Perseidas 2023: lo que la lluvia de estrellas nos cuenta de nuestros orígenes y de nuestro futuro

Más allá de un bello espectáculo en el cielo de agosto, investigar las estrellas fugaces revela muchos detalles sobre la evolución del Sistema Solar

La noche de mayor actividad en la lluvia de estrellas de las Perseidas de 2018, en 'time-lapse' de un minuto. Señal de El Anillo (Cáceres) y el Observatorio del Teide, en Izaña (Santa Cruz de Tenerife).Vídeo: Sky-Live.tv

Lo confieso, he mirado poco el cielo. En realidad no es algo tan raro, pues hay muchos astrofísicos profesionales que no somos muy de mirar por un ocular o una cámara de telescopio de aficionado: directamente nos lanzamos a escribir comandos en una consola de ordenador y ver imágenes en ds9 (uno de los programas profesionales más usados para visualizar imágenes astrofísicas). También hay astrofísicos que empezaron en esto mirando al cielo estrellado una noche de agosto y disfrutando de alguno de los espectáculos astronómicos que se repiten cada poco tiempo; en parte, gracias a esa repetición, esos fenómenos nos enseñan bastante de cómo es el universo y de dónde venimos. En pocos días podremos ser testigos de dos de estos espectáculos, que invitan a disfrutar de las vacaciones mirando a los cielos.

Uno de los grandes eventos astronómico de este verano es la oposición de Saturno, que ocurrirá el 27 de agosto. Ese fenómeno se produce cuando queda alineados casi en una recta Saturno, la Tierra y el Sol; y cuando, además, nuestro planeta queda entre los dos astros en esa recta, con el Sol mirando hacia un lado y Saturno hacia el lado opuesto. Es uno de los mejores momentos para observar al más bonito de los planetas, porque su distancia a la Tierra alcanza un mínimo; aunque esta distancia mínima no siempre es la misma, depende del año. Para poder observar bien los anillos de Saturno se necesita un telescopio.

Pero sin esperar hasta final de mes, antes llegará un evento astronómico que se observa mejor sin prismáticos ni telescopio: la lluvia de estrellas fugaces conocida como las Perseidas. Desde hace ya unos días, la Tierra ha empezado a transitar, en su periplo anual, por la estela de material que deja en su propio viaje un cometa llamado 109P/Swift-Tuttle. Lo más denso de esa nube de escombros que deja el cometa se producirá sobre el 12 de agosto, pero estaremos atravesándola hasta el 24 de agosto.

Primero, información de servicio: la Luna estará en cuarto menguante en esa fecha, la luna nueva es el 16 de agosto, así que 2023 será muy propicio para ver la gran lluvia de estrellas veraniega. Hay que mirar hacia la constelación de Perseo, que saldrá antes que la Luna a eso de la medianoche, bastante al norte (nordeste) en latitudes peninsulares e insulares de España; y que será visible toda la noche, quedando por encima de la galaxia de Andrómeda, que sí merece mucho la pena observar con unos prismáticos.

Ahora, información astrofísica: lo que vemos cada año son partículas de una nube que se deja atrás el cometa 109P. La P en los nombres de los cometas significa que son periódicos, es decir, que tienen una órbita cerrada: viajan de las zonas externas del Sistema Solar a las internas en períodos de menos de 200 años. 109P fue descubierto en julio de 1862 por Lewis Swift y Horace Parnell Turtle, de ahí su nombre más prosaico. Solo ha pasado dos veces cerca de nosotros desde su identificación como cometa; la segunda y última hasta ahora, en 1992. La tercera será en 2125 y quizás lo pueda disfrutar alguien que ya ha nacido. Tiene su punto de acercamiento máximo al Sol muy cerca de nuestra órbita, para luego alejarse más allá de Plutón (que está 50 veces más lejos del Sol que la Tierra). Parece que los chinos ya observaron este objeto celeste hace 23 siglos, y hay un documento (de un jesuita en China, datado en 1737) que habla de un cometa que podría ser este mismo.

