Rata, traidor, mercenario: dejar de escribir para RT

Los que escribimos debemos adecuar nuestras palabras a lo que creemos justo

Un vehículo de la cadena de televisión RT en la Plaza Roja de Moscú.GLEB GARANICH (REUTERS)

El pasado jueves 24 de febrero comuniqué a la dirección de Actualidad RT el cese de la colaboración que llevaba manteniendo con este medio en su sección de opinión web desde el año 2019. Aunque recibí felicitaciones al respecto, no creo ser merecedor de elogio. Los que escribimos, por pequeña que sea nuestra firma, debemos adecuar nuestras palabras a lo que creemos justo: la agresión militar rusa a Ucrania es intolerable. No creo, por otro lado, que los que trabajen para...

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El pasado jueves 24 de febrero comuniqué a la dirección de Actualidad RT el cese de la colaboración que llevaba manteniendo con este medio en su sección de opinión web desde el año 2019. Aunque recibí felicitaciones al respecto, no creo ser merecedor de elogio. Los que escribimos, por pequeña que sea nuestra firma, debemos adecuar nuestras palabras a lo que creemos justo: la agresión militar rusa a Ucrania es intolerable. No creo, por otro lado, que los que trabajen para RT deban ser señalados marcando sus cuentas en Twitter: cuidado con los estigmas. Así mismo considero que la censura preventiva que la UE ha ejercido sienta un peligroso precedente que, bajo la tensión de estas semanas, no hemos podido aún ni valorar.

De lo que también estoy convencido es que los insultos de los que he sido objeto en redes sociales —rata, traidor, mercenario― explican, por un lado, la escasa imaginación de quien los lanza y por otro un preocupante fenómeno que afecta a una parte de nuestra izquierda: la aceptación pueril y acrítica de que el multilateralismo es ser condescendiente hoy en Ucrania con lo que no toleramos hace 19 años en Irak. Aquellas protestas nos formaron a muchos políticamente, también como personas. No están los tiempos para perder trabajos ni para llevar la contraria a tus lectores. Pero tampoco están para asentir con la calculadora en una mano y el bote de somníferos en la otra. Mucho menos para transigir con un tipo de sociedad militarista y autoritaria.

El mismo jueves tuve la suerte de poder hablar por mi micrófono en Hora 25 y explicar que, además de enfrentar esta amenaza, la Unión Europea debería tener cuidado con el atlantismo que, a mi juicio, es una configuración del mundo en la que Europa es tan solo una extensión de los intereses estadounidenses. Creo que estoy en lo cierto, lo que sé es que al menos tuve la posibilidad de equivocarme. En este negocio se miente y manipula, también se trabaja honradamente. Las posibilidades laborales decrecen dramáticamente si tus posturas no encajan con las líneas editoriales dominantes. Pero en España, de momento, no nos jugamos la cárcel por analizar la actualidad como sí sucede en Rusia. Escribir va de contar, sobre todo, que lo bueno y decente que hemos conseguido no es una arbitrariedad, sino una elección que costó años construir y que se puede desbaratar en meses.

Una de las funciones que el Departamento de Estado adjudica a RT es la de “amplificar la protesta o el conflicto civil”, es decir, uno de los principales activos del periodismo, que no debería ser comodidad para los poderes políticos y económicos sino altavoz para los que no tienen tribuna. La cuestión no es tanto que RT sea incisiva en los países donde se emite y muda respecto a Rusia, sino que su poder blando se sustenta en ocupar los huecos que el sistema mediático tradicional deja libres, “contar lo que no se cuenta”, creando afinidad hacia su marca pero también hacia Putin. De este mecanismo surge mi oportunidad laboral, también la explicación a los apelativos de traidor. Lo que ni yo tuve en cuenta, ni tienen en cuenta ahora mis detractores, es que Putin es algo más que un conservador nacionalista con el que establecer complicidades, sino que su giro euroasiático entiende Europa occidental, también a su izquierda y a sus trabajadores, como un ente decadente y despreciable susceptible de sacrificar. Esto no se parece a 1947, sino más bien a 1914. Es la misma democracia, que defendemos aquí de los ultras, la que Putin amenaza con su modelo de sociedad.

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