Lo que revelan sobre nosotros el mono que arrojó un pepino y la niña neandertal con síndrome de Down
Ni egoístas, ni despiadados: el sentido de la justicia, compartir y cuidar no son lastres para nuestra especie, sino uno de los éxitos de la evolución humana
Hace veinte años se puso en marcha un experimento tan revelador como divertido. Dos monos capuchinos, en dos jaulas vecinas, tenían que completar una actividad simple para recibir una recompensa: un trozo de pepino. Al recibirlo, lo comían agradecidos. Pero en una de las rondas, los primatólogos Sarah Brosnan y Frans de Waal le dieron un premio distinto a uno de ellos: una uva, mucho más valorada. Al verlo, el que recibe el pepino se lo tira airado a la investigadora. Vean el vídeo, porque es comedia de la buena. Su reacción ...
Hace veinte años se puso en marcha un experimento tan revelador como divertido. Dos monos capuchinos, en dos jaulas vecinas, tenían que completar una actividad simple para recibir una recompensa: un trozo de pepino. Al recibirlo, lo comían agradecidos. Pero en una de las rondas, los primatólogos Sarah Brosnan y Frans de Waal le dieron un premio distinto a uno de ellos: una uva, mucho más valorada. Al verlo, el que recibe el pepino se lo tira airado a la investigadora. Vean el vídeo, porque es comedia de la buena. Su reacción nos hace reír porque es muy humana, y en el fondo nos atrae el sentido de la injusticia perfectamente desarrollado de estos pequeños monos.
Lo fascinante es que no solo el mono del pepino se negaba a seguir con el juego: también los beneficiados por la injusticia dejaban de colaborar. “¿Qué es esto? ¿Solidaridad? ¿'No soy ningún esquirol’? ¿Interés propio, pero con una visión a largo plazo muy poco común que tiene en cuenta las posibles consecuencias del resentimiento de la víctima que ha recibido el pepino?”, se pregunta el gran neurocientífico Robert Sapolsky en Compórtate (Capitán Swing). Y explica: “De Waal considera que hay implicaciones todavía más profundas —las raíces de la moralidad humana son más antiguas que nuestras instituciones culturales, que nuestras leyes y sermones—. La moralidad humana trasciende nuestros límites como especie”.
Para Brosnan, el experimento indica que el sentido de la justicia tiene raíces evolutivas profundas y que es el punto de partida para la cooperación. Juntas, son dos adaptaciones que han permitido la cohesión social a lo largo del tiempo. Escribe Brosnan: “Los humanos no son los únicos que responden negativamente al trato diferencial en comparación con un compañero. Esta respuesta es compartida con otras especies y parece ser fundamental para una cooperación exitosa”. Desde el estudio en capuchinos (publicado en Nature), se ha demostrado la existencia de este tipo de respuestas en varias especies de monos, cuervos, grajos e incluso perros.
¿Por qué va a ser una mejora evolutiva la solidaridad? ¿No se suponía que la evolución premiaba características individuales como cuernos más grandes, plumas más bellas, garras más fuertes, las que permiten a unos imponerse a los otros? Frente a los topicazos del darwinismo mal entendido, volvamos a los monetes, que tienen la clave.
En concreto, a los macacos de Cayo Santiago (Puerto Rico), una pequeña isla que sirve de laboratorio natural para estudiar a estos primos lejanos de la humanidad. Tras el paso del huracán María en 2017, sus frondosos árboles quedaron arrasados y los monos se quedaron apenas sin sombra de la que protegerse del sol. Las fotos son espectacularmente explícitas. ¿Qué hicieron los cientos de macacos tras la catástrofe? ¿Enseñar los colmillos y pelear por los escasos recursos, como en las películas de Hollywood en las que los supervivientes se matan a garrotazos entre ellos? Cuando apenas tenían sombra para todos, en lugar de luchar por ella, se volvieron más tolerantes con los extraños y la compartieron con los desconocidos.
Un estudio publicado el pasado jueves en Science nos ayuda a entender lo que pasa: tras analizar el progreso de los macacos desde aquel huracán, los científicos han descubierto que los que se volvieron más tolerantes redujeron a la mitad su probabilidad de morir. Colaborar, ayudarse, es una ventaja evolutiva. Los colmillos más grandes y afilados no tenían premio.
Volando lejos de allí, en el espacio y el tiempo, llegamos al yacimiento neandertal de Cova Negra, cerca de Xàtiva. Un pequeño hueso de hace cientos de miles de años despliega una historia fascinante: la de la pequeña Tina, como la han llamado los investigadores. Una niña (o niño, no se sabe con certeza) de seis años que probablemente tenía síndrome de Down, porque el hueso presentaba marcas asociadas a la trisomía. Llegó hasta los seis años, es decir, la cuidaron y mimaron para que alcanzara esa edad en las durísimas condiciones en las que vivían entonces.
“En todas las sociedades en las que la supervivencia se basa en esta colaboración, nadie estaba de más. En el caso de la población neandertal, cada vez más se asume que disponían de conocimientos sobre uso de recursos para algunas patologías, un mundo simbólico propio y cuidado de personas con secuelas de patologías graves que sobrevivieron durante largo tiempo tras su padecimiento”, explica la arqueóloga y matrona Patxuka de Miguel.
La paleontología se encuentra habitualmente casos como este: individuos enfermos, con gravísimas heridas, con problemas congénitos, a los que el grupo cuidó durante años, aunque pudieran parecer un lastre para los demás desde el egoísmo y las carencias extremas. Incluso entre chimpancés se ha observado el cuidado de crías con discapacidades severas. Algo nos dice que debemos cuidar de los más débiles, y ese instinto tan costoso no es gratuito: la naturaleza no despilfarra recursos.
“Nuestra fortaleza no es individual, es siempre como grupo. Eso nos permite acoger y compensar y proteger debilidades o fragilidades individuales. El más débil no es el físicamente frágil o el que está enfermo, sino el que está solo”. Hace un par de años, lo enmarcaba con esta determinación la directora del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana, María Martinón-Torres, en una entrevista en estas páginas.
Y zanjaba el debate señalando que “ese retrato del ser humano como despiadado, oportunista, egoísta, no es la realidad de nuestra naturaleza”, sino que la selección natural favorece para nuestro éxito “los comportamientos altruistas y prosociales”, que son lo que nos hacen prosperar: “El individualismo tiene un recorrido muy corto en esta especie”.
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