Dos ruedas cambian el mundo
Además de un vehículo para moverse por las calles, la bicicleta es una herramienta extraordinaria para la transformación de las ciudades
“Siempre que veo a un adulto encima de una bicicleta recupero la esperanza en el futuro de la raza humana”. HG Wells
Vivir en bicicleta no es fácil. Y en las ciudades parece aún más difícil. Sin embargo, la bicicleta es un gran símbolo de libertad y alegría. Cuando vemos a una niña muy pequeña, ...
“Siempre que veo a un adulto encima de una bicicleta recupero la esperanza en el futuro de la raza humana”. HG Wells
Vivir en bicicleta no es fácil. Y en las ciudades parece aún más difícil. Sin embargo, la bicicleta es un gran símbolo de libertad y alegría. Cuando vemos a una niña muy pequeña, de apenas unos añitos, pedaleando con toda su energía y despreocupación, enseguida nuestro rostro se ilumina de felicidad, y por qué no, de esperanza en otro mundo posible. El gran sociólogo francés Marc Augé, autor de la obra Elogio de la bicicleta (Gedisa), subraya perfectamente estos sentimientos: “La bicicleta forma parte de la historia de cada uno de nosotros. El momento en el que aprendemos a andar en bicicleta pertenece a un momento especial de los recuerdos de la infancia y la adolescencia. Así descubrimos un poco sobre nuestro cuerpo, nuestras capacidades físicas y experimentamos la libertad asociada a estos descubrimientos”.
La bicicleta, cuyo Día Mundial se celebra este lunes, 3 de junio, ha alcanzado recientemente la venerable edad de 200 años, desde que el barón von Dreis inventó en 1817 el primer prototipo de vehículo de dos ruedas, conocido como draisiano, propulsado por el movimiento de las piernas. Desde ese momento, desde el principio, las dos ruedas se han convertido en un ejemplo de modernidad que exaltaba los valores del progreso. Y también de emancipación: las Suffragistes, las mujeres (y algunos hombres) que lucharon por el derecho al voto, utilizaron la bicicleta para sus desplazamientos y numerosas manifestaciones.
Una imagen icónica que persiste en la memoria colectiva. Susan B. Anthony, feminista y sufragista pionera, dijo: “Creo que la bicicleta ha hecho más para emancipar a las mujeres que cualquier otra cosa en el mundo. Me alegro cada vez que veo a una mujer en bicicleta. Da la sensación de autonomía e independencia y en el momento en que toma asiento y se va, ella es la imagen de la feminidad sin obstáculos”.
Y esta es precisamente la función que han cumplido estas dos ruedas a lo largo de dos siglos de historia: un mecanismo muy simple, prácticamente inalterado, que sin embargo era una poderosa fuerza evocadora en todos los ámbitos de la vida. La bicicleta era utilizada por los trabajadores para ir a la fábrica (en la primera película de la historia, filmada por los hermanos Lumière, se ve a los ciclistas saliendo de trabajar); para ir a trabajar las tierras y los arrozales la bici era insustituible; las partisanas de la Segunda Guerra Mundial recorrían en bicicleta decenas y decenas de kilómetros para entregar sus importantes mensajes. Con la bicicleta, la pionera deportista Alfonsina Strada estampó su nombre en la historia, compitiendo contra los hombres en el Giro d’Italia en los albores del siglo XX.
La bicicleta ha inspirado todas las formas artísticas, con su gran poder para hacernos soñar con otros mundos posibles. Ir en bici, por tanto, no es solo realizar la clásica ruta de fin de semana. La bicicleta representa una gran herramienta de transformación social, un engranaje que desencadena cambios trascendentales que definen el futuro de un lugar y de una sociedad. En Holanda lo saben bien: a principios de los años 1970 las ciudades holandesas estaban llenas de coches, el aire era irrespirable y las muertes por accidentes de tráfico eran rampantes, con muchos niños implicados; la crisis del petróleo hizo el resto. Así nació el movimiento Stop de Kindermoord (“Paremos la masacre de niños”) que exigía medidas urgentes para reducir los coches y facilitar la movilidad en bicicleta; y los Países Bajos cambiaron para siempre, como sabemos.
En mi ciudad, València, que tiene sus raíces hace más de dos siglos en la historia del Imperio Romano, la bicicleta siempre ha estado presente en el paisaje físico y emocional de su gente. Pero, como muchas otras sociedades de posguerra, había sido abandonada en el sótano, un poco como en todas partes después de la Segunda Guerra Mundial, cuando comenzó el gran desarrollo de la motorización generalizada, con cada vez más coches y, por tanto, más asfalto, carreteras, circunvalaciones y autopistas.
Carriles bici con resultados extraordinarios
Después de décadas en las que solo unos pocos ciclistas valientes (y visionarios) han mantenido en alto la bandera del ciclismo con acciones como la Masa Crítica, veterana en toda España, en los últimos años las cosas están cambiando, con una receta sencilla: construir una red de carriles bici protegida y conectada. Desde 2015, en nueve años, hemos construido 75 kilómetros de carriles bici, un 60% más hasta tener unos 200 kilómetros para toda la ciudad, con resultados extraordinarios: se ha triplicado el uso, aumentando notablemente el porcentaje de mujeres y niños en bicicleta por toda la urbe, y prácticamente no se producen más accidentes de tráfico con ciclistas. Los coches han disminuido un 10% y València se ha convertido en la ciudad mediterránea donde más se utiliza la bicicleta, y este año somos Capital Verde Europea.
La bicicleta es una herramienta extraordinaria para la transformación de las ciudades: cuando todo parece desmoronarse, cuando hay una crisis energética, una pandemia o un cambio climático, ahí está la bicicleta lista para salvarnos de la situación más difícil. En estos tiempos en los que hablamos mucho, quizá demasiado, de smart city, quizás deberíamos hablar de ciudades inteligentes y de ciudadanos inteligentes, que eligen de qué lado de la historia estar en este tormentoso siglo XXI. Como muchos han hecho en estos dos siglos en los que este perfecto medio de transporte ha sido protagonista de muchos avances sociales, dos ruedas que cambian el mundo.