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Elecciones gallegas
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Feijóo desafía a Rajoy

Por higiene política y relevo generacional, el PP tiene un candidato suplente mejor que el titular

El candidato del PP a la Presidencia de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, durante el cierre de la campaña.
El candidato del PP a la Presidencia de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, durante el cierre de la campaña.Brais Lorenzo (EFE)

Tuvo que llegar el cierre de la campaña en Vigo para que se produjera el encuentro de Rajoy y Núñez Feijóo. Jugaba al escondite el candidato gallego. Teóricamente por cuestiones de planificación de campaña. Y políticamente porque Núñez Feijóo se exigía distanciarse del presidente en funciones, sobre todo cuando el repunte de la corrupción y del amiguismo —Barberá, Soria— amenazaba con deslucir el camino hacia la mayoría absoluta. El presidente gallego urgió las medidas ejemplares, abriendo incluso una insólita brecha en la disciplina a Rajoy a la que se adhirieron miméticamente los halcones regionales de menos fervor marianista (Cifuentes, Herrera).

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Es el contexto en que acaso se explica la marginación de la entrevista a Rajoy en la edición de La voz de Galicia de este viernes. No es la apertura del diario gallego, ni tampoco la segunda noticia más valorada. Ocupa un espacio de media columna que parece simbolizar o describir a quién corresponde la hegemonía de Galicia.  Feijóo desempeña el papel del puto amo, como diría Guardiola, aun siendo Rajoy de Pontevedra, presidente del PP y jefe del Gobierno en funciones. Y la campaña no ha hecho otra cosa que demostrarlo. Feijóo no necesitaba a Rajoy. Rajoy sí necesitaba a Feijóo, entre otros motivos porque aspira a convertir la mayoría absoluta de su colega en el trampolín premonitorio de las terceras elecciones.

Asume así el líder popular una posición muy confortable. La autodestrucción del PSOE, la división de Podemos y el papel gregario de Ciudadanos explican que “el disparate de unos terceros comicios” se haya convertido en una opción fabulosa cuando no ya prioritaria en la conveniencia de los populares. El problema consiste en que Núñez Feijóo podría ocupar un lugar inquietante en la cuestión sucesoria. Una alternativa perfecta, en sazón, cuyo presumible éxito llegaría hasta el extremo de coronarlo como el único presidente regional de España que gobierna en mayoría absoluta. Y que lo hace después de ocho años en el cargo. Y que ha neutralizado la irrupción de Ciudadanos. Y que tiene un discurso social asequible al electorado de izquierdas. Y que ha cumplido 55 años. Y que se ha dotado de una imagen progre, distanciándose del oscurantismo de Fernández Díaz.

Más aún: Feijóo quería retirarse de la política. Rajoy le hizo reconsiderar la urgencia de la puerta giratoria porque al partido le convenía asegurar la fortaleza gallega. Asumido el sacrificio, queda pendiente conocerse el precio. Y no es cuestión de frivolizar con la importancia de Galicia, sino de relacionar el cursus honorem con el derecho a una ambición mayor: La Moncloa.

Nunca sospechó Rajoy que su gran rival pudiera haberse engendrado en su partido y en su tierra. Tan pendiente estaba de la oposición convencional que ha descuidado la proyección de su gobernador en Galicia. Ya se ocupará el búnker de Génova de relativizar las ambiciones inconfesables de Feijóo, pero la inercia de una megavictoria gallega implica una amenaza al cesarismo de Rajoy.

Por higiene política, fervor plebiscitario y relevo generacional, el PP dispone de un candidato suplente mejor que el titular. Otra cuestión es que Rajoy se recree en la estrategia de Butragueño cada vez que le preguntaban por un delantero que apuntaba buenas maneras y aspiraba al número 7: “Es muy bueno, tiene mucho... futuro”.

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