmediata es clave en ambos casos para salvar vidas y evitar secuelas, por lo que el sistema sanitario cuenta con sendos códigos para identificar y derivar rápido a los hospitales a los pacientes en cuanto contactan con los servicios de emergencias .

“El problema es que muchos se quedaron en casa pese al dolor ante el miedo de acudir a unos hospitales colapsados”, explica Inmaculada Roldán, de la Sociedad Española de Cardiología. La sospecha es que algunos fallecieron en sus domicilios, mientras el resto “al no haberles abierto las arterias obstruidas mediante técnicas de hemodinámica, ahora sufren secuelas no recuperables porque parte de su tejido cardíaco ha muerto”, explica.

El problema es que muchos [pacientes coronarios] se quedaron en casa pese al dolor ante el miedo de acudir a unos hospitales colapsados
Inmaculada Roldán, de la Sociedad Española de Cardiología

Esta especialista estima que “hasta un tercio de los infartos” no han sido atendidos durante las peores semanas de la epidemia. Un porcentaje similar es el que calcula para los ictus Jaime Masjuán, jefe de servicio de neurología del hospital Ramón y Cajal (Madrid). En este caso, aunque el pronóstico es algo mejor, “el inicio tardío de la rehabilitación también empeora el pronóstico y no todos los pacientes recuperarán completamente la función de sus extremidades o el habla”, lamenta.

Masjuán destaca que hay “muchos ictus pequeños, en los que alguien se queda sin habla 10 o 15 minutos pero luego se recupera espontáneamente, que tienen un porcentaje importante de recurrencia en los siguientes meses y el reto en los próximos meses será detectarlos de inmediato”. También alude a ello Javier Muñoz, director médico del Gregorio Marañón, que rememora cómo se ralentizó de forma “extraordinaria” la llegada de pacientes crónicos con infartos o ictus, también con fracturas por caídas.

Marcos González, de 63 años. sale de la UCI, el 1 de junio, para su traslado a planta del Hospital General de Alicante tras 101 días ingresado por la covid-19.
Marcos González, de 63 años. sale de la UCI, el 1 de junio, para su traslado a planta del Hospital General de Alicante tras 101 días ingresado por la covid-19. MORELL / EFE

Ahora, en el Gregorio Marañón se ha recuperado “a niveles de junio o julio de otros años” la llegada de estas patologías graves, cuenta Muñoz; y en el Ramón y Cajal, Utrilla observa que lo que reciben ahora “son urgencias más graves, con patologías más evolucionadas, por el miedo que ha mantenido probablemente a la gente en casa”. En su hospital, que suele tener una media de ingreso de un 10% desde urgencias, con alrededor de 500 pacientes diarios, aún no se ha recuperado ese porcentaje: “Cuando ha dejado de llenarlo todo la covid, los ingresos siguen estando por encima de la media, la gente viene cascada de verdad”.

El impacto de la pandemia sobre la atención a los enfermos de cáncer también ha sido importante, aunque en este caso comunidades como Cataluña se muestran más optimistas. La Generalitat confía en que durante las próximas semanas podrá recuperar gran parte de la actividad suspendida durante las peores semanas de la epidemia, que aunque a menor ritmo no llegó a frenarse del todo.

Además de recuperar la actividad no realizada en los peores meses de la epidemia, los hospitales de las zonas más golpeadas dedican ahora grandes esfuerzos al seguimiento de los pacientes que ya han pasado la infección. En el de Torrejón, en Madrid, donde llegó el primer paciente de coronavirus de la comunidad el 25 de febrero, han establecido un circuito que concentra en un solo día las revisiones necesarias para los pacientes que los profesionales del hospital o atención primaria determinan que son necesarias para poder seguir y evaluar las secuelas y la evolución: neumología, rehabilitación, intensivos o psiquiatría. La covid ataca por todos los flancos.

Durante alrededor de cuatro horas, hasta seis profesionales preguntan, observan y analizan esa evolución, un recorrido que, dicen, es sobre todo por el enfermo pero tiene un punto “egoísta”, sonríe María Cruz Martín, jefa de UCI de ese centro, bajo la mascarilla: “Verlos ahora, de pie, recuperados, fuera de esas camas, es reconfortante para nosotros después de todo lo que han pasado, nos produce una inmensa alegría”.

