El privilegio de trabajar con los premios Nobel de Economía: Acemoglu, Johnson y Robinson
Ciertamente, mi trabajo conjunto con estos brillantes académicos es la parte más importante de mi carrera. Su extraordinaria generosidad con sus estudiantes es legendaria
Cuando, pocas horas después de la noticia, acepté la invitación para escribir sobre mi investigación con los recientes ganadores del Premio Nobel de Economía, poco podía imaginar el revuelo mediático que se avecinaba. De repente, me vi agobiado por muchas más solicitudes de la prensa, lo que me hizo pensar: si yo estoy así, ¿cómo estarán los galardonados?
Este interés generalizado refleja algo hermoso del trabajo académico: es una creación colectiva. El Nobel no solo reconoce el trabajo individual de los galardonados, sino su capacidad de abrir nuevas líneas de investigación que otros pueden desarrollar. Es en este espíritu que acepto la invitación para hablar de mi investigación con ellos.
Ahora bien, ¿escribir sobre mi investigación con ellos? Ciertamente, mi trabajo conjunto con estos brillantes académicos es la parte más importante de mi carrera, ¡pero no puedo presumir que es lo mismo para ellos! Por eso, he decidido enfocarme en cinco de los nueve artículos o documentos de trabajo que hemos escrito juntos (ocho con la participación de James Robinson, dos con Daron Acemoglu, y uno con Simon Johnson). Además, mi comentario busca mostrar cómo nuestro trabajo conjunto encaja con sus contribuciones más amplias, por las que han recibido este merecido reconocimiento.
Instituciones: fundamentales para el desarrollo económico
Una razón fundamental por la que estos académicos recibieron el Nobel es su demostración empírica del rol crucial de las instituciones en el desarrollo económico a largo plazo. Las instituciones, siguiendo la definición del otro Premio Nobel Douglas North, son las reglas del juego en una sociedad que moldean los incentivos de sus participantes, desde individuos y hogares hasta empresas y políticos.
Establecer esta relación es increíblemente complejo. Una cosa es darle una medicina a un ratón de laboratorio y compararlo con quien no lo ha recibido. Otra muy distinta es manipular las instituciones de los países a nuestro antojo como para poder contestar esta pregunta. Sin embargo, los autores aprovecharon creativamente la expansión colonial europea como un experimento histórico natural.
Los europeos establecieron diferentes tipos de instituciones alrededor del mundo: algunas jerárquicas y excluyentes, que concentraban el poder en pocas manos y explotaban a la mayoría; otras más democráticas e incluyentes, con poder político mejor distribuido y reglas económicas que buscaban igualar oportunidades. Estas instituciones persistieron e influyeron significativamente en el desarrollo a largo plazo: los lugares con instituciones incluyentes lograron mayor prosperidad.
Más aún, los autores demostraron que este factor institucional juega un papel mucho más importante que otras teorías fundamentales del desarrollo comparado, como la geografía o la cultura. Esta conclusión es optimista: las instituciones, siendo una creación humana, pueden modificarse (aunque no sea fácil).
Esta contribución mostró el camino que muchos otros han seguido después, usando estrategias ingeniosas y rigurosas para confirmar el papel crucial de las instituciones en los resultados económicos. Aunque no he trabajado directamente sobre el efecto de la calidad institucional en el desempeño económico con los Nobeles, en un estudio con Acemoglu y Johnson documentamos cómo el crecimiento poblacional, sin un aumento proporcional en la productividad, puede generar conflictos sociales, incluso violentos. Este hallazgo subraya la importancia de contar con instituciones capaces de gestionar estos conflictos, lo cual es particularmente relevante ante la crisis climática global que pondrá a prueba nuestros recursos y sistemas de gobernanza.
