El amor, según Tamara Tenenbaum: “La pareja ya no es el centro de todo”

La autora argentina triunfa con un ensayo en el que defiende unas relaciones en las que la pareja no sea el centro de todo y que constata el cambio de papeles de su generación

La escritora argentina Tamara Tenenbaum, en su casa de Buenos Aires.SILVINA FRYDLEWSKY

En la comunidad judía ortodoxa donde se crio Tamara Tenenbaum (Buenos Aires, 32 años) a partir de los 12 años las niñas no podían tener ningún contacto con los varones. “No nos saludábamos con un beso, no podíamos jugar a nada que implicara tocarnos, no nos estrechábamos las manos. De ahí derecho al matrimonio. Los noviazgos ortodoxos no tienen abrazo, ni caricias, ni besos”, describe en el ensayo El fin del amor. Amar y follar en el siglo XXI (Seix Barral). En el mundo laico que conoci...

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En la comunidad judía ortodoxa donde se crio Tamara Tenenbaum (Buenos Aires, 32 años) a partir de los 12 años las niñas no podían tener ningún contacto con los varones. “No nos saludábamos con un beso, no podíamos jugar a nada que implicara tocarnos, no nos estrechábamos las manos. De ahí derecho al matrimonio. Los noviazgos ortodoxos no tienen abrazo, ni caricias, ni besos”, describe en el ensayo El fin del amor. Amar y follar en el siglo XXI (Seix Barral). En el mundo laico que conoció a partir de la secundaria, había mucha más libertad, pero la pareja parecía ser “la única forma de entender el amor”. Hoy, esta filósofa, docente, poeta y periodista cree que ese paradigma está cada vez más cuestionado y defiende “la existencia de miles de alternativas, miles de formas de ser feliz y convivir”.

“La religión de las chicas laicas que conocí en el colegio era el amor”, escribe. “Cuando llegué al mundo laico empecé a observar y a pensar en lo que veía como instinto de supervivencia. Lo primero que me llamó la atención fue que nosotras estamos todo el tiempo hablando de varones y ellos no, o muy poco. Empecé a escuchar las conversaciones de los varones entre ellos y en la secundaria hablaban más de heavy metal, de guitarras, de fútbol, de computadoras…”, cuenta en un bar de Villa Crespo, el barrio de Buenos Aires donde vive. “También me di cuenta de que nos importaba mucho cómo nos miraban, cosa que a ellos tampoco les importaba demasiado, y que eso definía mucho nuestra autoestima”, recuerda sobre esa primera lectura adolescente de los vínculos.

Ella misma se convirtió a la religión recién descubierta, pero sin dejar de hacerse preguntas para las que aún hoy no tiene respuesta. “No sé qué tipo de vínculo me cierra más, si uno monógamo, uno abierto, uno estable o pasajero. No sé cómo se navega la contradicción entre el deseo de novedad y calidez”, admite en el libro. Su ensayo va ya por la séptima edición en Argentina y ha sido leído como un manifiesto generacional entre las jóvenes que, como ella, se replantean las estructuras heredadas y buscan construir nuevas relaciones afectivas.

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El amor no tiene por qué ser para toda la vida ni siquiera que todo gire a su alrededor. “Ya no se piensa que cuando una tiene pareja deja de salir con sus amigos. La pareja ya no es el centro de todo”, asegura, al marcar distancias entre los vínculos formados por millennials y centennials (nacidos desde mediados de los noventa a principios de este siglo) respecto a los de sus predecesores. “A nuestros padres quizás les parece raro que una se vaya de vacaciones con una amiga, pero estamos reclamando otros lazos, otras comunidades, y creo que es eso, si logramos construirlo, lo que va a terminar con la hiperinflación de la pareja”.

Aun así, cree que el ideal del amor romántico “perdura porque se renueva. Hoy quizás en Argentina a nadie le interesa tener un matrimonio cincuentoso, con anillo y vestido blanco, pero las chicas sí quieren al novio con el que te vas al Caribe y te sacas la foto para Instagram. Lo que antes era el ideal de la felicidad familiar hoy es un aspiracional de consumo de la pareja perfecta”, reflexiona.

Un mar de dudas

A la hora de tomar decisiones vitales, piensa que pocas son más difíciles para las mujeres de su generación que la de ser o no madres. “Algunas de mis amigas suelen decir (y para qué mentir, a mí también me pasa a veces) que les gustaría ahorrarse la decisión, quedarse embarazadas por accidente o enterarse de que no pueden concebir y chau, que nuestros cuerpos tomen la decisión por nosotras”, escribe Tenenbaum, quien vive en pareja, sin hijos.

Portadas del libro de Tenenbaum para las editoriales Seix Barral y Ariel.

El mar de dudas y posibilidades vinculares planteado por esta filósofa contrasta con la rigidez de las normas de la comunidad ortodoxa donde creció junto a sus dos hermanas menores, en el barrio porteño de Once. “Los judíos ortodoxos tenemos reglas claras para todo: la comida, la ropa, el modo de conducirse con el sexo opuesto e incluso sobre cómo administrar la menstruación”, señala. En la crianza de las mujeres “se idealizan la familia, el cuidado de los hijos y las tareas del hogar, pero no el marido ni el amor ni la pareja”, describe. Huérfana de padre desde los cinco años, Tenenbaum explica que su madre les permitió relajar algunas normas a medida que fueron creciendo.

A sus 32 años, la autora responde sin dudar que prefiere el mundo laico en el que vive ahora al religioso de su infancia. “Me siento mucho más libre”, resume. Rescata, sin embargo, la forma más despreocupada de abordar la maternidad. “Veo que mis amigas, que están empezando a tener hijos, están muy esclavizadas. Tienes que levantarte y empezar a cocinar papilla orgánica, usar pañales de tela... En el Once las madres no son así, porque tienen 12 hijos. A los más chiquitos los cuidan las más grandes y salen bien, como salimos bien nosotros tomando chocolatada y mirando la tele. Mientras estén todos parados y vayan a la escuela se consideran satisfechas”.

Sin miedo a un embarazo no deseado

Tamara Tenembaum cree que en Argentina pocas mujeres dejaban de abortar cuando la interrupción del embarazo solo podía realizarse de forma clandestina — “se estimaba que se practicaban 450.000 abortos al año, recuerda—, pero con la legalización recién aprobada desaparece el temor. Era uno de mis grandes miedos cuando era adolescente: ¿A quién llamamos?¿Con quién se habla? Un día mi mamá nos escuchó hablando del tema y nos dijo: “Por supuesto que me llaman a mí, ni se les ocurra buscar cualquier teléfono, pendejas ridículas”. Me imagino ahora adolescentes creciendo sin ese miedo, sabiendo que si te quedas embarazada lo puedes hacer. Eso es muchísimo.

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