Southgate: nunca explicado, jamás comprendido
Inglaterra alinea a varias de las grandes figuras del torneo y el fútbol es un negocio de futbolistas, de tipos capaces de desnivelar la balanza del lado más inesperado
Finiquitada la primera fase del campeonato ya podemos sentenciar, sin riesgo a equivocarnos más de la cuenta, que el gran nombre propio de esta Eurocopa está siendo el de Gareth Southgate, seleccionador de Inglaterra y una de las figuras más controvertidas en la tierra de los inventores del futbol desde los tiempos de Wallis Simpson, aquella socialité estadounidense de la que se enamoró Eduardo VIII y por la que terminó abdicando del trono en fa...
Finiquitada la primera fase del campeonato ya podemos sentenciar, sin riesgo a equivocarnos más de la cuenta, que el gran nombre propio de esta Eurocopa está siendo el de Gareth Southgate, seleccionador de Inglaterra y una de las figuras más controvertidas en la tierra de los inventores del futbol desde los tiempos de Wallis Simpson, aquella socialité estadounidense de la que se enamoró Eduardo VIII y por la que terminó abdicando del trono en favor de su hermano, Jorge VI, abuelo del actual monarca.
Fue aquella una historia de amor que dividió al país y sumió a la monarquía británica en una crisis reputacional como la que ahora sufre Southgate, empeñado en una fórmula de éxito que hasta el momento solo ha dado como resultados un alto índice de aburrimiento, no poca incomprensión y un buen puñado de fracasos, si entendemos este último término como la reiterada incapacidad del seleccionador para conseguir los resultados esperados. Hace ya un tiempo que a los pross se les exige la victoria en un gran torneo, como si las demás selecciones fuesen comparsitas futbolísticas de la Commonwealth, y quizás por ahí pueda venir una parte del desencanto generalizado que confluye en la figura de Southgate, responsable último del combinado inglés.
Southgate fue un central correctísimo en su etapa como futbolista, condiciones nada despreciables cuando uno debe sostener las ilusiones de un pueblo que se alimenta a base de pescado frito y desayuna frijoles. El mantra actual asegura que un exfutbolista está mejor preparado para dirigir a un gran conjunto que cualquier entrenador de laboratorio, biblioteca y campos de tierra, lo que en sí mismo encierra una gran mentira, pero qué sería del fútbol profesional y los nuevos tiempos sin las grandes mentiras. Haber sido defensa central tan solo refuerza cierta idea de fortaleza argumental, de andamiaje inoxidable sobre el que construir un proyecto sin florituras ni pretensiones inalcanzables, y a ello se aplica Southgate con una perseverancia en la nada digna de admirar.
El fútbol británico lleva décadas siendo colonizado por técnicos llegados desde el viejo continente que no hacen más que enredar la concepción original de los ingleses con conceptos tácticos y metodologías de trabajo que han convertido a varios de sus equipos en verdaderas máquinas de divertir y ganar. Pero Southgate resiste, como los galos del cómic, y de su mano pareciera que el tiempo se haya detenido en los días previos a la invasión del talento extraño, a los días gloriosos de los Wenger, Klopp o Guardiola, a la creencia casi imperialista de que todo cae por su propio peso, que es en lo que anda Southgate planteando sus partidos como una mera cuestión de sumas e identidades.
Es posible que Inglaterra termine levantando la copa, incluso probable. En sus filas alinea a varias de las grandes figuras del torneo y ya se sabe que el fútbol sigue siendo un negocio de futbolistas, de tipos capaces de arrancarse cualquier corsé y desnivelar la balanza del lado más inesperado. Con solistas como Bellingham, Foden, Saka y Kane es más difícil perder que ganar, por eso tiene tanto mérito haber empatado dos partidos de los tres disputados y cultivar la desconfianza colectiva como arma secreta de cara a los duelos venideros, los partidos definitivos, los cruces a cara de perro. “Nunca explicada, jamás comprendida”, dijo Wallis Simpson de sí misma en cierta ocasión. Podría ser el lema de la casa Southgate en caso de que una nueva decepción empuje a la selección inglesa a una especie de juego de tronos.
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