Almudena Grandes: nuestra Almu

Torrencial en su literatura y en sus afectos, lo mismo remataba una novela memorable que improvisaba en su casa una comida para una multitud

Almudena Grandes, fotografiada en Italia en 1991.Leonardo Cendamo (Getty Images)

Tenía tanta vida dentro, tanto apego a la vida, que la vida le ha pasado una factura demasiado cruel y demasiado injusta. Ella, torrencial en su literatura y en sus afectos, con la vehemencia de quien comprende que tanto el amor como la literatura exigen una entrega incondicional y apasionada; ella, que podía con todo, no ha podido con esto y cuesta creer que le haya tocado la carta de la muerte temprana. Ella, nuestra amiga, la más diligente, la siempre resolutiva, la que ascendía a los amigos a la categoría de familiares, la matriarca cariñosa y sabia que lo mismo remataba una novela memorab...

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Tenía tanta vida dentro, tanto apego a la vida, que la vida le ha pasado una factura demasiado cruel y demasiado injusta. Ella, torrencial en su literatura y en sus afectos, con la vehemencia de quien comprende que tanto el amor como la literatura exigen una entrega incondicional y apasionada; ella, que podía con todo, no ha podido con esto y cuesta creer que le haya tocado la carta de la muerte temprana. Ella, nuestra amiga, la más diligente, la siempre resolutiva, la que ascendía a los amigos a la categoría de familiares, la matriarca cariñosa y sabia que lo mismo remataba una novela memorable que improvisaba en su casa, en un abrir y cerrar de ojos, una comida para una multitud, por la simple celebración del estar juntos. Y las risas, y las canciones, y las coplas de carnaval con las que se reía tantísimo, y las ocurrencias frívolas de la madrugada, cuando la vida nos parecía a todos una cosa sin fecha de caducidad.

Estoy escribiendo esto sin poder escribirlo… Por mucho que una muerte cercana se anuncie, cuando te llega su noticia entras en una especie de vacío de realidad: esto no puede haber pasado.

Almudena, que tenía un corazón muy grande, escribió una novela titulada El corazón helado, que es como lo tengo ahora, con el frío del dolor muy adentro.

No puedo escribir más. Escribo estas líneas deslavazadas y urgentes porque no tengo otra forma de decirle que la querré siempre, que la recordaré siempre, que la leeré siempre. Y no digo que la echaré de menos porque, mientras yo viva, ella seguirá en mí, como seguirá en la memoria de los muchos que la quisieron, que la recordarán, que la leerán desde la admiración por la escritora y desde el privilegio de haber compartido con ella un largo tramo de vida. La vida que ella tanto amó. La vida que le ha pasado esta factura tan cruel, esta factura tan injusta.

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