La libertad estalla en Túnez
Los policías se unen a la celebración de los manifestantes, exigen mejoras salariales y el derecho a crear un sindicato - Cientos de personas inician una "caravana de la libertad"
Tras 23 años de represión y ocho días después de la fuga del dictador, los tunecinos están de fiesta. Ya sin temor a chivatos ni policía, la avenida Habib Burghiba de la capital es un hervidero lleno de gente que observa la infinidad de pintadas que manchan las paredes de la ciudad. Para ellos es un adorno. "Libertad, democracia y laicismo", reza una de ellas. A lo largo de la principal arteria de la ciudad, cualquiera se sube a un banco, al modo del Speaker's corner londinense, y comienza a soltar un discurso. Suele acabar recibiendo aplausos. Grupos de gente discuten sobre qué hacer en las escuelas y la universidad que abren el lunes, mientras grupos de manifestantes siguen coreando consignas contra el primer ministro Mohamed Ghanuchi, que esta madrugada ha prometido que abandonará toda actividad política cuando sean derogadas todas las leyes antidemocráticas y se hayan celebrado elecciones. En el primer día del fin de semana los cafés están a rebosar de gente que observa la febril ida y venida de personas que cantan el himno nacional una y otra vez. Cientos de manifestantes que formaron parte de la llamada revolución de los jazmines han iniciado, además, una marcha -la "caravana de la libertad"- desde Menzel Bouzaiane a la capital para exigir la salida de los jefes de Gobierno del antiguo régimen.
Un héroe destaca por encima de todos. Mohamed Bouazizi, el hombre de 26 años que se inmoló en Sidi Buozid y que prendió la mecha del alzamiento. Se ven montajes fotográficos en los que aparece su rostro sobre un cuerpo vestido con el traje de gala presidencial. "Señor presidente", se escribe en una pancarta que porta uno de los miles de tunecinos. Hay otros hombres perseguidos y aclamados, estos vivos. Son los periodistas de Al Jazeera, que apenas pueden dar un paso delante de su hotel. Los abrazan, les dan palmadas, y les cantan, de nuevo, de esto no se cansan nunca, el himno de Túnez.
No faltan los familiares, tristes, de víctimas de la revuelta que empezó el 17 de diciembre en Sidi Bouzid, una perdida ciudad del centro de Túnez. Pero hoy manda la alegría y el espíritu reivindicativo, aunque no olvidan que su lucha no ha terminado. Un grupo de personas se agolpa ante el escaparate de la librería Al Kitab. La dueña explica que no vende ninguna novedad editorial. Pero el asombro de los curiosos es patente. Observan los libros prohibidos: biografías del ex presidente Burghiba, la historia del régimen de Ben Ali y sus fechorías...
Caricaturistas muestran sus creaciones alusivas a la dictadura -el sátrapa Zine el Abidine Ben Ali junto a una vaca, que es Túnez, y que ordeña su esposa, la odiada Leila Trabelsi-, los taxistas exigen mejoras laborales, e incluso la policía, que reprimía a los manifestantes hace solo una semana, trata de congraciarse con los ciudadanos, que discuten, acaloradamente, con un oficial de uniforme pero sin señal alguna de agresividad. "La policía dice no a la dictadura", "el pueblo ha liberado a la policía", son lemas escritos en una chapa metálica que protege la entrada de un hotel. "La policía quiere lavar su imagen", comenta un ingeniero. Los agentes, en su inmensa mayoría de paisano y con una cinta roja en el antebrazo, otros haciendo sonar el claxon de sus vehículos o a bordo de de motos, exigen el derecho a crear un sindicato, mejoras salariales -su sueldo es de unos 200 euros al mes- y echan pestes del inspector jefe Ali Mansur. "Nos decía que éramos unos insectos, y que jodieran a nuestras madres. Es un perro". "Solo obedecíamos órdenes. Ahora necesitamos protección", comenta uno de ellos. "Nosotros también hemos sido víctimas del régimen", añade.
En los grupos de gente que se arremolinan en torno a un orador, que a la fuerza es novato, se discute de todo. "Este está diciendo que el lunes hay que volver al trabajo porque la actividad económica no puede detenerse, pero anima a que la gente se organice en sus puestos de trabajo para que también se mantenga la presión en las calles con el fin de hacer caer a este Gobierno", traduce Hassan. En otro corrillo se alzan pequeñas pancartas que demandan un régimen parlamentario y no presidencial.
En otra fila de hombres y mujeres se enseña la foto de uno de los fallecidos en la revuelta, y explican en cartulinas blancas alguno de los atropellos de los prebostes del régimen derrocado. "La señora Aghebi, presidenta de la Asociación de Madres de Túnez, llevaba niñas a los ministros". Sencillo saber para qué. "Ahmed Fria, el día que fuiste nombrado murieron 26 personas", destaca en un papel, en lengua árabe, aludiendo al ministro del Interior.
La indignación nunca desaparecerá, y queda muchísimo trabajo por hacer para que esta revuelta democrática llegue a buen puerto. Sin embargo, los tunecinos se liberan paso a paso del trauma. No se acordarán de nada, de un día tan señalado, los dos borrachos que se caen encima del alambre de espino que rodea la sede del Ministerio del Interior. Los soldados ayudan a levantarlos. Mañana curarán sus heridas.
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