Klimt se enfrenta a los artistas que le inspiraron en una exposición en Ámsterdam
El museo Van Gogh desvela las influencias internacionales del pintor vienés en una muestra que ha retrasado dos años su apertura por la pandemia
Gustav Klimt (1862-1918), el pintor simbolista austriaco de los cuadros dorados y de sensuales retratos femeninos, tuvo una carrera prolífica y turbulenta. Viajó por Italia y España, estuvo en Francia y Alemania, y triunfó muy pronto en la Viena del imperio austrohúngaro con una pincelada acorde con el academicismo historicista del siglo XIX.
Tras el éxito inicial, su estilo evolucionó de tal modo que sus obras finales poseen un vocabulario pictórico distinto, lo que le valió numerosas críticas. Al mismo t...
Gustav Klimt (1862-1918), el pintor simbolista austriaco de los cuadros dorados y de sensuales retratos femeninos, tuvo una carrera prolífica y turbulenta. Viajó por Italia y España, estuvo en Francia y Alemania, y triunfó muy pronto en la Viena del imperio austrohúngaro con una pincelada acorde con el academicismo historicista del siglo XIX.
Tras el éxito inicial, su estilo evolucionó de tal modo que sus obras finales poseen un vocabulario pictórico distinto, lo que le valió numerosas críticas. Al mismo tiempo, absorbió las influencias de otros artistas sin copiarles. Tomaba algunos elementos, ya fuese de la composición o de una técnica concreta, de colegas cuyas obras le interesaron, como Rodin, Monet, Matisse o Van Gogh. El pintor vienés es hoy excepcionalmente famoso y cotizado, y una muestra conjunta llevada a cabo por el museo Belvedere, de Viena, y el Van Gogh, de Ámsterdam, indaga por primera vez en sus fuentes de inspiración.
Abierta el 7 de octubre en la capital holandesa, donde estará hasta el 8 de enero de 2023 para viajar luego a Viena, y titulada Golden Boy, Gustav Klimt (Gustav Klimt, el chico dorado), la pandemia retrasó dos años el estreno de esta exposición. En ella se han logrado reunir 24 cuadros y 12 dibujos de Klimt, y una cifra similar de obras de artistas que le influyeron. Desde Toulouse-Lautrec y Edvard Munch, a John Singer Sargent y August Rodin. Algunas piezas de Klimt proceden de colecciones particulares, como Serpientes de agua II, que llevaba sesenta años sin ser expuesta. En esa obra, cuatro ninfas acuáticas desnudas se deslizan por la tela en una escena entre la ensoñación y el erotismo, que puede interpretarse como una relación lésbica. Algo poco aceptable para el público de 1907. Abajo, a la derecha, una de ellas mira al espectador.
Un poco más allá reclama atención Judith, un retrato de 1901 de la viuda judía bíblica que le corta la cabeza al general asirio Holofernes. Klimt la pinta con una mezcla de orgullo, poderío y hechizo, y es uno de los primeros ejemplos de aplicación de pan de oro a sus cuadros. Precisamente, su época dorada (1901-1909) tal vez sea la más reconocible, aunque su Judith es mucho más que el asombro de la lámina del metal precioso aplicado a lienzo y marco. Con el cabello a la moda del momento, gargantilla cegadora y un vestido semiabierto, se aleja de una recreación al uso de la viuda del Antiguo Testamento.
Buena parte de las obras de la exposición son de gran tamaño, con figuras sobre fondos profusamente decorados. Renske Suijver, conservadora del museo Van Gogh, explica: “Al enfrentar las piezas de Klimt con las de los artistas que le inspiraron, tratamos de ilustrar el desarrollo estilístico del pintor, que pasó del hiperrealismo inicial a una explosión de color en retratos como los de Adele Bloch-Bauer [una mecenas judía a la que plasmó en dos ocasiones] y en los paisajes. Al mismo tiempo, al mostrar de forma cronológica obras de todos sus periodos, vemos discurrir temas universales, como el amor o la muerte”.
