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Los Warriors de Stephen Curry engrandecen su leyenda al ganar su cuarto título de la NBA en ocho años

Los de San Francisco derrotan a los Celtics (103-90) y logran el anillo en Boston, en el sexto partido de la eliminatoria (4-2). El base anota 34 puntos y es elegido mejor jugador de las finales

Stephen Curry (en el centro), elegido mejor jugador de la final, celebra el título de la NBA con sus compañeros.Foto: ELSA (AFP) | Vídeo: REUTERS
Iker Seisdedos

Los Golden State Warriors de Stephen Curry ensancharon los contornos de su leyenda este jueves en Boston, pusieron el broche a su particular historia de superación y se alzaron con su cuarto anillo en ocho años. Por si fuera poco mérito, ganaron (103-90) en el sexto partido de la eliminatoria (4-2) y a domicilio, ante una de las aficiones con más solera de la NBA. Los de San Francisco pasaron por encima de unos Celtics que, zarandeados por la realidad, despertaron en casa, con la ropa puesta y con la resaca de la oportunidad perdida de volver, tanto tiempo después, al exclusivo club de los elegidos para la gloria.

Han pasado cuatro años desde que los Warriors levantaron su último trofeo. Cuatro años que se sintieron al término del partido como un paréntesis injustamente largo para el triunvirato de sus estrellas: Curry, que obtuvo por primera vez en su carrera ―y como era de esperar― el trofeo MVP al mejor jugador de la final, Klay Thompson y Draymond Green.

Se conocieron siendo unos muchachos y llevan jugando juntos una década, en la que han logrado cuatro campeonatos; tres de ellos antes del paréntesis obligado por la partida de Kevin Durant y por una pavorosa lesión de Thompson, que lo mantuvo fuera de juego 31 meses, hasta su regreso en el pasado enero. Aún no está en la plenitud de sus facultades, pero las que a día de hoy le asisten bastaron para que los suyos se llevaran un campeonato que, no es demasiado echar a volar la imaginación, a él le habrá sabido especialmente a gloria. El de esta temporada es el séptimo título de la franquicia, que desempata así con los Chicago Bulls y se coloca la tercera en el palmarés (por detrás de los Celtics y de Los Angeles Lakers, empatados a 17).

El triunfo apuntala la grandeza de Curry, un jugador de 34 años que ha marcado una época y ha dado un golpe de timón a un juego que en cierto modo se ha adaptado a sus virtudes de tirador infalible y travieso. Este jueves, que no empezó como uno de sus jueves más brillantes, su leyenda se hizo un poco más grande. El base de los Warriors supo sobreponerse a un arranque decepcionante y acabó como siempre: máximo anotador, empatado a 34 puntos con Jaylen Brown, de los Celtics, y con siete rebotes, siete asistencias y seis triples en su casillero.

Cuando el reloj apuraba los últimos segundos del encuentro, no pudo evitar abrazarse en la banda a su padre. Y luego dijo a la prensa: “Lograr este campeonato es especialmente emocionante, por lo que nos ha costado volver hasta aquí”. Su entrenador, Steve Kerr, confirmó después que sin él nada de todo esto habría sido posible. El trío que Curry ha formado en estos años con Thompson y Green se da con esta victoria un homenaje a la altura de pocas dinastías de la NBA. Para los futurólogos queda analizar si este será o no su último hurra.

Para los Celtics, sencillamente, no pudo ser. En un partido que dominaron solo durante un suspiro en el arranque, los Warriors se impusieron con autoridad a un equipo local cansado, falto de concentración e ideas y rebosante de ansiedad, que no supo estar a la altura de las circunstancias de disputar su primera final en 12 años. Tampoco sirvió de estímulo el hecho de que hayan transcurrido 14 largos años desde que lograran su último campeonato.

Los aficionados que llenaron el estadio TD Garden, engalanado hasta los topes de verde, como el resto de una ciudad volcada con la final, empezaron celebrando cada canasta, cada falta personal y cada rebote como si fuesen los definitivos, y acabaron instalados en la impotencia, negando con la cabeza y en algunos momentos del final de la primera mitad hasta abucheando a los suyos.

