Un Madrid apocalíptico

El retrato que Rodrigo Sorogoyen ha compuesto de la capital en la tan fascinante como atroz 'Que Dios nos perdone' es descorazonador en lo social

Los grandes thrillers y el mejor cine negro siempre dicen más sobre la sociedad en la que se desenvuelven que sobre el caso en sí. Su complejidad y su genio residen en los subtextos y su radiografía social, nunca en la trama o la intriga. Los asesinos en serie, y en la magnífica Que Dios nos perdone lo hay, son productos de una época y un ambiente, y acaban conformando un retrato ético de un colectivo; aquí, de un tiempo de soledad y amargura, de violencia y cochambre, de inmundicia física y ...

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Los grandes thrillers y el mejor cine negro siempre dicen más sobre la sociedad en la que se desenvuelven que sobre el caso en sí. Su complejidad y su genio residen en los subtextos y su radiografía social, nunca en la trama o la intriga. Los asesinos en serie, y en la magnífica Que Dios nos perdone lo hay, son productos de una época y un ambiente, y acaban conformando un retrato ético de un colectivo; aquí, de un tiempo de soledad y amargura, de violencia y cochambre, de inmundicia física y decrepitud moral. Que el criminal de la película mate y viole viejas solitarias en el centro de Madrid no es baladí, es un estado de la cuestión.

QUE DIOS NOS PERDONE

Dirección: Rodrigo Sorogoyen.

Intérpretes: Roberto Álamo, Antonio de la Torre, Luis Zahera, María Ballesteros.

Género: thriller. España, 2016.

Duración: 125 minutos.

El retrato que Rodrigo Sorogoyen ha compuesto de la capital en la tan fascinante como atroz Que Dios nos perdone es descorazonador en lo social. Y muy real para cualquiera que haya vivido aquí y tenga un mínimo sentido de la observación. Una ciudad de desconchones y humedades, de papel pintado roído y persianas rotas, de mugre en las calles y en las entrañas, un universo de pecado que pulula desde el título hasta el interior de buena parte de los personajes. Con un trabajadísimo guion de Isabel Peña y el propio Sorogoyen, que quizá solo provoque dudas en las excesivas explicaciones psicológicas, la película te agarra y no te suelta gracias a un soberbio trabajo de dirección artística y puesta en escena, con una cámara vehemente y muy atractiva de su director, ágil y elegante, utilizando el gran angular con descaro y exactitud.

Peña y Sorogoyen, subiendo un escalón más desde la notable Stockholm (2013), han compuesto una trama interesantísima que, además, sabe llegar en la intriga hasta su punto justo, con un cambio preciso en el punto de vista que acaba desvelando al asesino no como sorpresa sino como muestra de sobriedad y sinceridad narrativa. Capítulo aparte merecen los intérpretes, fabulosos desde Roberto Álamo y Antonio de la Torre hasta el que apenas dice unas cuantas frases (Mónica López, Raúl Prieto), sabiendo aglutinar la intensidad con el control (Luis Zahera), demostrando que la mirada, y la calma del director para posar su cámara en ellas, es tan esencial como el texto (María Ballesteros, Rocío Muñoz-Cobo). Que Dios nos perdone por esta realidad sombría, entre contenedores atestados de basura y almas ennegrecidas por nuestros errores.

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