Tedio y jolgorio

Oscar Tusquets reedita su testamento 30 años después. Desde entonces, se ha afirmado la posición de los ‘tusquetianos’ y ha desaparecido la llamada “escuela de Barcelona”

El artista Oscar Tusquets, en su domicilio de Barcelona. CONSUELO BAUTISTA

Cuando hace 30 años comenzó Oscar Tusquets a decir (o quizás a aullar) que estaba hasta la coronilla del arte de vanguardia y que ya no soportaba más progresismo soporífero, las monjas de la corrección (las de entonces) se horrorizaron y salieron huyendo con las sayas arremangadas con ambas manos como si hubieran visto a un fauno en actitud exigente. En Barcelona dominaba entonces, y aún ahora, una arquitectura mona, simple, rebosante de buenas intenciones, mezquina y de venta fácil, la llamad...

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Cuando hace 30 años comenzó Oscar Tusquets a decir (o quizás a aullar) que estaba hasta la coronilla del arte de vanguardia y que ya no soportaba más progresismo soporífero, las monjas de la corrección (las de entonces) se horrorizaron y salieron huyendo con las sayas arremangadas con ambas manos como si hubieran visto a un fauno en actitud exigente. En Barcelona dominaba entonces, y aún ahora, una arquitectura mona, simple, rebosante de buenas intenciones, mezquina y de venta fácil, la llamada “escuela de Barcelona”. Era la continuación nunca interrumpida del paralelepípedo de cristal sostenido por pilotis innecesarios y otros inventos de finales del siglo XIX y comienzos del XX. Pero, claro, para que la caja de cristal y acero tenga grandeza la ha de concebir Mies van der Rohe, y los pilotis son cosa de Le Corbusier, pero no de los discípulos terminales de Gropius casi todos nacidos en el medio rural y muy paisajistas de calendario.

Uno se pregunta por qué provocó semejante indignación una pura expresión de gusto, como decir que a uno le parece más elegante la peineta que la barretina, sobre todo cuando algunos del clan posmoderno, como Michael Graves, habían alcanzado considerable reconocimiento entre las vírgenes sensatas. La inquina contra Oscar seguramente se debía a que no le podían perdonar las dos gigantescas columnas dóricas que abrían, en su casa, sobre un huertecillo florentino. Eso y que hubiese montado la mejor cocina profesional de la ciudad para uso y disfrute personal.

Resumiendo, es un asunto que requiere estudios de antropología aplicada: a Oscar la burguesía barcelonesa de ultraizquierda (la misma de hoy) no le perdonaba que gozara, que se divirtiera con un asunto tan serio como la arquitectura catalana, que eligiera el escándalo en una sociedad levítica que todo lo arreglaba en silencio y pagando. Ha de tenerse en cuenta que la grandeza, esa virtud antigua, tan helénica como medieval, está muy mal vista en la sociedad monjil y burguesa de Barcelona cuyos hitos actuales en materia política son Iceta, Montilla e Illa, claros varones de las marcas.

Pues bien, 30 años más tarde vuelve a editar Tusquets (en Tusquets) su testamento con el título Sin figuración, poca diversión, que ya lo dice todo. Ha pasado el tiempo. Se ha afirmado la posición de los tusquetianos, de los punkis, de los brutalistas, de los deconstructivos, de cualquiera con un poco de ambición y ha desaparecido la escuela de Barcelona. También han desaparecido algunos artículos fenomenales de ediciones anteriores como el de la arquitectura del tacón de aguja, quizás para evitar amostazar a las actuales vestales. El libro entero, prefiera uno las cajas de cristal o las columnas de acanto, sigue siendo inteligente, impertinente, divertido, insostenible e instructivo.

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