El cambio institucional y sus obstáculos
La segunda gran contribución reconocida por el Nobel es entender, habiendo descubierto la importancia de los arreglos institucionales, cómo cambian las instituciones y por qué es tan difícil transitar hacia arreglos más favorables para la sociedad. El problema radica en que las instituciones que no conducen al desarrollo económico pueden, sin embargo, beneficiar a grupos poderosos que prefieren mantenerlas.
En esta línea, con Robinson, Ragnar Torvik y Juan Vargas, estudiamos cómo algunos gobernantes carecen de incentivos para ejercer el monopolio legítimo de la fuerza en todo su territorio, con el fin de mantener su poder político. Desarrollamos una teoría comparable al dilema del mecánico automotriz: si resuelve el problema de tu automóvil definitivamente, no lo necesitarás de nuevo. Aplicamos esto al contexto colombiano, sugiriendo que algunos políticos percibidos como ideales para combatir la insurgencia enfrentaron incentivos perversos para no terminar completamente con ella, pues perderían su ventaja electoral.
En otro trabajo con Robinson y Carlos Molina, La trampa del Estado débil, mostramos cómo las fallas políticas pueden conducir a la persistencia de malas instituciones es el que llamamos. Aquí exploramos cómo el clientelismo, esa forma de interacción política basada en el intercambio de apoyo por beneficios particulares, tiende a erosionar la capacidad del Estado. Pero, además, la debilidad en las capacidades estatales es terreno fértil para el clientelismo. Así surge una trampa: dado que el Estado es débil, la población está más dispuesta a participar en intercambios clientelistas; y dado que la política se basa en estos intercambios, el Estado no se fortalece ni desarrolla las capacidades necesarias para entregar bienes públicos a un conjunto amplio de la población.
Estos estudios ilustran dos puntos importantes de las teorías generales de estos autores: primero, la necesidad de Estados capaces para sostener instituciones incluyentes; y segundo, la dificultad de construir estas capacidades debido a incentivos políticos adversos. La conclusión es que para construir instituciones fuertes debemos pensar en los incentivos políticos, y que en general, aquellas instituciones que no concentran el poder en unos pocos son las que tienden a evitar estos equilibrios perversos.
En otra investigación (con Acemoglu, Robinson, Romero y Vargas) relacionada con las dificultades de la construcción institucional, analizamos el fenómeno de los “falsos positivos” en Colombia: el asesinato de civiles presentados como guerrilleros caídos en combate. Mostramos cómo esto resultó de una política mal concebida para consolidar el monopolio estatal de la fuerza, que introdujo incentivos perversos sin fortalecer simultáneamente las instituciones complementarias. Este caso ilustra otra razón por la cual es difícil construir instituciones capaces: tienen múltiples dimensiones que deben funcionar armónicamente. Fortalecer la capacidad militar del Estado sin robustecer el sistema judicial para controlar los abusos difícilmente construirá un Estado capaz y legítimo, ejerciendo su fuerza con ecuanimidad y respetando los derechos y demandas de los ciudadanos.
Normas sociales y cultura
En un trabajo más reciente con Robinson y José Guerra, exploramos el papel de las normas sociales y la cultura, aspectos que Daron y James han comenzado a investigar más a fondo últimamente. Nos enfocamos en la norma social “no seas sapo” en Colombia, que desalienta delatar o intervenir en actos indebidos.
Utilizamos el juego del dictador, donde una persona distribuye dinero entre sí misma y otra, observada por un tercero que puede penalizar distribuciones injustas. Innovamos al permitir al distribuidor disuadir al observador con la frase “no te metas en lo que no te importa”, lo cual alteró drásticamente los resultados. La mera posibilidad de usar este disuasivo llevó a castigos menos frecuentes y severos, y condujo a los distribuidores a adoptar un egoísmo preventivo. El nivel de egoísmo equivale al que resulta cuando no hay observador en el juego. ¡Esta norma social lleva entonces a que los individuos vivan en sociedad como si no estuvieran en sociedad!