José Miguel Rodríguez, jefe de servicio de Neumología en el hospital Príncipe de Asturias de Alcalá de Henares (Madrid), destaca “tres grandes perfiles” entre los pacientes que han cursado la infección por coronavirus. “La más común es la afectación pulmonar. Y aunque aún tenemos que ser prudentes porque ha pasado poco tiempo y no sabemos la evolución que tendrán a medio y largo plazo, en principio es mejor de lo que temía. Viendo los pulmones que tenían algunos enfermos no podía evitar pensar: ‘Dios mío, cómo quedará esto”, recuerda. El riesgo para estos pacientes es la fibrosis pulmonar, que puede tener una evolución incierta en el futuro.

Afectaciones pulmonares, trombosis y cuadros depresivos y de ansiedad engloban la casuística más común entre los pacientes que han pasado la covid-19

La segunda afectación más común con la que se están topando los pacientes son las trombosis. “Y por último estamos viendo también muchos pacientes que sufren un cuadro de decaimiento, astenia, depresivos, de ansiedad… Son personas a las que hay que hacer todas las pruebas porque estamos ante algo nuevo y desconocido. Pero no encontramos nada orgánico. Es algo que aún debe estudiarse, pero puede deberse más a una afectación emocional por todo lo ocurrido. La gente ha pasado mucho miedo, ha vivido situaciones por las que nunca imaginaron que iban a pasar, y todo esto puede estar saliendo ahora”, añade Rodríguez.

Capítulo 6

Preparando el rebrote

Pasado lo peor de la crisis, mientras el personal trata de descansar unos días y se va recuperando la normalidad, en los despachos de dirección de los hospitales va avanzando otra labor que será fundamental en los próximos meses: los planes de contingencia ante el previsible rebrote de la enfermedad tras el verano. Los centros quieren estar bien preparados esta vez.

“Asumimos que va a haber un segundo brote, pero no de la magnitud del primero. Nuestra predicción es que sea una oleada más sostenible en el tiempo y viable”, tranquiliza Julio Pascual, director médico del hospital del Mar de Barcelona. “El componente más importante va a ser a nivel comunitario y de atención primaria [encargados de detectar casos e identificar contactos de forma precoz], pero si con esto no basta, tendremos que recurrir a los hospitales como ocurrió la otra vez”, explica Luis Verde, gerente del Área Sanitaria Integrada A Coruña-Cee.

Lo primero, coinciden los hospitales consultados, es que el personal descanse. “Concentramos las vacaciones en verano porque los equipos necesitan salir de aquí y reencontrarse con su familia. Descansar”, explica María José Abadías, subdirectora médica del Vall d’Hebron. Aunque el 80% de la plantilla ya suele hacer vacaciones en verano, el hospital intentará que todo el personal descanse antes de entrar en octubre.

Los equipos necesitan salir de aquí y reencontrarse con su familia. Descansar
María José Abadías, subdirectora médica del Vall d'Hebron

Coinciden en el hospital de la Princesa de Madrid: “Se está intentando coordinar la elección personal de vacaciones de los profesionales. Afrontar un rebrote con una plantilla descansada es un factor claro de éxito”, explica el director gerente del centro, Fidel Illana Robles. El hospital del Mar también ha puesto como fecha límite para las vacaciones finales de septiembre u octubre.

La otra tarea pendiente es adaptar la infraestructura de los hospitales. Las camas de UCI se llegaron a triplicar en la primera oleada y, aunque ahora el colchón de plazas de críticos estructurales se ha ampliado en algunas zonas —Cataluña tiene un 25% más de camas UCI que antes de la pandemia—, los hospitales vuelven a apostar por unidades polivalentes, que se puedan reconvertir. “Tenemos unidades con fases para desplegar más camas, 24 puntos de semicríticos que podrían convertirse en críticos, hay dos semiplantas, una de ellas pegada a urgencias, listas por si hay rebrotes”, explica Abadías. El Vall d’Hebron tiene la UCI más grande de España y llegó a habilitar 200 camas de críticos.

En hospitales de toda España hicieron falta más recursos materiales, pero también más manos. Miles de profesionales se incorporaron como refuerzo durante la pandemia

“Cuando vino la pandemia teníamos un plan de contingencia con cuatro fases y llegamos hasta la tres. Cuando la curva doblegó, empezamos a inactivar ese plan, pero dejando los dispositivos preparados para reactivarlos si es preciso”, señala Verde, que dirige el hospital de A Coruña (CHUAC). El centro sanitario tiene preparadas 44 camas de UCI que se añadirían a las 75 estructurales. “Hacemos una adaptación de infraestructuras y equipos, porque las personas que contratamos entonces siguen con nosotros”, agrega. Unos 480 profesionales adicionales se han incorporado al CHUAC para la crisis.