El cometa 109P/Swift-Tuttle es singular en varios aspectos. Con casi el doble de tamaño que el famoso Halley, tiene una órbita muy inclinada, es decir, muy lejos del plano en el que se mueven todos los planetas (con desviaciones bastante pequeñas). Ese plano es lo que se conoce como la eclíptica. Si consideramos el plano de la eclíptica y la línea que une un astro con el Sol en su punto de máxima distancia al plano, podemos definir la inclinación orbital. Una inclinación de 0 grados implica que el astro se mueve en el plano de la eclíptica (eso es lo que hace la Tierra, porque su órbita es la que precisamente define la eclíptica). Una inclinación de 90 grados implica que la órbita es perpendicular a la eclíptica (se dice que pasa por los polos eclípticos). 109P/Swift-Tuttle tiene una inclinación de casi 114 grados; este ángulo mayor de 90 grados, significa que su órbita es retrógrada: da vueltas alrededor del Sol en sentido contrario al de los planetas. El cometa 109P/Swift-Tuttle solo produce una lluvia de estrellas cada año, mientras que hay otros (como el Halley) que producen dos lluvias anuales, ya que su órbita intercepta la de la Tierra en dos puntos.

Fotografía de larga exposición durante una noche de estrellas fugaces en Saint-Cergue (Suiza).SALVATORE DI NOLFI (EFE)

Es curioso que, a pesar de su período bastante largo (acoplado con el de Júpiter, el rey de los cometas), de su gran inclinación y de su órbita retrógrada, este cometa pase muy cerca de la Tierra. Se estima que en 2126 atravesará las inmediaciones de la órbita terrestre a finales de julio, solo 15 días antes de que la Tierra pase por aproximadamente la misma zona, así que esperamos que los cálculos del período sean muy precisos o que entonces haya un héroe como el que interpretaba Bruce Willis en la película Armageddon (1998). Pero, efectivamente, los cálculos invitan a la tranquilidad: indican que no hay peligro de que ambas órbitas coincidan en los siguientes milenios.

¿De dónde viene el cometa 109P/Swift-Tuttle? ¿Siempre ha estado ahí desde el origen del Sistema Solar? ¿Cuál es su destino (y el nuestro)? No tenemos respuestas concretas, pero los cometas que hemos descubierto nos enseñan muchas cosas sobre nuestros orígenes.

Debe haber una gran cantidad de objetos de hielo (que es lo que son los cometas) más allá de al menos 50 veces la órbita de Plutón: entre 2.000 y 100.000 veces la distancia entre el Sol y la Tierra, en lo que se conoce como la nube de Oort, que no se ha observado directamente. En nuestros orígenes, esos objetos fueron barridos de las zonas interiores del Sistema Solar por Júpiter, quizás en la misma época en la que la Tierra pudo recibir el agua de nuestros océanos. Algunos cometas pueden tener órbitas muy alargadas (excéntricas, se dice) que los acerquen desde ese espacio profundo a la órbita terrestre en períodos de milenios.

Otros pueden mantenerse allí, en la nube de Oort, con órbitas estables y nunca los veremos acercarse. Y otros pueden sufrir perturbaciones de objetos masivos cercanos (como el hipotético Planeta X) y ser redirigidos hacia el Sistema Solar interior, con órbitas que se denominan abiertas: pasarán de largo y nunca volverán. Algunos de estos podrán interactuar con más astros (sobre todo, Júpiter) y acabar teniendo una órbita cerrada, con períodos más cortos. Este último tipo de cometas, periódicos, no deben durar mucho (en escalas astronómicas), porque los cometas van perdiendo masa, sobre todo cuando pasan por el punto más cercano al Sol. Por ejemplo, el Halley se piensa que desaparecerá, en unos pocos milenios. El destino de esos cometas, los de tipo P, es evaporarse así o impactar contra otro astro, como fue el caso del cometa Shoemaker-Levy, que chocó contra Júpiter en 1994. Ahí puede estar nuestro destino.

Quizás nos crucemos en algún momento con un cometa tipo C (no periódico, sino de órbita abierta, con lo que puede alcanzar velocidades mayores), como sucede en la película No mires arriba (2021). Que sirva la mención a esa ficción apocalíptica como una invitación a disfrutar de los cielos, las estrellas fugaces y los otros mundos de verano, y como un recuerdo de que no van a estar ahí eternamente.

Vacío Cósmico es una sección en la que se presenta nuestro conocimiento sobre el universo de una forma cualitativa y cuantitativa. Se pretende explicar la importancia de entender el cosmos no solo desde el punto de vista científico, sino también filosófico, social y económico. El nombre “vacío cósmico” hace referencia al hecho de que el universo es y está, en su mayor parte, vacío, con menos de un átomo por metro cúbico, a pesar de que en nuestro entorno, paradójicamente, hay quintillones de átomos por metro cúbico, lo que invita a una reflexión sobre nuestra existencia y la presencia de vida en el universo. La sección la integran Pablo G. Pérez González, investigador del Centro de Astrobiología, y Eva Villaver, profesora de investigación en el Instituto de Astrofísica de Canarias.

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