Joni Waka: un personaje de Murakami suelto en Tokio
Un judío sefardí nacionalizado japonés de biografía desconcertante y muy conocido en los círculos culturales de la capital japonesa se jacta de ser Johnnie Walker, el asesino de gatos en la novela ‘Kafka en la orilla’
Cuando los estudiosos occidentales de Haruki Murakami llegan a Tokio para adentrarse en el universo del autor japonés más leído de la historia, tarde o temprano se encuentran con un judío sefardí nacionalizado japonés que se jacta de ser Johnnie Walker, el verdugo de los gatos en la novela Kafka en la orilla (2002). En los círculos culturales de Tokio es conocido como Joni Waka, marchante de arte, coleccionista y gestor cultural, “capaz de hablar 11 idiomas y maldecir muy bien en ocho″. Se decl...
Cuando los estudiosos occidentales de Haruki Murakami llegan a Tokio para adentrarse en el universo del autor japonés más leído de la historia, tarde o temprano se encuentran con un judío sefardí nacionalizado japonés que se jacta de ser Johnnie Walker, el verdugo de los gatos en la novela Kafka en la orilla (2002). En los círculos culturales de Tokio es conocido como Joni Waka, marchante de arte, coleccionista y gestor cultural, “capaz de hablar 11 idiomas y maldecir muy bien en ocho″. Se declara gay, “adicto al diseño” y dirige una fundación sin ánimo de lucro llamada The ART Foundation que patrocina a artistas, organiza exposiciones y ha otorgado premios a personalidades locales como Kengo Kuma (el arquitecto del Estadio Nacional de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020) o el colectivo artístico Chim↑Pom. En la película Mapa de los sonidos de Tokio, de la española Isabel Coixet, Waka aparece como uno de los comensales que en la secuencia inicial come sushi sobre una mujer desnuda.
Waka cuenta que conoció al autor de Kafka en la orilla en enero de 1997, en el lujoso hotel Strand de Rangún (Myanmar), en la fiesta de la boda de una escritora birmana con un amigo común, Alfred Birnbaum, considerado el traductor que lanzó la obra de Murakami al mercado editorial estadounidense y mundial. Cuando apareció Kafka en la orilla, Waka se reconoció en Johnnie Walker, pese a que sale retratado como un siniestro asesino de gatos ataviado con el frac rojo, el pantalón blanco y las botas negras del personaje que adorna la etiqueta del famoso whisky escocés.
El hecho de que Johnnie Walker mate gatos para comerse sus corazones es una broma entre amigos, asegura Waka, que explica que se trata de una burla a su “incruenta dieta kosher”. Al igual que Waka, el personaje de Murakami es un extranjero que puede hablar japonés y se hace acompañar de un perro cuyo tamaño intimida.
Cada día, el Waka real recorre galerías y exclusivas tiendas de diseño a bordo de un Mercedes Benz siempre flamante, pues, explica, la casa alemana se lo renueva cada seis meses con fines publicitarios. A cambio, él ejecuta una pequeña performance cada vez que abre la puerta trasera del coche para que baje Bogie, un enorme perro de la raza crestada rodesiana, famosa por la raya en el pelaje de su espina dorsal.
Tiene 72 años y su biografía es una acumulación de episodios desconcertantes que, reconoce, han convertido lo extraño en rutina y hacen que cada día de su vida se parezca mucho a una página de Murakami. El periplo histórico de sus antepasados incluye Egipto, España, Portugal, India, Birmania y China. Waka nació en San Francisco (Estados Unidos) por accidente, cuando su familia escapaba de una persecución comunista en Harbin (Manchuria). Volvieron a Asia y el Gobierno nipón les dio acogida en Kobe, un próspero puerto en el Pacífico donde recibieron pasaportes japoneses y fueron obligados a niponizar sus nombres. Su padre comerciaba con algodón, carbón y granos, y Joni y su hermano menor Niko fueron enviados a estudiar a otros países.
Sus ancestros españoles se remontan a Pamplona y explica que en la sinagoga de Tokio su nombre está registrado como Joaquim de Navarra. Su conversación en español tiene acento mexicano, pues cursó estudios universitarios de psicología en México. Nunca ha visitado España, aunque dice que le encantaría ir algún día. No intentó acogerse a la ley de 2015 para conceder la nacionalidad española a los sefardíes, como reparación por la expulsión de hace más de 500 años, porque “requería demasiado papeleo”, confiesa.
La vida real
Para Waka, Kafka en la orilla es uno de los libros de Murakami cuya trama está entre las “más fáciles de seguir y de entender”. Pero prefiere novelas negras como Out, de Natsuo Kirino, cuando se trata de conocer el Japón real y la dureza de la vida del japonés promedio. Su larga residencia en Japón le ha dejado con un sentimiento agridulce hacia el país y sugiere que en otro lugar habría podido ser más feliz: “Siento lo mismo que podría sentir un negro de un pueblo pequeño de Misisipi al que le ha pasado de todo. No se quiere marchar porque es lo único que conoce. Japón es mi casa”.
Alfred Birnbaum, que también habla español por sus estadías en México y Barcelona, aclara que cuando Kafka en la orilla fue publicada en Japón, él ya no era el traductor de Murakami. Recuerda haber leído esa obra con menguado interés, pues Murakami “ya había dejado de ser un humorista”. Birnbaum tradujo los siete primeros libros del autor al inglés y asegura que sus traducciones se usaron, y se siguen usando, para las versiones en idiomas como el polaco. Traducir a Murakami, continúa, no es una labor particularmente ardua pues “no es un gran estilista”. Se trata de un “guionista que crea episodios inconexos de un manga y sus personajes carecen de profundidad”.
Murakami, contactado a través de su editorial, Shinchosha, declina confirmar si Waka fue el modelo de su personaje, lo que hace pensar que el autor japonés coincide con Mario Vargas Llosa cuando recibió la llamada en su casa de Lima de un personaje de su propia creación (el capitán Pantaleón Pantoja): “Me negué a verlo, fiel a mi creencia de que los personajes de ficción no deben entrometerse en la vida real”.