“Los que piensan de forma distinta no se atreven a decirlo”
El canciller turco en el primer mandato de Erdogan critica el personalismo del presidente
Hace una década y media, Yasar Yakis (Akçakoca, 1938) se disponía a retirarse y escribir unas memorias sobre su extensa carrera diplomática, que le había llevado a las embajadas de Damasco, Riad y El Cairo y ante la OTAN, la ONU y la Conferencia Islámica. Pero entonces lo convencieron de que participase en creación de una nueva formación política que pretendía convertirse en la versión musulmana de la democracia cristiana: el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), que gobierna su país desde 2002. Ahora ve con tristeza cómo el AKP se aleja de sus principios fundacionales, devorado por el personalismo del presidente, Recep Tayyip Erdogan, cuyas acciones también han provocado, sostiene, que la política exterior turca haga aguas.
Yakis, que fue el primer ministro de Exteriores cuando los islamistas alcanzaron el poder en 2002 y mantuvo su escaño por el AKP hasta 2011, volvió a saltar a las noticias cuando, recientemente, su nombre fue eliminado de la lista de miembros fundadores del partido, junto a los del expresidente Abdullah Gül y otros dos altos cargos. Un hecho que algunos columnistas han comparado al borrado del rostro de Trotsky de las fotografías de la Revolución Rusa durante el estalinismo. “Una cosa es que me expulsen del partido, pero ser fundador es un hecho histórico. Si alguien dice que Napoleón no invadió Rusia en 1812, ¿cambia eso el hecho de que sí lo hizo? No tiene sentido”, se queja Yakis durante una entrevista con este diario.
Es el último ejemplo de la deriva autoritaria e islamista que ha adoptado el país bajo la batuta de Erdogan. “Al principio el AKP era un partido equidistante a todas las religiones y muy cuidadoso con todo lo que hacía para no enemistarse con los militares o la judicatura, pero cuando nos hicimos fuertes, el temor a que esos estamentos reaccionasen se disipó”, relata el diplomático. En su inicio, recuerda, la formación era además muy democrática y había una gran atmósfera de debate que se fue perdiendo a medida que la posición de Erdogan dentro del partido se reforzó: “Al final, aquellos que podían pensar de forma diferente, ya no se atrevían a alzar la voz para no perder sus puestos. Como se suele dice ‘El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente’”.
Este personalismo se ha trasladado también a la política exterior de Turquía. Si en la primera década del AKP en el poder, la opinión de diplomáticos y asesores era tenida en cuenta, ahora muchas decisiones, especialmente en la cuestión siria, se toman “por encima del ministerio”. “El Ministerio de Exteriores turco tiene una larga tradición de ofrecer buenos consejos, pero desde luego, si no se le pide opinión, como ocurre ahora, no puede contribuir”, lamenta Yakis.
“Hay indicaciones de un creciente sectarismo en la política exterior de este Gobierno. Erdogan dice que su política sobre Siria está guiada por la defensa de los derechos humanos, pero si fuesen los alauíes (el grupo religioso al que pertenece el presidente Bachar el Asad) los que se rebelasen contra un dictador suní, dudo mucho que la respuesta de nuestro Gobierno hubiese sido la misma”, critica el exministro: “Por las características del actual Ejecutivo turco, hay una tendencia a ver la opresión que sufren los suníes, pero no los problemas de otros (grupos)”.
Uno de los hechos que motivó la implicación de Turquía en la guerra de Siria, además de la persecución que sufría la oposición –mayormente suní- a manos del régimen de El Asad, fue que las revueltas de la primavera árabe llevaron inicialmente al poder a partidos islamistas “que tomaban inspiración del AKP” en Túnez, Libia y Egipto por lo que Turquía “vio la oportunidad para convertirse en un líder regional”. “En Siria apostaron todas sus cartas a una rápida caída de El Asad y se equivocaron. Ya en 2012, escribí un informe a Erdogan, entonces primer ministro, en el que recomendé permanecer neutrales, pues no había nada en la crisis siria que entonces supusiese una amenaza directa e inminente para Turquía. Si lo hubiésemos hecho así, ahora tendríamos más influencia para convencer a la comunidad internacional de crear una zona tapón en Siria”.
Esta nueva diplomacia turca, más ideológica, ha llevado al enfrentamiento con diversos países con los que hace cinco años se mantenían excelentes relaciones (Rusia, Siria, Egipto e Irán) y a la desconfianza por parte de aliados tradicionales como la Unión Europea y Estados Unidos. “La imagen de Turquía está cayendo, en un momento en que, además, la de los kurdos está ganando enteros, porque se han convertido en los aliados más fiables para la comunidad internacional en su lucha contra el Estado Islámico”, sostiene Yakis.
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