Júbilo en la plaza de la Liberación
La alegría se desborda entre los cientos de miles de manifestantes de Tahrir tras la dimisión del presidente Mubarak.- Los ciudadanos se abrazan a los soldados
Albórbola. Alegría. Pocas cosas hay tan árabes como la algazara de millares de lenguas celebrando con las cabezas vueltas al cielo. No hay nada que resuma mejor el júbilo, la emoción, el desgarro de millones de personas al saber que, por fin, después de 30 años, de 18 días de protestas, de más de 300 muertos, Hosni Mubarak deja el poder. "Horreyia! Horreyia!" (¡Libertad!). La algarabía se extendía ayer por la tarde como una fuerza imparable capaz de arrasar un régimen. Las voces se alzaban, con la convicción, esta vez, de haber puesto un pie en la Historia.
Hay lágrimas, abrazos, besos. El pueblo egipcio es uno, sin diferencia de sexo o religión, mezclado en un mar llamado Tahrir (Liberación) en el que desemboca el Nilo al completo. Desde Asuán a Alejandría, pasando por la Madre del Mundo, la Victoriosa, que vuelve a reinar abrazando a todos sus hijos, no falta un rincón de Egipto por representar en la celebración.
"Mabruk, Mabruk!", felicitaba un soldado al borde de las lágrimas a un anciano con galabeya (túnica) y turbante que se abrazaba a él como a un puntal en medio de la tormenta. A su alrededor todo era rojo, blanco y negro. Los colores de la bandera ondeaban por cualquier rincón, asoman por las ventanillas de los coches o decoran los rostros.
La última plegaria del viernes había traído consigo una noticia inesperada para todos los que habían sentido caer sobre ellos el peso de la frustración, solo 24 horas antes, cuando el presidente anunciaba su intención de mantenerse en el poder hasta septiembre. Pero ayer en la plaza de la Liberación, después del canto del almuédano, cuando muchos musulmanes se inclinaban para orar a su Dios, el vicepresidente, Omar Suleimán, como respondiendo a esas oraciones, anunciaba que el faraón, el rais Hosni Mubarak, había presentado su renuncia y legado todos sus poderes al Ejército. Todo fue júbilo y un grito unánime de libertad.
Los médicos del ambulatorio en el que se ha atendido a los enfermos, donde se les ha operado y también donde se han certificado sus muertes, oyeron el estallido y se prepararon para lo peor y para lo mejor. Desvanecimientos, ataques de nervios y torceduras tomaron el relevo a las heridas de bala y las pedradas. Al otro lado del muro en el que se encontraban, Egipto entero cantaba y bailaba. Los clásicos sirven para cualquier ocasión: "Nuestra canción habla del pueblo, de los pobres que no tienen nada pero lo pueden todo y luchan por su libertad, porque son fuertes y tienen convicciones y dignidad", gritaba Samer Maher mientras sus amigos bailaban con los brazos alzados chasqueando los dedos al compás de una canción de Said Darwish.
En los tanques, los soldados trataban de contenerse mientras de todas partes surgían espontáneos que les besaban o cubrían con banderas. En la entrada de un puesto de zumos un hombre insistía en invitar a un jugo de caña a dos militares de escaso mostacho a los que sacaba varias cabezas.
Su papel en la victoria que los egipcios celebraban ayer había sido considerado fundamental por un pueblo que puso en ellos sus esperanzas, pero temió por un momento haberse confiado demasiado. Cuando, al mediodía, a través de un comunicado les volvían a pedir que se fueran a sus casas, los egipcios, expertos en el arte de reírse de sí mismos, daban forma al penúltimo chiste: "Los egipcios están esperando a que el Ejército haga por televisión su comunicado número 32 anunciando si está o no con el pueblo. Poco más tarde, el general apareció en televisión y se dirigió a la nación para decir: 'El Consejo Superior del Ejército ha acordado que su próximo comunicado sea el número 33".
Horas después el chiste perdía su gracia. Durante los primeros minutos los jóvenes militares no se atrevieron a unirse a la celebración, pero el pueblo empujaba fuerte y no fueron capaces de mantener la serenidad mucho tiempo. Sin perder el control de la situación, manteniendo las identificaciones y los cacheos, los militares terminaron uniéndose a la fiesta.
"Es el mejor día de mi vida". "Es lo que siempre quise para mis hijos". "Tengo 27 años y nunca pensé que podría elegir al próximo presidente. En unas elecciones libres, en democracia.... Este es solo el primer paso, mañana estaremos otra vez en Tahrir". Todo el mundo tenía una historia que contar, todos querían apuntar en el calendario el 11 de febrero. El día en que el pueblo egipcio ganó su libertad, el día en el que la esperanza reinó en el valle del Nilo. El día en el que la voluntad de muchos rompió la tiranía de uno solo.
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