Un día en Moravia
Este barrio de Medellín es mezcla de un pasado marcado por la basura y la unión de sus habitantes, una comunidad de líderes decididos que ha construido lo que hoy es
Es un lunes cualquiera de verano. Un día soleado. Es la segunda vez que quien esto escribe se encuentra aquí, en Moravia, ansiosa por conocer más de este emblemático lugar. Curioso es que una paisa de nacimiento, residente en Medellín (Colombia) desde hace 21 años, desconozca los orígenes del lugar que siempre contempla a través de los ventanales del metro, al llegar a la estación Caribe.
Así, conocer Moravia te convierte en niña otra vez. Todo es como nuevo y sorprendente a través de sus ojos, de sus habitantes. Es imposible no contagiarse de las risas de los niños que corren felices hacía sus escuelas por la mañana temprano, o cuando, de pronto, detienen su “maratón”, emocionados al ver que los visitantes, extranjeros para ellos, llegan hasta aquí para conocer su montaña de plantas.
Cuando se camina por Moravia, resulta inevitable llegar hasta las escaleras de madera, hechas por las manos de sus habitantes. Parecen infinitas, pero conducen a la cima. Es allí donde comienza la magia, esa que surge ante lo desconocido y fascinante. A medida que se avanza por los peldaños, se puede observar ese pequeño mundo de flores multicolor que evoca el espíritu y la personalidad de los lugareños.
Al terminar de ascender y tras las pausas en el camino —el cuerpo, afectado por el fuerte sol, lo exige— se encuentra con una obra de arte hecha de basura: vidrios, latas, plásticos, cartón, y demás, que antes formaban parte de su realidad cotidiana (sí, esto era un estercolero), y que hoy les recuerda a sus amigos, a su primer amor, al crecimiento de sus hijos o incluso a lo que la violencia les arrebató.
“Para nosotras es un sueño poder apostarle a la paz y a la convivencia”, asegura una jardinera
El morro de Moravia, basurero para los ciudadanos y esperanza para los desplazados, quienes —luego de ser despojados de sus fincas, casas y todas sus pertenencias en distintos pueblos de Antioquia y hasta del Chocó— lograron construir aquí un hogar, crear una familia y pertenecer a una comunidad que lograría años después trasformar cada deshecho en una flor.
Jardineras
Mi objetivo era hablar con Ana Lucía, una de las pioneras de la Corporación de Jardineras, Cojardicom. Líder ambiental y habitante de Moravia desde hace 20 años. Es una mujer amante de su trabajo y de la trasformación de "su" Moravia. Sincera, luchadora, “una berraca”, como dicen en Antioquia. Es de tez morena, tal vez quemada por el sol, de quien trabaja en la tierra. Lleva el cabello recogido y una “diadema” sencilla como ella, su piel limpia, ojos color miel, llenos de esperanza y alegría. Lleva puesta la camiseta de la Corporación, un legging de color azul claro y unas sandalias llenas de tierra al igual que los dedos de sus pies.
“Para nosotras es un sueño poder apostarle a la paz y a la convivencia. Tener un espacio para el disfrute de encuentros culturales y ambientales. Es fascinante que los niños puedan aprender en el morro de las plantas y las mariposas y ser promotoras de una pedagogía práctica”, asegura Ana Lucía en nombre de todas las jardineras.
Caminar por el morro es contagiarse de sus culturas, su carisma, sus flores y grafitis
Esta mañana, Ana Lucía se encuentra con cuatro mujeres de diferentes edades y acentos, pero unidas por una historia en torno a Moravia y las Jardineras. Charlan sobre su fin de semana mientras siembran, riegan y reubican plantas, e incluso levantan bultos de unos 40 kilos.
Quien esto escribe se sienta en un banquito a verlas, a admirar un trabajo que parece simple pero que es digno de respeto y admiración; a reconocer las caras detrás de esa obra de arte admirada desde lo lejos, desde el metro. Está ansiosa, esperando a que sean las 9 de la mañana, hora del desayuno. En un momento dado sueltan sus herramientas y se acercan a ella para invitarla.
El ambiente es muy pintoresco y cálido. Resulta entretenido oír la forma en que algunas se expresan, sus conversaciones sobre relaciones, trabajo, hijos y hasta borracheras. Al cabo de unos minutos se queda a solas con Elsy Torraglosa, en el cuarto donde guardan sus herramientas, y donde se disponen a desayunar. Elsy saca de su bolso un taco de galletas y un chocolate casero y empieza a hablar. Evidentemente, su origen no es paisa, se trata de una de las desplazadas del Chocó. Sencilla, amable y humilde; de piel morena, cabello castaño oscuro y acento sabrosón. Cuenta que es madre cabeza de familia, y vive en Moravia desde hace 26 años. Una “rebuscadora” que ha trabajado en “todo”, pues ha tenido tiendas, ha viajado en busca de nuevas oportunidades e, inclusive, vendiendo productos del exterior. En Moravia formó y vio crecer a sus hijos quienes ahora son profesionales, consiguió su hogar, perdió a su hermana en épocas de conflicto armado y ahora le apuesta a su profesión como jardinera y líder comunitaria.
Los caminos de Moravia
Caminar por el morro y sus alrededores es contagiarse de sus culturas, su carisma, sus flores y grafitis. En la cima del morro todo es tranquilidad, un lugar propicio para entrar en contacto con la naturaleza y para disfrutar del silencio, desconocido para todos aquellos que viven en otros barrios de la ciudad. Desde allá arriba y detrás de lo que parece ser solo flores, se puede observar todo el occidente de Medellín, el metro, las rutas de buses, el Hospital Pablo Tobón Uribe, la Terminal del Norte, y demás. Pareciera como sí por un momento fuera posible quitarle el sonido a la ciudad, y solo mirarla, contemplarla.
En la mañana se pueden observar las personas en el parque jugando cartas, dominó o tomándose un tinto; se observan a otros tertuliando; hay niños por todas partes, y personas que salen hacia sus trabajos. Pasan las horas, y a las dos y media de la tarde el flujo del barrio crece. Es como si fuera la mejor hora para salir. Todas las calles están ambientadas con música de todo tipo, se puede pasar de escuchar reggaeton a salsa; las personas sacan sus muebles a las aceras para comadrear con sus vecinos. Las calles rebosan de negocios comerciales, pollerías, comidas rápidas, tiendas en exceso. “Tiendas del peluquero”, charcuterías y demás, comienzan a abrir sus puertas; y los jóvenes en moto empiezan a pasearse por las calles, aumentando el ruido.
Moravia es la mezcla de un pasado marcado por la basura y los olores fétidos que provocaba el olvido en que se encontraba y la unión de una comunidad de líderes que ha construido todo lo que es este barrio hoy: un lugar marcado por su historia pero también por la perseverancia y una cultura arrolladora. Moravia es esperanza, ellos son las flores que crecen y se fortalecen.
Este reportaje, así como los dos mencionados bajo estas líneas, fueron realizados en el marco del taller de periodismo de desarrollo impartido por Planeta Futuro (Lola Huete Machado) en la Universidad EAFIT de Medellín, dentro del programa Agenda Global, organizado por la Agencia de Cooperación e Inversión (ACI), en Medellín, en agosto pasado.
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