El pantano de Calderón
El presidente mexicano lanzó una guerra contra el crimen que no ha sabido administrar
En enero, el presidente Felipe Calderón pidió al cuerpo diplomático mexicano que trabajara para cambiar la imagen de México en el mundo, deteriorada por tres años interminables de guerra contra el narcotráfico. En febrero, su Gobierno envió cartas a las agencias de relaciones públicas en el mundo para preguntar a quiénes les interesaría un contrato para hacer esa defensa. En marzo, la peor de sus pesadillas sucedió: tres personas vinculadas con el Consulado de Estados Unidos en México se convirtieron en objetivos de sicarios en Ciudad Juárez. Adiós al discurso de Calderón de que en esta guerra las víctimas civiles son "daños colaterales"; los tres fueron perseguidos por las calles de esa ciudad fronteriza y los ejecutaron.
El presidente Barack Obama reaccionó con indignación y el presidente Calderón con susto. La tardía respuesta del Gobierno ante los desastres naturales en Haití y Chile contrastó con la rápida reacción de la cancillería mexicana para expresar su repudio por los hechos en la frontera norte del país. Calderón, que lleva semanas afirmando que Ciudad Juárez sería el proyecto piloto para restaurar la confianza en las instituciones y llevar la paz a sus calles, quedó atrapado en su propia contradicción al haber convertido la lucha contra el narcotráfico en la esencia de su Gobierno y el puerto de su destino.
¿Cómo le va a hacer Calderón para cambiar una imagen que él mismo, su equipo en la casa presidencial de Los Pinos y los conflictos dentro del gabinete que se encarga de la guerra contra el narcotráfico han generado? A Calderón le entregaron un búmeran al arrancar su Gobierno y nadie tuvo el cuidado de decirle que al ser lanzado, iba a regresar. Lanzó la guerra contra el narcotráfico y cuando le regresó por la espalda, nadie le dijo que se quitara, o que cabeceara para que no lo golpeara, o que volteara, lo tomara una vez más y lo lanzara nuevamente.
Para entender el pantano en el que se encuentra, hay que revisar varias cosas. De manera esquemática, pueden ubicarse en tres tiempos:
1.- Calderón declaró la guerra contra el narcotráfico porque le daba rédito político, no por diseño programático; él deseaba enfocarse en infraestructura y su lucha estaba dirigida a los monopolios, no a los cárteles de la droga. Sus asesores le dijeron que le daba popularidad y le daría la legitimidad que no obtuvo en las urnas en 2006, cuando al menos una tercera parte del electorado creyó que su triunfo en la elección presidencial fue fraudulenta.
Calderón siguió el libreto que tenían los presidentes del PRI para consolidarse en el poder. Carlos Salinas, que también llegó a la Presidencia bajo la sombra de fraude electoral, se ganó la legitimidad a los 41 días de gobernar con un golpe de mano contra el poderoso sindicato petrolero. Ernesto Zedillo, sumido en una crisis financiera que estalló a los 19 días de asumir la Presidencia, lanzó una cortina de humo: perseguir a la familia Salinas y meter a la cárcel al hermano mayor de su antecesor por un homicidio, que dijo el juez que lo liberó años después, no cometió.
Pero la experiencia perversa de los equipos de Salinas y Zedillo es muy diferente al equipo de los improvisados asesores de Calderón en Los Pinos, quienes lo convencieron de que el camino más rápido hacia la legitimidad era la guerra contra el narcotráfico, sin detenerse a pensar cuándo y cómo, una vez resuelta, se saldrían del pantano en el que se metían. Peor aún, todavía no se dan cuenta. Desde que comenzó la guerra contra el narcotráfico en diciembre de 2006, el mensaje oficial ha sido, por lo menos, disfuncional.
2.- Desde que comenzó su cruzada, el equipo de Calderón decidió que ese sería el mensaje central del Presidente. Calderón insistió que la guerra era de verdad, y que las cosas no solamente estaban mal, sino que se pondrían peor. Para reforzar la palabra la Presidencia utilizó los tiempos de que dispone el gobierno en la televisión para difundir, con una frecuencia sorprendente, spots mostrando a personas que acababan de ser arrestadas acusadas de ser criminales.
Pero los spots, jurídicamente hablando, violan la ley. En México, nadie es culpable hasta que se demuestre lo contrario; en el caso de los spots todos eran culpables hasta que se demostrara su inocencia, como ha sucedido con algunos a quienes no se les han podido probar los delitos que la Presidencia les adjudicó. Teóricamente, hasta demandas por difamación podrían existir en contra del presidente.
Igualmente, vistos desde el ángulo de la propaganda, los spots son una apología del delito. El formato permanente es mostrar a uno o varios presuntos delincuentes, identificándolos como criminales o narcotraficantes. Se les muestra detrás de cerros de dinero que les fue decomisado junto con sus armas de alto calibre, pistolas con cachas de oro, plata y diamantes, al lado de mujeres -algunas muy hermosas- mexicanas y extranjeras, e imágenes de sus vehículos -por ejemplo Mercedes Benz, Lamborghini y Hummers-. No se necesita estudiar ciencia espacial para entender que en un país donde cada año hay 250 mil jóvenes aproximadamente que no tienen acceso a las universidades ni al mercado laboral, ese tipo de mensajes parecen invitarlos a una especie de bolsa de trabajo del mal.
3.- El descrédito de su equipo parte en buena medida de la batalla que empezó el ex procurador Eduardo Medina Mora contra el secretario de Seguridad Pública Federal, Genaro García Luna, arquitecto de la guerra contra las drogas. Relegado en la estrategia por su colega de gabinete, Medina Mora avaló que su equipo comenzara una campaña de medios, con informaciones parciales, mentiras o investigaciones en curso -lo cual es ilegal-, que construyeron la imagen de un García Luna corrupto y ligado al narco. Esa imagen es una percepción generalizada y un costo político creciente para el presidente Calderón por no destituirlo.
El daño que hizo Medina Mora al espíritu de cuerpo gubernamental y a la solidez de las instituciones no fue castigado. De alguna manera lo premiaron al enviarlo como embajador en el Reino Unido, una de las representaciones más importantes de México en el mundo. ¿Cómo espera Calderón cambiar la imagen de México con ese tipo de actitudes y errores estratégicos? Más aún, la pregunta es si se habrá dado cuenta de la secuencia de fallas que ha tenido en la administración de esta guerra. Por su proceder, él no, pero fuera de la casa presidencial, hay mayor conciencia.
Desobedeciendo las instrucciones de la casa presidencial, se han retirado spots para radio y televisión en el norte del país, y cada vez hay más dudas sobre el objetivo primario de utilidad política que inspira a Calderón.
Es decir, a la falta de consenso nacional sobre su estrategia y a la creciente crítica desde el exterior, se le añade la fisura dentro de su gobierno. Calderón y su equipo se están quedando solos. Cuando pidió a los diplomáticos que defendieran la imagen en el exterior, algunos se preguntaban con cuáles herramientas. No las puede dar Calderón ni su equipo en Los Pinos. Se metieron en un pantano donde cada vez que quieren salir, se hunden más. Y tampoco parecen darse cuenta.
Raimundo Riva Palacio es director del portal www.ejecentral.com.mx.
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