Una Italia dividida vota la reforma constitucional de Renzi
Europa teme que el voto antisistema provoque otro foco de inestabilidad en la región
Italia se ha partido en dos. Es en lo único que coinciden los partidarios del sí a las reformas que propone Matteo Renzi y los que, por el contrario, votarán no en el referéndum de hoy porque ni las consideran adecuadas ni creen que el joven primer ministro, que no fue elegido en las urnas, tenga legitimidad suficiente para plantear un cambio en 43 artículos de la Constitución de 1948. Una campaña electoral muy dura, librada a bayoneta calada entre Renzi y sus detractores, ha puesto en situación de alerta a Europa, que tras el Brexit y la elección de Donald Trump teme que el voto antisistema pueda convertir Italia en un nuevo foco de inestabilidad. El primer ministro aún no ha confirmado si, como prometió, dimitirá en caso de derrota.
Fue sin duda esa actitud desafiante —o las reformas o el caos, o conmigo o contra Italia— la que enseguida convirtió el referéndum en un plebiscito sobre Renzi. Bien es verdad que, hasta ahora, la estrategia siempre le había salido bien. El exalcalde de Florencia nunca pretendió convencer, solo vencer, tal vez porque pensó que Ennio Flaiano tenía razón cuando dijo aquello de que “los italianos siempre acuden en auxilio del vencedor”.
Así sepultó al sector crítico del Partido Democrático (PD), arrebató la jefatura del Gobierno a Enrico Letta y aprobó sus reformas una a una, planteando, in extremis, cuestiones de confianza. Aunque aún está por ver que el ardid vuelva a funcionarle —los sondeos pronostican la victoria del no—, el caso es que hasta sus más leales admiten en privado que, en esta ocasión, Renzi ha ido demasiado lejos. Su campaña por el sí no se ha limitado a defender las virtudes de unas reformas cuyo punto estrella es la abolición del bicameralismo perfecto para mejorar la gobernabilidad del país, sino que ha amenazado con que, si no salen adelante, Italia volverá a la inestabilidad, a la prima de riesgo por las nubes, tal vez a un Gobierno técnico, al avance del populismo.
Una carta del miedo que sus detractores —prácticamente todas las fuerzas políticas más los críticos del PD y destacados juristas e intelectuales— han aceptado jugar en esta ocasión, advirtiendo a los italianos de que lo que en realidad busca Renzi quitándole al Senado su poder de veto es, precisamente, un salvoconducto para gobernar sin control. A enemigos hasta ahora irreconciliables como los expresidentes Silvio Berlusconi y Massimo D’Alema, o el líder de la Liga Norte Matteo Salvini y el sindicalista Maurizio Landini, no les ha importado militar juntos en las filas del no. El premio se les antoja suculento: hacer que Renzi cumpla su palabra y, si pierde el referéndum, que dimita.
Aunque esto, últimamente, no está tan claro. El viernes por la noche, durante el cierre de la campaña en su ciudad, Florencia, Matteo Renzi aseguró a sus fieles que la remontada es posible, pero que si no es así: “El lunes por la mañana, puedo dejarlo”. La gente, su gente, estalló en vítores: “¡No! ¡No dimitas!”. Y su exalcalde los tranquilizó: “Es una manera de hablar. Un final poético. Solo hay una salida y, por tanto, ¡ganemos!”. La solución no se sabrá hasta mañana y dependerá mucho del calibre de la victoria o la derrota. Lo que, en cualquier caso, muchos analistas dejan claro es que, sea cual sea el resultado, el país se ha dividido en dos. Una división que va más allá de la política y que contagia incluso a las relaciones personales.
La clave de los electores en el extranjero
A pesar de lo que han venido diciendo todos los sondeos —ganará el no—, Matteo Renzi mostró cierto optimismo en su cierre de campaña en Florencia, mientras que Beppe Grillo, en Turín, preparó a los simpatizantes de su partido, el M5S, para una inesperada derrota: “Yo soy un perdedor. Si pierdo, también estaré contento. Es necesario aprender a perder. ¿Sabéis cuántas bombillas fundió Edison antes de inventar la buena? Aunque perdamos, será una derrota extraordinaria”.
Victoria o derrota pueden depender en buena parte de los electores italianos en el extranjero, alrededor de un millón y medio. El interés de Renzi por movilizar el voto de tantos jóvenes que estudian o trabajan en Europa ha puesto en guardia a la oposición, que pide vigilancia ante posibles fraudes.
En su editorial del sábado, el director del diario La Repubblica, Mario Calabresi, advertía de que Italia es ahora “un país dividido y enfermo” como consecuencia de una campaña feroz en “un clima de guerra civil sin armas”. Lo que más llama la atención, siguiendo la reflexión de Calabresi, es que lo que ha encendido tanto los ánimos ni siquiera son los términos de la reforma —que un buen número de italianos admite no entender—, sino un gran malestar que también tiene que ver con un cierto desprecio de la política hacia los electores.
Cabe recordar que el último primer ministro salido de las urnas fue Silvio Berlusconi. Tras su caída en noviembre de 2011 —tras una operación de palacio liderada por el presidente Giorgio Napolitano y patrocinada por Angela Merkel—, fue colocado en el Gobierno Mario Monti, que se presentó a las elecciones en 2013 y perdió. Ninguno de los más votados en aquellas elecciones —Pier Luigi Bersani, del PD, y Beppe Grillo, del Movimiento 5 Estrellas— llegó al Gobierno, que fue encargado por Napolitano a Enrico Letta, descabalgado después por Renzi, que ni siquiera es parlamentario.
De ahí que, como advierte Calabresi, el malestar de los ciudadanos con la política, y en especial con una izquierda centrada en su guerra de rencillas, puede derivar a una situación parecida a la de Inglaterra o EE UU. “La izquierda”, explica, “tiene la responsabilidad de unirse y arreglar la situación si no quiere entregar Italia al desafío de dos populismos, uno propio de la derecha [Liga Norte] y de otro postideológico representado por Beppe Grillo”.
A las siete de la tarde del domingo, la afluencia a los colegios electorales –que permanecerán abiertos desde las siete de la mañana a las 23.00 hora— superaba ya el 57%, un participación particularmente alta, y los líderes de los principales partidos ya habían votado, entre ellos el primer ministro, Matteo Renzi, que acudió a su colegio de Florencia sin llevar documentación. Junto al colegio “2 de octubre de 1870”, situado a la espaldas del Vaticano, Marco Pallota contaba que, de la gente con la que había hablado del referéndum, podía hacer dos grupos. “Los ancianos”, explicaba, “que prefieren la estabilidad y se inclinarán por el sí, y los jóvenes y las personas de mediana edad como yo, que creemos que está reforma solo le viene bien a Renzi para conseguir más poder. El problema de Italia no es la Constitución, sino la corrupción de la política”.
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