El hospital de la Princesa de Madrid, por ejemplo, tiene preparado su “plan de elasticidad”. “Como primeras premisas, el incremento en la disponibilidad de camas de hospitalización y de cuidados críticos. En lo que se refiere a las camas de cuidados intensivos, la UCI del hospital cuenta con 20 camas, complementadas con cinco de reanimación. En caso de un posible rebrote, podrían habilitarse seis puestos más en la UCI, y 15 más en reanimación”, explica Illana Robles. Si fuese preciso, el plan prevé habilitar áreas quirúrgicas y conseguir 12 camas de UCI más y reconvertir las unidades de coronarias, ictus o cirugía mayor ambulatoria en zonas de semicríticos (con ventilación mecánica no invasiva).

En un plan de elasticidad también trabaja el Gregorio Marañón: han hecho un análisis de lo vivido y de cómo debería ser si vuelve a producirse. “Analizamos cuál debe ser el crecimiento de agudos y UCI y el decrecimiento de la actividad sobre patología rutinaria”, detalla Javier Muñoz. Van a crear una unidad de críticos con 36 plazas. “Crecimos al 400%, hasta ese extremo podríamos volver a llegar en muy pocos días”.

El Ramón y Cajal sigue la misma senda. Están construyendo una UCI con 60 plazas ultrafuncionales, de críticos y cuidados intermedios. No van a cerrar ni una cama este verano, asegura Utrilla, que quiere mantener el porcentaje de ocupación en el que están ahora, sobre el 68%: “Es peligroso normalmente subir del 85%. Ahora, que estamos bajos, prefiero muchas camas funcionantes vacías pero tenerlas por si acaso, igual que el personal, que ahora está sobredimensionado, pero no sabemos lo que puede ocurrir”.

En cinco días tendríamos recursos, reglas de funcionamiento y circuitos establecidos para triplicar las Urgencias, duplicar el número de plazas en agudos y triplicar el de UCI
Julio Mayol, director médico del hospital Clínico San Carlos de Madrid

También el Clínico San Carlos. “En cinco días tendríamos los recursos disponibles, materiales y humanos, reglas de funcionamiento y circuitos establecidos para triplicar las Urgencias, duplicar el número de plazas en agudos y triplicar el de UCI”, enumera el director médico, Julio Mayol. Todo está ya listo.

Con todos los centros en Madrid terminándose de preparar de cara a un rebrote, la presidenta de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso, anuncia la construcción de “un hospital para pandemias” con vistas a otoño. Con 50 millones de euros de presupuesto y diseñado para dividir 40.000 metros cuadrados en tres pabellones modulables que tendrán 960 camas de agudos y 48 de críticos y cuidados intermedios.

Sin embargo, esa nueva construcción tras la huella del hospital de campaña de Ifema no ha tenido un plan funcional que lo respalde (al menos la Comunidad se niega a responder a esta cuestión o a facilitarlo), se desconoce de dónde saldrán los recursos humanos con los que dotarla y carece de visión a largo plazo. Varios expertos en dirección y gestión hospitalaria afirmaban a mediados de junio que esta es la solución menos eficiente. Y coincidían en qué es lo más óptimo para la región: inyectar recursos en la atención primaria y reforzar la red actual de hospitales.

En Guadalajara es lo que han estado haciendo. Durante la pandemia, el hospital mantuvo su “consulta de diagnóstico rápido”, cuenta el jefe de Medicina Interna, Manuel Zapata: “Es una unidad a la que llegan aquellos enfermos que requieren ingreso por la gravedad, pero que por la situación clínica pueden mantenerse en casa. Esto se mantuvo durante la pandemia y nos permitió mucho margen”. También tienen plan de contingencia: “Es readaptarnos a la situación más grave que hemos tenido en 48 horas”. El Gobierno de Castilla-La Mancha especifica que tienen capacidad para alcanzar las 535 camas de críticos y 6.068 en agudos con posibilidad de 1.023 más intrahospitalarias. “Todo para volver a adaptar el sistema en un periodo de entre 24 y 48 horas”, dicen desde el Ejecutivo regional.

