Prohibido llevar perros al campo

Odias la ciudad, está llena de gente y coches, pero no tienes más remedio que aguantarte. Te gustaría vivir en el campo, pero no puedes: los coles de los niños, tener a mano la familia, tampoco quieres pasarte toda la vida en el coche. Te encanta la naturaleza y la vida al aire libre, te gusta la montaña, subir, bajar, correr y tumbarte, lo que sea, por la mañana o por la tarde.

Tienes dos perras, una es una Border Collie, la otra, recogida, la describimos como “...

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Odias la ciudad, está llena de gente y coches, pero no tienes más remedio que aguantarte. Te gustaría vivir en el campo, pero no puedes: los coles de los niños, tener a mano la familia, tampoco quieres pasarte toda la vida en el coche. Te encanta la naturaleza y la vida al aire libre, te gusta la montaña, subir, bajar, correr y tumbarte, lo que sea, por la mañana o por la tarde.

Tienes dos perras, una es una Border Collie, la otra, recogida, la describimos como “Border Chuchi”. Te hacen feliz, te mantienen en contacto con la naturaleza. Son deportistas, como tú, y como tú, soportan la ciudad a duras penas. Entre semana tienen que ir atadas, por las aceras es obligatorio, en los parques también es obligatorio llevarlas atadas. Buscas sitios donde soltarlas, y cuando lo haces miras a tu alrededor como un delincuente, no te vayan a pillar. Sabes, lo has visto, que hay países más civilizados donde los perros pueden ir en el metro, en el autobús, entrar en las tiendas y, en general, poder ser lo que son: compañeros ("mascotas" no me gusta). En fin, que tener perro en este país es ser un apestado, cosas del subdesarrollo.

¡Pero mañana es domingo! Todo eso quedará atrás. El plan es impecable: te levantas a las siete de la mañana y te pones en marcha. Así serás de los primeros en llegar a la montaña y disfrutarla antes de que se llene de gente. Cuando llegas al Valle de la Barranca, tras 50 kilómetros de coche, hace frío, unos 8 grados. Pero merece la pena: hay silencio, el aparcamiento está vacío, sólo unos cuantos montañeros y algún otro pirado como tú, con sus zapatillas de trial, el pantalón corto y la cartuchera con una botella de agua y dos barritas energéticas.

El plan es subir trotando hacia la Bola del Mundo y bajar corriendo, escuchando tu respiración y las pisadas rápidas de tus perras, felices por el frescor y los miles de olores que el bosque les devuelve. La luz de la mañana es increíble, se ve toda la sierra norte de Madrid, desde el Escorial a la Pedriza, y al final, de la bruma, salen las puntas de las cuatro torres Espacio. La primera luz de la mañana se desparrama por las rocas de granito, las jaras están todavía húmedas, y los enebros frescos.

¡UN MOMENTO! No puede ser. El cartel es rotundo. "¡PROHIBIDO PERROSSUELTOS!" Es curioso que de todas las prohibiciones que hay en el cartel, está es la que ha habido que destacar especialmente. El mensaje está claro: llevar un perro suelto es peor que circular en coche por un parque natural, arrancar flores, recoger setas, tirar basura, hacer fuego o acampar. Todas esas amenazas ecológicas son de segundo orden: lo verdaderamente amenazante es un perro suelto, un arma, al parecer, de destrucción masiva ecológica.

Por supuesto, me niego a respetar la prohibición: si este post sirve para autoinculparme ante las autoridades, que así sea. Pongo de testigo de que incumplo la norma a unas vacas, que miraron impasibles a mis perras mientras estas se acercaron con prudencia a olerlas y, con más valor probatorio, a un caminante que me reconvino por mi incívica conducta. "Tiene que atar a los perros", me dijo con tono agrio y enfadado.

Le podría haber dicho mil cosas: que era un discapacitado emocional incapaz de sentir nada por un perro, que era una ecologista de pacotilla por no amar la naturaleza en todas sus formas, o que era un ser humano incompleto, pero me callé y continué mi trote, dejando que el frescor de la mañana me llenara de paz. Y lo hice por dos razones: una, porque el represor que me reconvenía no entendería nada, dos, porque era evidente que yo era mucho más feliz que él. Gracias a mis perras por, paradoja final, hacerme más humano.

NOTA DE LA COORDINADORA SOBRE EL AUTOR: José Ignacio Torreblanca es profesor de Ciencia Política en la UNED ydirector de la oficina en Madrid del European Council on Foreign Relations. Experto en temas internacionales y europeos, podemos leerle cada viernes como columnista de EL PAÍSy también en elblogCafé Steiner. Pero sobre todo es el orgullosocompañero de vida (y de carreras) de dos border collieguapas a rabiar.

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