Dulce Pontes: “Renuncié a grabar discos de cierto tipo solo porque estaban de moda”

La cantante portuguesa repasa en un concierto en Madrid sus 35 años de carrera singular, tras liberarse de la carga de ser señalada como la heredera natural de Amália Rodrigues

Dulce Pontes, en Montijo (Portugal) en abril de 2024.João Henriques

Hay dos gigantes que marcaron la carrera de Dulce Pontes (Montijo, Portugal, 55 años). De uno de ellos, el de Amália Rodrigues, huyó para evitar la maldición de convertirse en sucesora. Del otro, el de Ennio Morricone, absorbió lecciones humanas y profesionales, como el consejo de que la emoción debe arrodillarse ante la técnica. La importancia del músico italiano en su su vi...

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Hay dos gigantes que marcaron la carrera de Dulce Pontes (Montijo, Portugal, 55 años). De uno de ellos, el de Amália Rodrigues, huyó para evitar la maldición de convertirse en sucesora. Del otro, el de Ennio Morricone, absorbió lecciones humanas y profesionales, como el consejo de que la emoción debe arrodillarse ante la técnica. La importancia del músico italiano en su su vida es tal que cuando se le pregunta a la cantante portuguesa lo más sobresaliente de los 35 años de carrera que ahora celebra —este sábado con un concierto en el teatro Albéniz de Madrid dentro del Universal Music Festival— responde escueta: “Ennio Morricone”.

Se encontraron en una de las 500 películas para las que trabajó Morricone como compositor. En Sostiene Pereira, que adaptaba la exitosa novela lisboeta de Antonio Tabucchi con Marcello Mastroianni de protagonista, Pontes cantaba A brisa do coraçao. Fue el principio de un idilio artístico que culminaría en un disco conjunto, Focus (2003), donde la portuguesa cantaba el tema principal de la banda sonora de Cinema paradiso y que les llevó de gira por todo el mundo. “Para mí, él fue lo máximo como músico y como persona por todo lo que aprendí y vivimos juntos, los escenarios que pisamos durante los últimos tres años. No me cabe duda de que sería una artista diferente sin Ennio”, concluye la cantante portuguesa durante una entrevista realizada en Montijo, la localidad de la margen sur del Tajo donde nació en una familia que no vivía profesionalmente de la música, pero que tenía la música por todas partes.

En esa casa, donde el padre cantaba con voz de tenor y el tío como el fadista bohemio que era, Dulce soñó con ser bailarina de danza contemporánea y pianista hasta que un anuncio que buscaba buenas voces para la publicidad se cruzó en su camino. “El destino decidió por mí, pero seguí bailando y hace dos años pude cumplir el deseo de bailar en dos videoclips. ¡A los 53!”, ríe. De la publicidad llegaría, en 1991, a representar a Portugal en el Festival de Eurovisión con Lusitana Paixão. Y es, junto a Salvador Sobral, que ganaría el certamen con Amar pelos dois en 2017, la participante portuguesa que mayor fama internacional ha alcanzado.

Ambos, desde diferentes estrategias, lograron sacudirse el cliché de artista eurovisivo. Tampoco tendrían la misma relación con sus temas. Sobral renegó un tiempo de su éxito y se negaba a cantarlo en conciertos hasta que decidió que no tenía derecho a hurtárselo a sus seguidores. La canción eurovisiva de Dulce Pontes, que está entre las diez artistas que más discos han vendido en Portugal, no alcanzó la dimensión internacional que tuvo la de Sobral, pero sí lo lograría más tarde con otras composiciones como Canção do mar. “Siempre que me canso de un tema, lo retiro del repertorio. A lo largo de 35 años, ha ocurrido. Luego suelo recuperar el deseo de cantarlo de nuevo, tal vez con otro arreglo, y lo incluyo otra vez. Podría haberme ocurrido eso con Canção do mar, pero tiene tanta belleza que nunca me hartaré de cantarla”, explica.

Tras su primer disco en 1992, todos vieron dibujarse el fantasma de Amália a las espaldas de Dulce. Es una tradición portuguesa, casi un deporte, atisbar en cada artista emergente los ecos de la gran dama del fado. Desde que murió hace 25 años perdura la búsqueda de su heredera, igual que los flamencos se entretienen adivinando donde está el próximo Camarón. Un peso que puede acabar sepultando a quienes están tratando de abrirse un camino y encontrar una personalidad artística. “Es difícil sobre todo cuando la amas y la consideras una maestra. Yo nunca imité a Amália, nunca, siempre tuve cuidado de no pisar esa línea”, sostiene tajante. “Cuando tenía que cantar sus fados [como hizo en Lágrima o Estranha forma de vida], dejaba de escucharla durante un tiempo porque es tan fuerte su emoción y su forma de interpretar que me ponía a dieta de Amália, dejaba de escucharla a ella para escucharme a mí”.

Después de 35 años parece claro que ha vencido la batalla por ser ella misma. “Con disciplina y autorrespeto y marcando muy bien quién es Dulce Pontes, creo que lo he logrado”, señala. Pero no fue fácil. “A veces me sentía mal, me sentía culpada sin tener culpa, pero en aquellos años alrededor de su muerte [Amália Rodrigues falleció en octubre de 1999], era casi prohibido grabarla. Nadie se había atrevido a hacerlo excepto António Variaçoes, aunque es verdad que a algunas personas se le debería prohibir grabar los temas de Amália”, concluye entre risas.

Fuera de Portugal, donde se ha construido una carrera que la ha llevado por escenarios como el Royal Albert Hall de Londres o el Carnegie Hall de Nueva York, pasó a entrar en esa categoría libérrima y relajada llamada ‘músicas del mundo’. “Al principio en las discográficas no sabían muy bien donde ubicarme, si en jazz o en clásica, cuando empecé todavía no existía el rincón de la world music y tenemos la extrema necesidad de poner etiquetas”, recuerda Pontes, que lo mismo canta poemas de Fernando Pessoa que temas de José Afonso o Camarón.

A lo largo de nueve discos de estudio –el último, Perfil, es de 2022– muestra que la curiosidad y la inquietud son sus grandes motores, como se acredita en sus incursiones por la música griega junto a Eleftheria Arvanitaki o las músicas tradicionales de Kepa Junquera, Uxía o Carlos Núñez. En 2008 hizo una gira con Estrella Morente que era un viaje por la copla, el fado, el flamenco y la poesía. Aquel dúo se emparentaba con otro, mítico, que improvisaron Amália Rodrigues y Lola Flores en un plató de televisión para cantar juntas El lerele en el programa Sabor a Lolas, que se emitió entre 1992 y 1993 en Antena 3.

Pontes eligió a menudo el camino difícil: “Renuncié a realizar grabaciones de discos de cierto tipo solo porque estaban de moda y podrían ser interesantes monetariamente, renuncié a vender mi libertad”. Adora el fado, aunque no se siente solo fadista. “No he huido del fado, pero no solo canto fado. Por mi actitud mental y por mis capacidades, sería limitarme mucho quedar solo como cantante de fado. Me gusta componer y escribir, aunque tardé en asumirlo, no tenía fe, solo con el tiempo fui ganando esa confianza”.

Ahora guarda ya tres cajas con sus escritos literarios: poemas, prosa y una obra de teatro.

–¿Ha pensado en publicarlos?

–Después de muerta.

Y se ríe.

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