Festival de Cannes: mucho caos y poco cine

El desorden se impone en la muestra al querer compaginar seguridad con negocio

El director Todd Haynes en la presentación de su documental 'The Velvet Underground' en Cannes. En vídeo el trailer 'The Velvet Underground'.

Más allá de un templo ancestral dedicado al cine con inquietudes y orgullosamente convencido de su autoría, de asegurar a los visitantes cinéfilos que durante dos semanas las pantallas les transportarán al cielo, festival de Cannes es también un negocio tan antiguo como monumental. Los ingresos de los hoteles, restaurantes, bares, tiendas, fiestas, moda deben de ser astronómicos. Después de haber suspendido por razones obvias e invencibles la edición del año pasado, Cannes no se podía permitir el lujo de anular la del 2...

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Más allá de un templo ancestral dedicado al cine con inquietudes y orgullosamente convencido de su autoría, de asegurar a los visitantes cinéfilos que durante dos semanas las pantallas les transportarán al cielo, festival de Cannes es también un negocio tan antiguo como monumental. Los ingresos de los hoteles, restaurantes, bares, tiendas, fiestas, moda deben de ser astronómicos. Después de haber suspendido por razones obvias e invencibles la edición del año pasado, Cannes no se podía permitir el lujo de anular la del 2021. Y retrasan la histórica e inamovible cita de principios de mayo a principios de julio. Como el monstruo todavía no se ha largado, aunque haya muchísima gente con la vacuna completa o parcial, deben de ingeniárselas para compaginar la seguridad con el business.

Es hora de ir diciendo adiós a todo eso después de casi cuatro décadas recorriendo los festivales de cine

Resulta muy complicado, amenaza el caos, gran parte de los visitantes deben de escupir interminablemente en un frasco cada dos días para constatar que no están enfermos, las colas son lentas y temibles, debes de enseñar continuamente el móvil o el papel que certifica haberte vacunado, en unas salas hay butacas de separación y en otras no, todo huele a disparate. La parroquia de espectadores están desfallecidos o lógicamente irritados. En la sala de prensa no hay ordenadores y toda la información que vaya impresa en papel es ya un recuerdo del pasado. Algunos lo tenemos muy crudo. Es hora de ir diciendo adiós a todo eso después de casi cuatro décadas recorriendo los festivales de cine.

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¿Y la programación? Comprendo que sean posibilistas, que todo es muy raro después de tanto tiempo de inactividad y de peste, pero lo que he visto hasta ahora y lo que vendrá me provoca inicialmente la sensación de que no voy a encontrarme con directores cuya obra a lo largo del tiempo me ha hecho feliz. Hay muchos clásicos de los festivales de cine, que aquí son dioses, pero sospecho que también mayoritariamente inestrenables en la exhibición comercial. También otros que desconozco y pertenecientes a cinematografías exóticas. Y algunos, muy pocos, que han realizado películas que respeto o admiro, como Nanni Moretti, Asghar Farhadi y Jacques Audiard.

Los actores Adam Driver (derecha) y Marion Cotillard (izquierda) con el director Leos Carax en la presentación en Cannes de 'Annette'. Brynn Anderson (AP)

Ninguna alegría para mí, hasta el momento, en la sección oficial. Annette, dirigida por el muy venerado en Francia Leos Carax, me resulta tan enervante e insufrible como su obra anterior. Es un musical al estilo Carax que narra el trágico amor entre un cómico atormentado y una cantante de ópera. Reconozco que es esforzadamente original e inútilmente volcánica. La israelí La rodilla de Ahed es muy probable que le cree graves problemas en su país al director, Nadav Lapid, por su denuncia de abusos y prácticas intolerables. No dudo de su valentía ni de su compromiso, pero lo cuenta de forma tan experimental como endeble. Y se puede ver y escuchar sin que te ocurra nada malo, para después pasar inmediatamente al olvido, la francesa Tout c’est bien passé, dirigida por el prestigioso y retorcido Francois Ozon. Aquí habla de la eutanasia, de la muerte civilizada y dulce que desea que le proporcionen en Suiza un anciano que ha sufrido una trombosis devastadora y al que apoyan incondicionalmente sus dos hijas.

Fuera de competición, las expectativas más atractivas se concentran en el documental The Velvet Underground. Lleva la firma de Todd Haynes, autor de la excelente Carol y que antes había tenido la osadía en la pretenciosa y olvidable I’m Not There de que a Bob Dylan lo encarnaran sucesivamente seis personajes, incluidos un niño negro y la actriz Cate Blanchett. Es interesante el retrato que hace de Lou Reed y de John Cale, de su química inicial y finalmente de la deserción de Lou Reed. Le falta alma, lo que sí posee Martin Scorsese cuando se acerca a la gente de la música que ama.

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