El ADN de 350 cadáveres desvela cómo los europeos evitaron la extinción hace 20.000 años
Los restos de un cazador que pervivió en Granada durante la última glaciación confirman que la península Ibérica fue casi el único refugio para los humanos de todo el continente
El ADN extraído de los huesos de más de 350 personas que vivieron hace decenas de miles de años acaba de sacar a la luz capítulos totalmente desconocidos de la prehistoria de Europa.
Los nuevos datos identifican los diferentes grupos de cazadores y recolectores que vivieron antes y después de una de las peores catástrofes que han sucedido en el continente: el último máximo glacial, hace entre 25.000 y 19.000 años.
En aquella época, el hielo cubrió grandes zonas del territorio y la mayor parte del continente quedó inhabitable. Se estima que justo antes de la llegada del frío, en E...
El ADN extraído de los huesos de más de 350 personas que vivieron hace decenas de miles de años acaba de sacar a la luz capítulos totalmente desconocidos de la prehistoria de Europa.
Los nuevos datos identifican los diferentes grupos de cazadores y recolectores que vivieron antes y después de una de las peores catástrofes que han sucedido en el continente: el último máximo glacial, hace entre 25.000 y 19.000 años.
En aquella época, el hielo cubrió grandes zonas del territorio y la mayor parte del continente quedó inhabitable. Se estima que justo antes de la llegada del frío, en Europa occidental y central vivían unas 100.000 personas. La irrupción del hielo y la bajada las temperaturas diezmó las poblaciones humanas hasta dejar solo pequeños grupos aislados de unas 50 personas. Fue lo más parecido a un apocalipsis para los europeos de la época.
El nuevo estudio, publicado este miércoles en Nature, incluye datos genéticos de 116 nuevos individuos de 14 países que hasta ahora no se habían analizado. En total, abarca desde la llegada de los primeros Homo sapiens a Europa, hace unos 45.000 años, hasta hace unos 5.200 años, cuando ya había triunfado en todo el continente la revolución de la agricultura y el sedentarismo, que haría posible la civilización, pero que también acabó con el modo de vida nómada genuino de nuestra especie.
La primera oleada de sapiens que llegó al continente tras salir de África se encontró con los neandertales, la especie humana autóctona de Europa. Tuvieron sexo e hijos con ellos, pero misteriosamente se extinguieron por completo sin dejar rastro genético en los europeos actuales. Los neandertales también desaparecieron hace unos 40.000 años por razones desconocidas, pero sí dejaron unas gotas de ADN en todos los humanos actuales de fuera de África.
El nuevo trabajo muestra que antes de la glaciación, Europa se la dividían dos grandes estirpes de sapiens que descendían de oleadas migratorias posteriores a la primera. En las actuales Italia, Austria y República Checa vivían grupos cuyos ancestros provenían de Rusia occidental. España y Francia estaban dominadas por otros colectivos cuyas raíces se remontaban al menos a hace 35.000 años en la actual Bélgica.
Refugio en el sur
Hasta ahora se pensaba que cuando empezó la glaciación los humanos migraron en masa al sur. Los Pirineos y los Alpes habrían funcionado como muros de hielo que protegieron a los que ya estaban dentro de la península Ibérica y la Itálica, y dejaron fuera al resto. Pero los datos genéticos muestran ahora que en Italia las poblaciones humanas se extinguieron por completo.
“Es algo brutal”, resume Vanessa Villalba-Mouco, bióloga molecular zaragozana que trabaja en el Instituto de Antropología Evolutiva Max Planck (Alemania) y es coautora del estudio. “Hay un reemplazo total de poblaciones y por ahora no sabemos por qué pasó”, resalta.
