La otra cocina de Bryan Cranston

La película tiene a un protagonista por encima de cualquier adjetivo, con el encaje perfecto entre el gesto facial y la modulación de la voz sin aspavientos

Al alimón del éxito de la serie Narcos, y a la espera de lo que pueda dar de sí el Escobar de Fernando León de Aranoa protagonizado por Javier Bardem, la industria audiovisual sigue adentrándose en la dramáticamente apasionante figura del narcotraficante colombiano Pablo Escobar y el largo alcance de sus alrededores: aquí, apenas una sombra en una única secuencia, en la que solo se le vislumbra el rostro, porque es el otro lado de la contienda, las fuerzas del orden de Estados Unidos, el que protagoniza Infiltrado, clásico relato de topo del bien introducido en las f...

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INFILTRADO

Dirección: Brad Furman.

Intérpretes: Bryan Cranston, John Leguizamo, Diane Kruger, Benjamin Bratt, Amy Ryan.

Género: thriller. EE UU, 2016.

Duración: 127 minutos.

Al alimón del éxito de la serie Narcos, y a la espera de lo que pueda dar de sí el Escobar de Fernando León de Aranoa protagonizado por Javier Bardem, la industria audiovisual sigue adentrándose en la dramáticamente apasionante figura del narcotraficante colombiano Pablo Escobar y el largo alcance de sus alrededores: aquí, apenas una sombra en una única secuencia, en la que solo se le vislumbra el rostro, porque es el otro lado de la contienda, las fuerzas del orden de Estados Unidos, el que protagoniza Infiltrado, clásico relato de topo del bien introducido en las fuerzas del mal, con la subsiguiente contaminación de uno y otro lado. Esa que aporta gamas de grises a lo en principio impoluto y ofrece un sentido humano, que no una defensa criminal, a lo que debe estar lejos de una caricatura plana de un villano.

Basada en la figura real de Robert Mazur, agente de la DEA y posterior escritor de la novela en la que se asienta el guion, Infiltrado apuesta, como en las buenas películas sobre el sistema (el económico, el político, el policial...), por expulsar tinta en todas direcciones: el papel de la Reserva Federal de EE UU; la "emergencia nacional" dictada por Ronald Reagan; la especial personalidad de los infiltrados, drogadictos de una adrenalina y un continuo cambio de personalidad que no pueden abandonar; y hasta los lazos emocionales que se acaban creando entre criminales y policías.

Brad Furman, director de la muy reivindicable El inocente (2011), otorga ritmo y cierto estilo, con una fotografía levemente quemada de colores muy contrastados, pero en su contra juega la incapacidad para escapar del cliché formal en los momentos de tensión y suspense, lo que lleva a la película a un terreno más cercano a la estupenda dignidad que a la excelencia. Eso sí, junto a los españoles Simón Andreu, Elena Anaya y Rubén Ochandiano, el que mejor aprovecha su jugoso papel, y al siempre magnífico John Leguizamo, la película tiene a un protagonista por encima de cualquier adjetivo: Bryan Cranston, la pausa justa, el encaje perfecto entre el gesto facial y la modulación de la voz sin aspavientos. Un grande.

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