Curry, mejor jugador

La cosa estuvo a punto de llegar a mayores cuando su gran estrella, Jayson Tatum, que no ha acabado de encontrarse a sí mismo en estos playoffs, perdió una bola de ataque a tres minutos y medio del final del encuentro. El marcador señalaba una diferencia de 12 puntos y el árbitro le pitó pasos. Después de eso, pareció que los suyos definitivamente habían bajado los brazos, y algunos aficionados empezaron a enfilar la salida. También comenzaron los gritos de “¡MVP, MVP!” cuando Curry disfrutaba de la posesión. El TD Garden lo ha tenido estas últimas semanas como su bestia negra predilecta (con permiso de Draymond Green), pero en este estadio, la nobleza (del baloncesto) también obliga. Aunque es verdad que no hacía falta ser adivino para apostar que se llevaría un trofeo que, ay, lleva el nombre de una de las glorias eternas de Boston, Bill Russell, que lo ganó 11 veces.

La ciudad, una de las de mayor tradición baloncestística de Estados Unidos, se había creído que este equipo, nutrido de jugadores jóvenes como Tatum, y, como él, capaces de lo peor y de lo mejor en un pestañeo, sería capaz de devolverles a los viejos, buenos tiempos. Al menos, les queda el consuelo del camino que aún tienen por delante.

Y eso que los Celtics salieron muy concentrados, y en cuestión de dos minutos ya estaban, en un arranque soñado, 10 arriba (12-2). Pero luego, jugadores y afición despertaron del sueño, y aquellos encadenaron una serie intolerable de ataques fallidos. Cuando se quisieron dar cuenta, perdían, al final del primer cuarto, de cinco puntos (22-27). Aunque a Curry, insólitamente descentrado, nada le salía: tuvieron que pasar siete minutos y medio para que marcara (una canasta que, además, resultó ser de dos). En la antepenúltima jugada de esos primeros 12 minutos metió, eso sí, uno de esos triples suyos que ignoran las leyes de la física.

El segundo cuarto arrancó como si se reflejara en un espejo cóncavo con el primero. No habían pasado ni dos minutos y los de San Francisco ya ganaban de 15 puntos, merced a un parcial de 21-0 a su favor y a un Draymond Green que al fin parecía encontrar su lugar en la eliminatoria, cinco partidos y medio después. A falta de motivos para celebrar a los Celtics, el estadio se puso en pie cuando recibió la visita de Gabby Giffords, que fue congresista por Arizona entre 2007 y 2012. En 2011, sobrevivió a un tiroteo masivo, y desde entonces es una de las más destacadas activistas contra la violencia armada en Estados Unidos, una epidemia que vuelve a tener en vilo al país.

Un último espejismo

Un tiempo muerto pareció devolverles entonces la vida a los locales, que marcaron siete puntos por ninguno de los Warriors. Pero no fue sino un espejismo. Los visitantes llegaron a ponerse en el segundo cuarto 21 puntos por delante. La cosa terminó con una diferencia de 15 a su favor. Y la certeza de que, sin despeinarse demasiado, lo habían hecho todo mejor en la primera mitad. Atraparon 26 rebotes contra los 17 de los Celtics, que encestaron tres triples (de 14) frente a los 10 (de 23) de los contrarios. En otras palabras, con 13 pérdidas de balón, se fueron al descanso con los mayores déficits de los Celtics en su historia en las finales de la NBA

El tercer cuarto llevó para los locales el nombre de Al Horford, que en la primera final de su carrera fue en la última velada, y junto a Jaylen Brown, el mejor de los suyos: metió tres triples seguidos y mantuvo encendida la llama mortecina de los Celtics. Hasta se levantaron de la tumba, y por un momento pareció posible la remontada, cuando los locales lograron reducir la diferencia a 10 puntos al final del tercer cuarto. Fue solo uno de esos reflejos pos mortem que añaden picante a cualquier velatorio, pero se quedan solo en eso, un susto.

El último cuarto volvió a demostrar que el equipo local llegaba más cansado que el contrario a este trance, tras unas eliminatorias agónicas que demostraron su capacidad de resiliencia y que invitaron a sus aficionados a no perder la esperanza cuando encadenaron dos derrotas seguidas, en el cuarto y quinto partidos de las finales, primero en Boston, donde realmente lo tuvieron a mano, y luego en San Francisco.

La noche acabó con una imagen que lo resumía todo para los Celtics: con el estadio vacío, un trabajador la emprendía con martillo bien grande contra una escultura de hielo que celebraba la posibilidad de que ganaran este año su decimoctavo anillo. La decepción no es la clase de sentimiento que uno se sienta a ver cómo se derrite lentamente.

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Sobre la firma

Iker Seisdedos
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Licenciado en Derecho Económico por la Universidad de Deusto y máster de Periodismo UAM / EL PAÍS, trabaja en el diario desde 2004, casi siempre vinculado al área cultural. Tras su paso por las secciones El Viajero, Tentaciones y El País Semanal, ha sido redactor jefe de Domingo, Ideas, Cultura y Babelia.

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