Vivir al lado de un polvorín
Vecinos de Tarragona exigen a las firmas petroquímicas más medidas de seguridad tras el grave accidente
“Baja las persianas, cierra la ventana, no se puede salir”.
Eran las 18.39 del martes y el cielo de Tarragona se tiñó de naranja. Una fuerte sacudida hizo temblar la casa de Tatiana Orellana, de 24 años, auxiliar de enfermería, de La Canonja, un municipio frente al polígono sur de la petroquímica de Tarragona. Vio el gigantesco fuego y pensó salir corriendo —“vámonos”— pero su novio le dijo que mejor quedarse en casa. Nadie informó hasta media hora después sobre qué se debía hacer tras la violenta explosión de una planta de Industrias Químicas de Óxido de Etileno (IQOXE) que causó la muerte a dos operarios y a un vecino del barrio de Torreforta tras irrumpir en su bloque una plancha de acero, de 800 kilos, que recorrió 2,6 kilómetros como un misil.
Tatiana no se movió pero Núria Nuet, de 68 años, huyó despavorida de su piso, en el solitario rascacielos al pie de la N-340, tras la “bomba” que reventó los cristales de muchos de sus vecinos. En el barrio de Bonavista, José Espejo, presidente del Racing CF Bonavista, tornero jubilado, canceló el entrenamiento y envió a los niños a casa. Fue la estampida. José Antonio Sala, exoperario de Enpetrol, tuvo la certeza de que el accidente era en la planta de óxido de etileno. En el barrio de Torreforta, el hijo de Maria, estudiante de Química, salió de casa en pijama temiendo una explosión de gas mientras Angelita Nogales, vecina desde hace 50 años de la finca, veía en el cielo algo parecido a una “bola ardiendo”. Era la plancha que, en un viaje incomprensible que ha conmocionado y dejado atónita a Tarragona, arrebataría la vida a su vecino el frutero.
Port Aventura, la paya y...la petroquímica
El polígono recobró la normalidad al poco del accidente. La actividad no da tregua a la treintena de factorías apiñadas en 1200 hectáreas, que emplean a 40.000 personas en trabajos directos e inducidos y donde tienen su sede compañías como Repsol o Basf. El impacto es mayúsculo: Tarragona reúne el 25% del negocio de la industria química española y el 50% de la producción de compuestos plásticos. Cargos del Camp de Tarragona han presumido de la mezcolanza entre fábricas, playas y Port
En Torreforta y Bonavista, barrios de Ponent, crecidos hace 50 años de la mano de la petroquímica, oyeron la explosión y vieron las llamas. Pero no se escuchó en muchos puntos del centro de Tarragona o en Llevant, en la otra punta de la ciudad. La angustia corrió por los móviles. Protección Civil dice que la empresa no informó y que supo del accidente por la llamada de un vecino al 112. Hubo 20 minutos de vértigo: a las 19.15 el organismo ordenó confinar a 300.000 personas, de siete municipios, a las 19.24 lo redujo a los de Vila-seca y La Canonja; a las 19.35, descartó la nube tóxica.
Tras el accidente, hubo 30 minutos de vacío y después, 20 de vértigo
La media hora de vacío ha generado un enfado mayúsculo entre los ciudadanos que recuerdan irremisiblemente el atentado de ETA, una semana antes del de Hipercor, en Enpetrol en 1987. La desinformación y el pánico, como ahora, a una explosión en cadena generó una evacuación de miles de personas que huyeron casi en pijama. No había entonces Internet pero los reproches se asemejan. “Hacen todo el día simulacros, ¿por qué no sonaron las sirenas? Que suenen y ya decidirán si levantan el confinamiento”, dice Paula, enfermera de 56 años. No todo el mundo lo ve así: hay tanto miedo que intuyen que causarían una alarma mayor. La entidad Cel Net reunió a 1.000 personas el miércoles pidiendo más información y control en las químicas.
El accidente está envuelto en dudas: no se sabe por qué explotó el tanque de metanolpolietinenglicol. El juez y el Govern investigan el siniestro, que ha causado tanto impacto que algunas industrias revisarán su seguridad. IQOXE, única fábrica de España que produce óxido de etileno, sustancia cancerígena, dice que cumplió el protocolo. La firma tiene mala fama por no modernizar la seguridad. CC OO ha convocado un paro de 24 horas en el sector.
Manuel Espinosa, de 58 años, soldador, pasea 48 horas después del accidente con su perra por el descampado cerca de las vías del tren y la fábrica. Los bomberos siguen refrigerando el tanque de óxido de propileno en una planta que es ya un amasijo de hierro. La explosión escupió chapas y tornillos a cientos de metros. Un palo de acero retorcido está erguido en la tierra. Y, más allá, una brida de una tonelada. “Mira Sona, lo que nos podía haber pasado”, le dice a su perra. Tuvo suerte porque ese día adelantó el paseo. “Me siento como un conejillo de indias. Europa no quería esto [la planta química]. Soy de la CGT y aquí solo protestamos cuatro”, dice. “Ha sido un fallo de seguridad. Sabía que la planta estaba en parada [la puesta a punto] y oí a los chicos decir en el bar: ‘Nos meten prisa”, revela Sola, el exoperario de Enpetrol, jubilado en 1996 tras sufrir un accidente. “Antes paraban más tiempo; ahora 15 días. Reparan y no compran material”, añade Espejo. “No sé de qué nos extrañamos. Si peta una, petan todas en cadena”, avisa José, del municipio de Constantí. En 1987 llenó de personas su coche para huir del atentado.
Con los pies en el suelo, María asume vivir junto a una industria pavorosa: “Vivimos de esto y del turismo. Pero queremos más seguridad”. “Ni lo piensas”, admite Natalia, de 42 años, mientras su niña entrena en Bonavista. Nadie plantea irse. Esta es, al fin y al cabo, su casa. “Lo he pensado pero ¿adónde? Hemos crecido aquí”, dice Tatiana. Nuria apunta: “No es que me quiera ir de casa. Yo cambiaría de planeta. La próxima vez corto la N-340. Esto es un polvorín”.
“Los chicos decían que la empresa les metía prisa”, revela un exoperario
Es mediodía del viernes y los estudiantes del instituto Pere Martell, en la antigua Universidad Laboral, entre las fábricas y el mar, guardan un minuto de silencio por las víctimas. El director, Ángel Miguel, admite su inquietud: “¡Claro que falta más seguridad! Pero el riesgo cero no existe. Un señor ha muerto en su piso y teóricamente estaba confinado”. No duda que habrá un antes y un después. Poco antes, con una bolsa de petanca en la mano, Facundo, que estudia para soldador y se declara futuro empleado de las químicas, relativiza mirando las bombonas gigantes: “El accidente puede pasar aquí, en Salou o en cualquier parte”.
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