El hospital del Mar tiene un plan por fases y prevé la “invasión de espacios quirúrgicos y llenar quirófanos” en etapas más avanzadas. “El cuello de botella ahora no serán los espacios físicos o los respiradores, sino el nivel de anestesistas o enfermeras que hay”, apunta Pascual. A propósito del personal, María José García, portavoz del sindicato de enfermería Satse, advierte de la necesidad de dimensionar las plantillas de forma adecuada. “Nuestra visión no es optimista porque se nos va a juntar todo con la campaña de gripe y habrá muchos síntomas compatibles con la covid-19. Va a generar una afluencia masiva en los centros sanitarios y la sobrecarga asistencial será considerable. Hay que hacer una previsión real de los recursos humanos, sobre todo en enfermería”, apunta.

El reto de los hospitales volverá a ser encajar la actividad no covid en el marco de un eventual rebrote

El reto de los hospitales volverá a ser encajar la actividad no covid en el marco de un eventual rebrote. Las listas de espera quirúrgicas, de pruebas diagnósticas y visitas al especialista se han disparado —más de lo que ya estaban—y los hospitales tienen que convivir con frenar esas demoras y atender a los pacientes con covid-19. “Uno de los aspectos que más se ha trabajado con intensidad es la consulta telemática o no presencial haciendo uso de la tecnología, fundamentalmente telefónica, así como reforzando la e-consulta con atención primaria, donde el médico de familia puede realizar interconsultas a otros especialistas y de esta forma evitar al paciente desplazamientos innecesarios”, señala Sonia García de San José, subgerente asistencial del Gregorio Marañón.

En cirugía, sin embargo, la situación será difícil de gestionar. “Todo es bastante incierto. Si no hay rebrote, mantendremos los quirófanos al 100% o algo más. Si nos plantamos en un escenario como el de estos meses, aunque hemos estabilizado camas de UCI por encima de lo habitual, será complejo mantener la actividad quirúrgica. No tanto por el espacio físico, sino por los recursos humanos (anestesia y enfermería) y los respiradores”, valora José Manuel Domínguez, coordinador del bloque quirúrgico de Vall d’Hebron.

Si nos plantamos en un escenario como el de estos meses, será complejo mantener la actividad quirúrgica. Por los recursos humanos y los respiradores
José Manuel Domínguez, coordinador del bloque quirúrgico de Vall d’Hebron

El centro hace 36.000 operaciones al año y la crisis ha suspendido unas 6.000. “No se recupera tan rápido. Aunque hayamos puesto la maquinaria a funcionar, tenemos el hándicap de que no podemos hacer nada telemático. En un escenario de rebrote controlado intentaríamos mantener la actividad quirúrgica al 80%”, sentencia.

El Gregorio Marañón ha recuperado la actividad quirúrgica al 85% y este julio estará al 100%, pero también contempla una reescalada. “Existe un plan funcional que contempla el proceso de desescalada quirúrgica en caso de un nuevo brote, realizando el 100% de las cirugías oncológicas que clínicamente se considere preciso realizar y cualquier otra cirugía con prioridad clínica”, apunta García de San José. Los hospitales coinciden en mantener, por encima de todo, las cirugías urgentes y no demorables, como las oncológicas.

De la crisis sanitaria superada, los hospitales se llevan cosas a mejorar: se están pertrechando de material de protección para evitar carencias, quedarán intactos los dobles circuitos de entrada y seguirán haciéndose las pruebas de diagnóstico de la covid a los pacientes que ingresan a los centros por otras patologías.

Y aprendizajes: se empieza a poner el foco en la humanización de la atención. En Madrid, el proyecto HU-CI (la humanización de los cuidados intensivos) funciona ya en el hospital de Torrejón de Ardoz, permitió mantener cerca a las familias de quienes se batían en sus UCI. Ahora, La Princesa también se ha centrado ahí: “El hospital ha incluido, dentro de su plan de elasticidad, planes de humanización de la asistencia. Desde esa perspectiva se está trabajando actualmente para mejorar la comunicación de los pacientes con sus allegados y suavizar la sensación de soledad y aislamiento que han vivido. Esperamos poder tener una serie de iniciativas para poner en marcha si apareciese un nada deseado rebrote este próximo otoño”, explica Illana Robles.

Que no vuelva a entrar el virus. Ni aquel silencio.


