El club de los veinte
Un grupo de desconocidos se oculta de la policía que peina el centro de El Cairo en busca de manifestantes
Mamud, Mohamed, Karim, Nina, Ehab, Omar, Poline, Sohier, Miguel Enas, Rageb... y así hasta una veintena. La vida a veces hace extraños compañeros de cama, y una revuelta popular en un país reprimido es algo así como la vida vivida a toda prisa. Cuando más de un millar de policías cargaron contra los miles de manifestantes que se encontraban en la plaza de Tahrir a la una de la madrugada, ese ritmo frenético dio un nuevo acelerón. Hubo un momento en que todo pareció detenerse, los manifestantes llamaban a la calma mientras los policías calentaban en la retaguardia preparandose para el ataque. Después todo fueron disparos y gas lacrimógeno y un correr como si les fuera la vida (porque probablemente les iba) en aquella carrera. No sirvieron de nada los intentos de frenar los camiones blindados con las vallas que les habían contenido a ellos en la ratonera de Tahrir. Las fuerzas de seguridad cayeron sobre ellos con todo el peso que dan 30 años de dictadura bajo una ley de emergencia.
Tratando de salvar el pellejo decenas de manifestantes optaron por colarse en los edificios que rodean la plaza. Así fue como una veintena de desconocidos llegaron al quinto piso del número 1 de la plaza de la Liberación. Un par de periodistas árabes y dos extranjeros coincidieron en unas escaleras con quince manifestantes que se acurrucaban bajo una ventana con la complicidad del portero del inmueble. Trataban de evitar que las porras y los palos que estaban cayendo sobre cada uno de los detenidos les alcanzasen. La casualidad quiso que uno de los trabajadors de este edifcio de oficinas hubiera permanecido en él durante las protestas y decidiera correr el riesgo de acoger al heterogéneo grupo. Mahmud no tiene muy claro por que invitó al grupúsculo a ocupar su oficina. "Les vi acurrucados en el suelo y no lo pensé. Es como cuando le das una moneda a alguien que pide en la calle, Sientes que es lo que necesita en ese momento", explica este licenciado en informática de 22 años. "Creo que si ellos están en riesgo, yo también lo estoy, porque lo que ocurre en este país es algo que nos hace estar a todos en peligro", concluye.
"Soy solo una madre de familia, tengo tres hijos y quiero ver a mis hijos crecer en un país distinto", lamenta Enas. "Cada egipcio se levanta todas las mañanas con al menos siete grandes preocupaciones: la mala educacion, la falta de salud, los problemas para conseguir dinero o comida, la ausencia de trabajo, la suciedad en las calles, la polucion. Así no tiene tiempo de pensar quién gobierna el país", asegura. "No estoy aquí por mí, sino por ellos. He pensado llevarmelos fuera de Egipto, pero quiero que crezcan en su país. Aunque no en éste" matiza.
Karim, agotado tras un día de protestas, subió al tejado "para tener perspectiva". "Los botes de los gases llegaron hasta donde estaba", en el piso número 12. Con las luces apagadas, los polizones del quinto piso se prestan los móviles para avisar a la familia de que están bien. Cuatro policías registran el edificio y llaman a cualquier puerta con signos de movimiento en su interior. Apagan la tetera, retiran del fuego el café que trataban de preparar en la penumbra... pueden sentirse la respiracion unos a otros. Alguno reza y musita "inshallah", "si Dios quiere".
"Me siento orgulloso y al mismo tiempo enfadado", susurra Mohamed, un licenciado en arquitectura de 26 años. "Me enorgullece que los egipcios hayamos sido capaces de cambiar las cosas. No porque mañana vayamos a tener un nuevo Gobierno sino porque hemos sido capaces de organizarnos y salir a la calle por primera vez a luchar por nuestros derechos", explica. "Hemos demostrado que podemos enfrentarnos a ellos." Sin embargo, no puedo dejar de estar triste y enfadado porque lo que he visto no ha sido una manifestacion, ha sido una guerra. Hombres organizados contra gente desarmada que ha tenido que defenderse a pedradas. Que ha pedido pan y ha recibido golpes...", musita.
Mientras unos dormitan, otros negocian un descuento en tinta para impresoras y algunos tratan de enterarse de lo que ocurre en la calle, Rageb solo sonríe. Todo el día gritando "abajo con Mubarak; régimen ilegal y libertad", ha dejado sin voz su garganta. No le importa, escribe en un trozo de papel, hoy ha sido el dia más feliz de su vida.
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