Un segundo estudio publicado también este miércoles en Nature Ecology and Evolution analiza los restos de uno de los únicos supervivientes conocidos de la glaciación. Se trata de un hombre adulto del que los arqueólogos encontraron un solo diente en la cueva de Malalmuerzo, en Granada, entre pinturas rupestres de caballos. Uno de los rasgos más distintivos de los europeos de aquella época era la blancura y salud de sus dientes, pues no comían dulces ni se había inventado aún el pan, alimentos que promueven las caries.
El análisis de estos restos muestra que aquel hombre vivió hace 23.000 años; es decir, sobrevivía en lo peor de la última glaciación. El ADN indica que estaba emparentado con los cazadores y recolectores que vivieron antes de la llegada del frío y, mucho más importante, que su legado genético sobrevivió a la edad de hielo y sigue presente en los europeos actuales, aunque muy diluido tras milenios de mezclas y remezclas. Los restos de otros dos supervivientes se han hallado en Asturias y el sur de Francia.
“Este trabajo confirma que la península Ibérica y el sur de Francia fueron el único refugio conocido para los supervivientes de la última glaciación”, resalta el genetista Carles Lalueza-Fox, coautor de este segundo trabajo junto a Villalba-Mouco. “Hasta ahora, sabíamos por muchos restos animales que la Península fue el único hogar posible para multitud de animales como el oso pardo, los erizos, las musarañas y también para árboles como el roble. Ahora vemos que también permitió sobrevivir a los europeos de la época”, añade.
Elegante arte prehistórico
Los restos de Malalmuerzo identifican por primera vez la genética asociada a la cultura solutrense, caracterizada por puntas de lanza y flechas de una finura excepcional, así como representaciones artísticas de animales y otras escenas únicas en la Europa de la época. Ahora queda claro que esa cultura descendía de los sapiens europeos anteriores, que habían creado algunas de las primeras y más elegantes obras de arte prehistórico, como los felinos de la cueva de Chauvet, en Francia, adscritos a la cultura auriñaciense.
El trabajo confirma también que no hubo ningún contacto entre la Península y el norte de África en aquella época, a pesar de que la glaciación redujo la extensión del estrecho de Gibraltar.
Pasado el máximo glacial, los habitantes de la Península salieron de su refugio y comenzaron a poblar el resto de Europa. Pero ya en aquella época había surgido un nuevo linaje humano con raíces en los Balcanes y en la península de Anatolia, en Turquía. En poco tiempo repoblaron Italia y se extendieron también por el resto del continente hasta convertirse en el nuevo linaje dominante en Europa, caracterizado por una nueva cultura —la magdaleniense— a la que se adscribe otra cima mundial del arte rupestre, los bisontes de Altamira.
Hace unos 9.000 años, sobrevino un nuevo cataclismo poblacional en Europa con la llegada de la mayor revolución de la historia: la agricultura, la ganadería y el sedentarismo de manos de inmigrantes de Mesopotamia. Muchas tribus de cazadores nómadas se mezclaron con los nuevos inmigrantes y abrazaron su modo de vida. Otros se aferraron a su tradición y siguieron sobreviviendo en grupos cada vez más pequeños y aislados. El ADN muestra ahora cómo eran físicamente estas poblaciones nómadas hace menos de 14.000 años. Los que venían del sur de Europa tenían piel oscura y ojos azules y los del norte eran de tez pálida y ojos oscuros.
Roberto Risch, prehistoriador de la Universidad Autónoma de Barcelona, destaca el valor de estos dos nuevos estudios para poder entender una época de la que no hay testimonios escritos, solo herramientas de piedra, vasijas, pinturas y restos humanos. Ahora, el ADN permite desbancar algunas teorías y confirmar otras. “Lo más importante es que estos estudios nos muestran que los humanos de entonces eran esencialmente como nosotros. Ante un cambio climático tan rápido que podía notarse en una sola generación, unos grupos reaccionaron de una forma y otros de otra, y esas decisiones sociales determinaron su destino. Los que optaron por el inmovilismo y la negación de lo que sucedía, desaparecieron”, resalta.
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