Conclusiones

Todos los expertos consultados coinciden que la primera oleada de la pandemia ha puesto de manifiesto problemas estructurales en la red sanitaria que, aunque el tiempo sea escaso, es importante empezar a corregir cuanto antes. La falta de previsión sobre el alcance de la epidemia, la incapacidad de detectar antes la llegada del virus a España, los insuficientes planes de contingencia y la consiguiente escasez de EPI, pruebas diagnósticas y respiradores han sido el mayor fracaso de la gestión de la crisis.

Joaquín Estévez, presidente de la Sociedad Española de Directivos de la Salud (Sedisa), considera que “ha quedado patente la necesidad de reforzar la vigilancia epidemiológica y los sistemas de salud pública”, un apartado que apenas recibe el 1% del gasto sanitario público. El problema se extiende a la siempre infradotada atención primaria, cuyo poco peso en la lucha contra el virus en algunas fases de la epidemia ha sobrecargado aún más los saturados hospitales.

La insuficiencia de los sistemas de información y coordinación entre el Ministerio de Sanidad y las comunidades es otra de las carencias que han quedado de manifiesto durante la crisis. “La coordinación debería haber sido más “sólida y efectiva”, considera Estévez.

Pedro Alonso califica de “problema sistémico” las dificultades con las que se ha encontrado Sanidad para ofrecer datos actualizados y coherentes durante la crisis. “Ninguna crisis, y menos una de esta magnitud, puede ser gestionada adecuadamente si no cuentas con datos fiables”, añade.

La enorme mortalidad registrada en las residencias de mayores es un fenómeno que no puede repetirse, coinciden también los expertos. “La epidemia ha dejado en evidencia el actual modelo de concentración de colectivos de riesgo en espacios reducidos, no siempre suficientemente dotados y escasamente integrados con el sistema sanitario”, defiende Pere Godoy, presidente de la Sociedad Española de Epidemiología.


Recomendaciones

El aumento de recursos y el desarrollo de planes específicos para hacer frente a esta y nuevas pandemias es una demanda generalizada de todos los expertos.

Joaquín Estévez defiende también la necesidad de “profesionalizar la gestión sanitaria en todos los niveles asistenciales” de forma que esta quede blindada “de toda politización”. El presidente de Sedisa coincide con la práctica totalidad de expertos en la necesidad de dotar a la red sanitaria de mayores recursos y de hacerlo “con presupuestos finalistas”. “Una de las afirmaciones realizadas desde Alemania respecto a su baja tasa de mortalidad por covid-19 es que su situación de partida era mejor por contar con un número mayor de camas de hospitalización, de UCI y de profesionales sanitarios por habitante”.

Para las residencias, es necesario “aumentar los recursos sanitarios en estos equipamientos y aumentar la coordinación con la red pública hasta quedar integrados prácticamente como un nivel asistencial más”, afirma Godoy. “El sistema debe transformarse hacia la integración entre niveles asistenciales y entre servicios sanitarios y sociales”, añade Estévez.

Los expertos también auguran cambios en los sistemas productivos y de aprovisionamiento, y también consideran necesario valorar la necesidad de crear reservas estratégicas. “Ha quedado en evidencia que no podemos depender de la producción de una o dos fábricas en China u otro país en materiales y productos estratégicos. Es un riesgo, no solo en caso de una pandemia, sino también por un terremoto u otro accidente”, explica Pedro Alonso, que contempla un “enfoque a nivel europeo, en el que el continente sea más autosuficiente, ya que irse al otro extremo y que cada país lo produzca todo tampoco es ni viable ni deseable”, concluye.

La solución, para Julio Mayol, del Clínico San Carlos, pasa, “inevitablemente” por atención primaria y salud pública: “Lo esencial es invertir ahí y que estén relacionadas, lo que no queremos es que la gente llegue a ese nivel [el hospitalario] y para eso hace falta mucha visión y estrategia”. Identificar, diagnosticar, seguir a los casos, que atención primaria tenga los recursos para abordar a los pacientes con menos síntomas, insiste Mayol, “no quiere decir que los hospitales no tengan los medios que necesiten, sino que no tengan que necesitarlos, y podría ser así si esas dos cosas funcionan”. Entre respiradores y salud pública, Mayol es tajante: “Yo pondría el dinero en salud pública, para que no haya que salvar vidas, para que la gente no se infecte”.

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