Sexo y muerte
El patológico universo que retrata da miedo y asco, también posee imán. El clima es desolador, pero te empapa
Reponen con motivo de los 25 años de su estreno una flor del mal con aroma perdurable. Añaden para recuperar a criatura tan impactante que se trata de una versión remasterizada. No contiene secuencias o planos nuevos. Lo que sí tengo claro es que me provoca idénticas sensaciones cada vez que me encuentro con ella. Se llaman hipnosis, malestar mental, turbación, la certidumbre de estar ante algo que te fascina y te repele al mismo tiempo, una atmósfera enfermiza y excitante, imágenes que dejan poso.
La dirigió David Cronenberg. Una parte considerable de la obra que ha realizado este dire...
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Reponen con motivo de los 25 años de su estreno una flor del mal con aroma perdurable. Añaden para recuperar a criatura tan impactante que se trata de una versión remasterizada. No contiene secuencias o planos nuevos. Lo que sí tengo claro es que me provoca idénticas sensaciones cada vez que me encuentro con ella. Se llaman hipnosis, malestar mental, turbación, la certidumbre de estar ante algo que te fascina y te repele al mismo tiempo, una atmósfera enfermiza y excitante, imágenes que dejan poso.
La dirigió David Cronenberg. Una parte considerable de la obra que ha realizado este director tan identificable en su estilo y en sus obsesiones me resulta pretenciosa, efectista, gratuita e insufrible. Pero en otras películas suyas el impacto emocional que me causa es muy poderoso. Me ocurre con Inseparables, Una historia de violencia, Un método peligroso y mi favorita, la dura, sombría, compasiva y extraordinaria Promesas del Este. Crash también pertenece a ese grupo.
Woody Allen alguna vez expresó a través de uno de sus personajes una convicción rotunda: “Solo creo en el sexo y en la muerte”. La gente que habita Crash asocia hasta el fanatismo militante ambas cosas. La inquietante pareja que la protagoniza identifica sus orgasmos con los accidentes provocados, la sangre, la violencia, las roturas corporales, el sadomasoquismo, el exhibicionismo, la flagelación íntima, la muerte. Comienzan y terminan su retorcida historia susurrando: “La próxima vez no fallaremos”. Y me resulta imposible, gracias al talento expresivo que despliega Cronenberg, desentenderme en ningún momento de lo que hace y dice esta fauna tan peligrosa. Se huelen y se buscan. Fotografían a las víctimas de accidentes o los provocan ellos mismos. Reproducen en lugares clandestinos las muertes en sus coches de James Dean y de Jayne Mansfield. Practican sexo continuo y desaforado, llenos de heridas, ortopedias, cicatrices monstruosas, riesgo buscado y excesivo. Y casi todos son gente sofisticada, aunque necesitan en su continua orgía a algún tarado primitivo, grasiento y soez, a la brutalidad lasciva, al sumo sacerdote que ejerce la misa de placer y dolor.
El patológico universo que retrata Cronenberg da miedo y asco, pero también posee imán. El clima es desolador, pero te empapa. Y están creíbles los intérpretes ante situaciones que debían de producir desasosiego y pasmo al leer el guion. James Spader y su turbiedad pasiva suenan auténticas, y el tenebroso Elias Koteas es un verdugo que disfruta con su oficio y con las heridas que se inflige. Las tullidas provocativas, voraces y sonrientes que interpretan Rosanna Arquette y Holly Hunter son difíciles de olvidar. Sin embargo, el erotismo en grado superlativo lo encarna la misteriosa y sensual Deborah Kara Unger, una actriz que inexplicablemente parece haber desaparecido del mapa cinematográfico. Le ha ocurrido lo mismo a Vera Farmiga y a Maria Bello. Ninguna de ellas alcanzó el estrellato. Me parecen muy buenas. Y además desprenden en grado superlativo y sutil algo llamado sensualidad.
CRASH
CRASH
Dirección: David Cronenberg.
Intérpretes: James Spader, Holly Hunter, Elias Koteas, Deborah Kara Unger, Rosanna Arquette.
Género: drama. Canadá, 1996.
Duración: 106 minutos.