‘Damas, caballeros y planetas’, la casa encantada cargada de dispositivos ocultos de Laura Fernández

Los 14 relatos de origen heterogéneo incluidos en su último libro muestran la consistencia del universo imaginario de la escritora y constatan un proyecto literario de largo alcance

Retrato de la autora Laura Fernández en el parque del Retiro, Madrid, en el verano de 2023.LISBETH SALAS

El posmodernismo literario y las casas encantadas mantienen una relación que viene de muy lejos. Publicado un año después de la aparición de su influyente ensayo The Literature of Exhaustion, el libro de relatos Perdido en la casa encantada, de John ­Barth, se planteaba casi como una lección práctica acerca de las (infinitas) posibilidades de una nueva estética literaria levantada sobre las ruinas de la tradición de la novela realista.

En el relato que daba título al volumen,...

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El posmodernismo literario y las casas encantadas mantienen una relación que viene de muy lejos. Publicado un año después de la aparición de su influyente ensayo The Literature of Exhaustion, el libro de relatos Perdido en la casa encantada, de John ­Barth, se planteaba casi como una lección práctica acerca de las (infinitas) posibilidades de una nueva estética literaria levantada sobre las ruinas de la tradición de la novela realista.

En el relato que daba título al volumen, ‘Ambrose’, un adolescente que funcionaba como la contrafigura del propio Barth vivía una experiencia iniciática en el transcurso de una excursión familiar a la feria de Ocean City, en plena celebración del 4 de julio. Enamorado de la novia de su hermano mayor, pero incapaz de manifestar sus afectos, Ambrose acababa perdiéndose entre los corredores de la casa encantada de la feria, en el curso de un relato que no había dejado de ir abriendo las trampillas y los mecanismos de su propia construcción, cuestionándose constantemente a sí mismo. El relato, con su propia ingeniería al aire, funcionaba como perfecto correlato de esa casa encantada cargada de dispositivos ocultos diseñados para dosificar golpes de efecto y dotar de intensidad el recorrido de sus visitantes. Ambrose cobraba conciencia de su singularidad a través de esas pocas páginas, mientras escuchaba a su hermano y a su novia en la lejanía. En la oscuridad de los pasadizos de ese barracón de feria, el personaje empezaba a fabular, a imaginar situaciones y desenlaces posibles y, por decirlo de algún modo, asumía de una vez por todas su vocación literaria: “Ojalá nunca se hubiera metido en la casa encantada. Pero está dentro. Entonces desea estar muerto. Pero no lo está. Por lo tanto, construirá casas encantadas para otros y será el operador secreto…, aunque preferiría estar entre los amantes para quienes están pensadas las casas encantadas”.

La autora es una anomalía en el paisaje de la literatura española: parece mantener una línea de filiación directa con la tradición del posmodernismo americano

La escritura de Laura Fernández también se podría llevar muy bien con ese símil. Sus libros podrían ser, en efecto, casas encantadas, aunque decoradas con luces estroboscópicas y con habitaciones inundadas de espuma, pasillos puntuados por resbaladizas pieles de plátano y toboganes al acecho. Aunque quizás su monumental La señora Potter no es exactamente Santa Claus podría proporcionar un mejor símil: una disparidad de universos encerrados en una bola de nieve de tienda de souvenirs; un Aleph de plástico. Fernández es una feliz anomalía : la escritora que parece mantener una línea de filiación más directa con la tradición del posmodernismo americano, convenientemente hibridada con aquellas voces excéntricas de la literatura de género (Philip K. Dick, Douglas Adams, Robert Sheckley, etcétera) que supieron abrir iné­ditas parcelas para expandir la imaginación e inventar lenguaje.

Su inconfundible voz propia crece entre los ecos de discutibles traducciones sobrecargadas de adverbios acabados en mente y de estereotípicos ceños fruncidos para desplegarse en frases que son como montañas rusas, siempre contrapunteadas por la sobreactuación tipográfica y la pirotecnia onomatopéyica. Si al leer a Thomas Pynchon uno puede tener la sensación de estar surfeando una ola hecha de paranoia, ironía, erudición y electrizada sobrecarga informativa, las frases de Laura Fernández se recorren como las pistas de esquí de una engañosa maqueta de tren eléctrico sembrada de puestas en abismo.

ILUSTRACIÓN DE DIEGO QUIJANO CON FOTO DE GETTY IMAGES (Getty Images/CSA Images RF)

Con la caudalosa La señora Potter no es exactamente Santa Claus, Laura Fernández demostró que, con su singular identidad estilística y creativa, era posible construir catedrales, sin perder la tensión expresiva en ningún tramo de sus más de 600 páginas: poblada de personajes que eran demiurgos de sus propios universos de ficción o investigadores de misterios entrelazados —en suma, surtidas declinaciones de la condición de escritor—, la pequeña ciudad de Kimberly Clark Weymouth era algo así como la versión barroca e hilarante de la casa encantada de John ­Barth, así como una imagen especular de la bulliciosa subjetividad de una autora que, no en vano, encabeza su nuevo libro con una reveladora cita de Scott Fitzgerald: “Un escritor no es exactamente una persona. Si es bueno, será muchas personas esforzándose en ser una sola”.

El relato inédito ‘Sandy McGill nunca ha viajado a otro planeta’ proyecta hasta el infinito el incesante juego de espejos que recorre todo el libro

Damas, caballeros y planetas recoge los relatos que Fernández ha escrito a lo largo de los últimos 14 años, encabezándolos con una novela breve —'El mundo se acaba pero Floyd Tibbits no pierde su trabajo’—, que canaliza con desaforado humor las angustias pandémicas, y rematándolos con un relato inédito —'Sandy McGill nunca ha viajado a otro planeta’— que proyecta hasta el infinito el incesante juego de espejos que recorre todo el libro.

Cada relato de Damas, caballeros y planetas viene precedido por un breve texto de la autora en el que se detallan las circunstancias de su génesis —o, como diría Stephen King, su “vida secreta”— con una franqueza y una falta de impostura realmente insólitas, transformando de manera muy sutil lo que podría ser una antología muy heterogénea en una coherente poética personal. Hay muchas cosas que pueden llamar la atención en este doble discurso: entre otras, la habilidad para llevar a terreno propio encargos que podían obligar a Fernández a escribir con un pie forzado —por ejemplo, dedicar un cuento a un actor español— o la efervescente explosión de felicidad creativa cuando otro encargo lleva a la autora a asumir que su estética literaria también brota de una tradición autóctona, la de la escritura cervantina.

El libro también pone de manifiesto que Fernández ha sido, siempre, una escritora firmemente comprometida con las exigencias de un proyecto literario de largo alcance: la lectura, fuera de contexto, de alguna de las piezas que conforman Damas, caballeros y planetas podría llevar a pensar en una arbitraria apuesta por el todo vale y por la puntual eficacia del efecto por el puro placer del efecto. La continuidad del conjunto, recorrido por una persistente melancolía, transmite un mensaje completamente distinto: el de la consistencia del universo imaginario de una operadora secreta de casas encantadas para amantes de la ficción dionisiaca que ha encontrado en la literatura las herramientas necesarias para alejar la soledad y ser muchas personas a la vez.

Damas, caballeros y planetas 

Laura Fernández 
Random House, 2023
432 páginas. 21,90 euros

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