¿Qué debe hacer Turquía?
El Gobierno de Ankara tiene que realizar un esfuerzo estratégico interior y con sus vecinos
El atentado del martes en Estambul pone una vez más de manifiesto el complejo entramado al que se enfrenta Turquía. A nivel interno, acaba de experimentar un periodo de gran convulsión política. En los últimos seis meses, el país ha vivido dos elecciones, ante la imposibilidad de formar Gobierno tras las primeras. Se ha intensificado el enfrentamiento con los kurdos, después de dos años de tregua entre el PKK (Partido de los Trabajadores de Kurdistán) y el Gobierno de Erdogan, y recientemente se han dado algunos episodios de violencia especialmente graves.
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Hacia el exterior, el conflicto sirio le propone grandes desafíos. Este mes se reunirá el Grupo Internacional de Apoyo a Siria, que agrupa tanto amigos como adversarios. Ejemplo de los últimos son Irán y Arabia Saudí, como han vuelto a demostrar los últimos acontecimientos; pero también Turquía y Rusia, cuya enemistad se ha agravado tras el derribo de un avión ruso por parte de Turquía. Moscú empieza a comprobar las grandes dificultades de su activa participación en Oriente Próximo. Su empeño de fortalecer a Al Assad le enfrenta con quienes pretenden debilitarlo. Turquía, miembro de la OTAN, es uno de ellos, y uno muy importante.
Turquía pretende, además, evitar la consolidación de los grupos kurdos de Siria, especialmente del Partido de la Unión Democrática (PYD), muy cercano al PKK. Esta intención genera fricciones con uno de sus aliados tradicionales, Estados Unidos, que considera a los kurdos las únicas fuerzas que han podido hacer frente al Estado Islámico. La nueva hostilidad de Ankara con el PKK juega en su contra en las negociaciones de paz en Siria.
En sus relaciones con la Unión Europea, Turquía parece vivir un momento esperanzador. La urgencia de los europeos por resolver la cuestión de los refugiados ha abierto la puerta para retomar una negociación que parecía agotada. Incluso se ha llegado a hablar de una posible relación “privilegiada” de la UE con Turquía, a pesar de que el último informe de la Comisión Europea sobre las negociaciones de ampliación indica un “retroceso significativo” en la garantía de algunos derechos fundamentales y pide la reanudación del proceso de paz con los kurdos. También hay esperanza en la cuestión de Chipre que, durante años, ha obstaculizado las negociaciones con la UE. En mayo se iniciaron de nuevo las conversaciones para reunificar el país y los pasos que dé el presidente Erdogan, que controla el norte de la isla, son decisivos para acabar con esta división.
Sin embargo, aunque la crisis de los refugiados acerca a los países europeos a Turquía, acabar con el Estado Islámico —una cuestión de máxima prioridad— requiere negociar con Moscú.
Las tensiones con Rusia, además de poner en una difícil situación a sus aliados occidentales, han perjudicado la posición de Turquía en Siria. Tras el derribo del avión, Rusia ha equipado a sus aviones con misiles aire-aire, lo que dificulta la capacidad de Turquía para defender su espacio aéreo y para mantener bajo su influencia la frontera noroeste de Siria, un enclave que considera fundamental para limitar la extensión del PYD al oeste del río Éufrates.
Ante todos estos elementos, Turquía debe reflexionar sobre su postura. No puede arriesgarse a ser percibido como un país donde las libertades fundamentales son tibiamente respetadas y alejarse de sus aspiraciones europeas. La mejora de las relaciones con los kurdos y la colaboración en las conversaciones de Chipre le mantendrán como un aliado fundamental de los países europeos y Estados Unidos. En la región de Oriente Próximo, sus decisiones pueden implicar un paso adelante o un freno en el proceso de solución.
Ankara se encuentra ante una tela de araña, de la que podría salir con mayor facilidad adoptando un enfoque estratégico: aprovechar el acercamiento de la UE, entender la importancia de una rápida estabilización en Siria y clarificar, de una vez, su contribución a la lucha contra el Estado Islámico. Igual que, inteligentemente, ha recuperado las relaciones con Israel tras años de dificultades, no es impensable que pudiera haber un acercamiento entre Rusia y Turquía. Y esto facilitaría la resolución del resto de cuestiones que se ven agravadas por el conflicto sirio.
Javier Solana es distinguished fellow en la Brookings Institution y presidente de ESADEgeo, el Centro de Economía y Geopolítica Global de ESADE.
© Project Syndicate, 2015
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