Curiosamente, al ser preguntados, muchos participantes expresaron su acuerdo con la equidad y la conveniencia de castigar a los injustos, y su desacuerdo con implementar el “no sea sapo”. Pero en la práctica anticipan la prevalencia del “no sea sapo” y están dispuestos a seguirla. Describimos esto como una “norma antisocial”, donde la presión social obliga a la adherencia a pesar del desacuerdo personal. Este fenómeno subraya el desafío que representan las normas culturales profundamente arraigadas que pueden anular los juicios morales individuales y conducir a resultados sociales indeseables.
Nota personal
No puedo concluir sin agradecer la enorme fortuna que tuve al cruzarme en el camino de estos extraordinarios académicos y personas. Para que eso sucediera tuvieron que confluir la casualidad de haber tomado un curso en la escuela de verano de la facultad de Economía de la Universidad de los Andes con James; pero no sólo eso, sino que aquello hubiera sucedido un año antes de que James pasara su año sabático académico en esa universidad; pero no sólo eso, sino que durante ese año sabático yo hubiese conseguido un trabajo como investigador Junior en esa universidad; y podría continuar. Tantas cosas ligeramente distintas, y yo no estaría contando esta historia.
En Jim encontré una persona con una apertura y un interés genuino en las ideas de los estudiantes. Su curiosidad por el mundo es inspiradora y contagiosa. Su compromiso con Colombia es algo que agradezco no solo personalmente, sino en nombre de muchos de mis compatriotas y colegas de la Universidad de los Andes. Hace unos años, la universidad le otorgó un doctorado honoris causa, reconociendo su estatura intelectual y su contribución durante tantos años. En su discurso de aceptación, Jim observó que, pese a las vueltas de su vida académica, la Universidad de los Andes y Colombia habían sido una constante, concluyendo emocionadamente que quizás su compromiso más grande en la vida académica ha sido con Colombia.
Jim no solo abrió la puerta de nuestra relación académica, sino también de la amistad. Recuerdo con cariño desde casi el primer momento que nos conocimos y hasta hoy, pasando por los encuentros en un pub en Cambridge, donde junto con mis compañeros y amigos colombianos de doctorado de ese entonces, discutíamos ideas. Con un dato curioso: ¡yo estaba allí únicamente por la amistad y las ideas, pues poco me interesa la cerveza!
Sobre Daron, ¿qué puedo decir que no se haya dicho ya? Su extraordinaria generosidad con sus estudiantes es legendaria, a pesar de sus múltiples ocupaciones. Sus estudiantes del MIT crearon un mapa global mostrando cómo sus ideas se han esparcido no solo a través de sus libros y artículos, sino también a través de sus muchos estudiantes por el mundo. Todos ellos han dado testimonio de su generosidad, intelecto y la impresionante capacidad de trabajo y productividad. Se ha dicho incluso que Daron no puede ser una sola persona, que debe haber sido clonado, pues es difícil entender cómo logra contribuir tanto.
Trabajando en mi tesis y recibiendo retroalimentación de Daron, era imposible no impresionarse con sus respuestas: siempre certeras, siempre obligándome a mejorar, y siempre sorprendentemente rápidas. Aquí debo confesar un pequeño pecado: recuerdo una ocasión cuando, pese a tener todo listo para pedir sus consejos, decidí tomarme algunas horas sin contarle mis avances, ¡solo para intentar regresar al ritmo de los mortales!
Cuando compartes una idea con Jim, sabes que tendrás una respuesta entusiasta. Tomará tus ideas a medio hacer y verá el lado más interesante, quizás uno que ni siquiera habías anticipado. Compartir una idea con Daron implica recibir preguntas que te obligan a repensar, ir más allá, descubrir nuevos ángulos insospechados.
Espero seguir compartiendo muchas ideas con ellos y admirando las innumerables que siguen surgiendo de sus mentes brillantes. Su reconocimiento con el Premio Nobel es más que merecido, y me siento increíblemente afortunado de haber podido trabajar y aprender de ellos.
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