Ni covid ni Zoom

El éxito de la Feria del Libro, presencial por definición, no será que crezcan las ventas, sino que no aumenten los contagios

Inauguración de la Feria del Libro de Madrid.Víctor Sainz

Hasta el coronavirus, la experiencia enseñaba que al usar el sintagma feria del libro unos hacían hincapié en la palabra feria y otros, en la palabra libro. Unos (los libreros) aprovechaban los 17 días del Retiro para cuadrar las cuentas y facturar hasta el 20% del año. Los otros (los editores) pagaban ―y pagan― más por las mismas casetas para demostrar que sus catálogos no solo contienen novedades. Como el pecado conlleva la penitencia y las burbujas no dejan ver el bosque, la misma rotación ver...

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Hasta el coronavirus, la experiencia enseñaba que al usar el sintagma feria del libro unos hacían hincapié en la palabra feria y otros, en la palabra libro. Unos (los libreros) aprovechaban los 17 días del Retiro para cuadrar las cuentas y facturar hasta el 20% del año. Los otros (los editores) pagaban ―y pagan― más por las mismas casetas para demostrar que sus catálogos no solo contienen novedades. Como el pecado conlleva la penitencia y las burbujas no dejan ver el bosque, la misma rotación vertiginosa de títulos a la que las editoriales obligan a las librerías las obliga a ellas a esperar como agua de mayo —literalmente― a esos fieles que se acercan con la lista de lecturas pendientes (a veces con una escandalosa antigüedad de más de 12 meses). Mientras, ceden a sus autores estrella para, firma a firma, hacerse perdonar que se están llevando el 25% que normalmente se embolsan las tiendas. Este año habrá 1.000 escritores firmando y eso en sí ya es noticia: la demostración de que todo español mayor de 18 años (y algunos menores) tiene una novela en el disco duro.

Al contrario que Fráncfort o la FIL, la cita madrileña no funciona por videoconferencia porque es sobre todo un mercado, una aldea desmontable llamada a resistir al imperio algorítmico

La pandemia se llevó por delante la feria de 2020, tanto la de primavera como la reprogramada para el otoño. Por eso este viernes, detrás de la mascarilla, se le intuía la sonrisa incluso a los que pensaban que septiembre era un disparate, que la gente vuelve de las vacaciones con la Visa fundida o con lo justo para fundirla comprando libros de texto, que en plena temporada de novedades ―de nuevo la palabra mágica― solo faltaba una mudanza para dos semanas. Al contrario que la de Fráncfort o Guadalajara ―gigantes incomparables―, la feria de Madrid no funciona por Zoom porque es sobre todo eso: un mercado, una feria, una aldea desmontable llamada a resistir a las legiones del imperio algorítmico.

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Con el coronavirus, los cierres del estado de alarma y el reparo hacia los espacios cerrados, el Retiro es más que nunca eso que siempre se dice: la mayor librería de España. Y al aire libre. Este año, como siempre, los libreros seguirán intentando redondear las cuentas mientras los editores insuflan nueva vida a títulos que casi nadie ha visto, pero que ocupan sitio en los almacenes. El éxito no será que suban las ventas ―las cifras siempre son opacas―, sino que no lo haga el número de contagios. ¿Que no es gran cosa? Mejor que morirse. La expresión “títulos vivos en catálogo” tiene hoy un sentido especial.

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