Como Klimt era poco aficionado a los viajes largos, no estuvo en contacto con miembros de la vanguardia europea. Por otra parte, él tampoco incidió en los movimientos artísticos de París, así que el influjo de sus colegas internacionales llegó a través de exposiciones o reproducciones de obras que vio en Viena. Y eso ocurrió casi de golpe, porque antes de 1897, cuando funda la asociación artística Secesión, el arte moderno internacional era prácticamente desconocido en la ciudad. Con Secesión, una especie de cooperativa independiente de artistas, se rompió con la tradición conservadora vienesa, “presentando a creadores belgas, franceses, británicos y holandeses, en busca del arte internacional progresista de la época que pudiese hacer avanzar el suyo”, explica Lisa Smit, también conservadora de la pinacoteca holandesa. Klimt quería hacer cosas nuevas, “a diferencia de otros artistas, que se mantenían en su estilo si veían que tenían éxito”.
En una de las salas del museo holandés se ha reproducido a tamaño real el mural titulado Friso de Beethoven, una oda a la Novena Sinfonía del compositor alemán. La obra causó gran controversia en 1902 porque sus múltiples desnudos femeninos, algunos esqueléticos y otros envejecidos, se consideraron repelentes. “Klimt recibió muchas críticas, pero contaba a su vez con un grupo que le apoyaba y le hacía encargos. Entre ellos había figuras de la élite judía vienesa, que decoraban sus casas de manera vanguardista, y los retratos de Klimt encajaban en ese ambiente”, añade Smit.
Una de las damas que le requirió es Adele Bloch-Bauer, de la que pintó un primer cuadro, titulado Adele Bloch-Bauer I. Conocido también como La dama dorada, fue robado por los nazis en 1941. Estuvo colgado en el museo Belvedere durante años, pero fue devuelto en 2006 a María Altmann, sobrina del esposo de Adele. Ella lo vendió después a la Neue Gallery, de Nueva York, y no ha salido de Estados Unidos. Sí ha viajado a Países Bajos en cambio el cuadro Adele Bloch-Bauer II. Es monumental, con un rostro y brazos de trazo realista, y el resto del cuerpo casi confundido con los adornos del fondo. Su composición está próxima a Matisse y se prepara para el eco de Van Gogh. Klimt pudo ver el trabajo del artista holandés al menos en tres ocasiones, entre 1903 y 1909, según Smit: “En esos años llevaron a Viena ejemplos de los neoimpresionistas y los fauvistas. En 1906 hubo una muestra con 40 obras de Van Gogh. En este caso el elemento que le influyó fue técnico. Se reconoce en los campos de flores, que son como tapices decorativos”.
Hijo de un grabador de oro, Klimt trabajó desde muy joven con uno de sus hermanos, Ernst, también pintor, y en la técnica clásica de sus inicios hay ecos de Lawrence Alma-Tadema. Este artista holandés afincado en Reino Unido fue famoso por sus escenas de la Antigüedad. Klimt se hizo cargo de Helene, la esposa de su hermano, y de la hija de ambos tras la muerte de Ernst, en 1892. La hermana de Helene era la diseñadora Emilie Flöge, con la que Klimt mantuvo una relación que duró hasta la muerte de él. Fue su compañera vital a pesar de las numerosas amantes e hijos con otras mujeres —algunos reconocidos— que se le atribuyen al pintor.
Muchos de los motivos decorativos de sus cuadros salieron de las telas ideadas por Flöge, una empresaria de éxito que tenía un salón vienés de alta costura. Un imponente retrato suyo, fechado en 1902, cuelga en la muestra de Ámsterdam, y en el estampado en verdes y azules hay destellos dorados. Al final del recorrido se encuentra La novia, su último cuadro, inacabado. Klimt murió de gripe en 1918, a los 55 años, con la tela aún en el caballete. Emilie Flöge falleció en 1952, con 77 años.