Arriesgar la vida para escapar de la muerte
De los más de 950.000 migrantes que han llegado a Europa en lo que va de año, casi la mitad proceden de Siria huyendo de un destino fatal
Lo primero que me llama la atención es su cara traviesa, en la que destacan unos ojos verdes expresivos, vivos, sonrientes.
Estamos en el aparcamiento de un motel en el norte de Serbia, muy cerca de la frontera con Croacia. Es la última parada antes de llegar al tren que cruzará a miles de migrantes y refugiados, en su mayoría sirios, afganos e iraquíes, al país vecino. Y de ahí, quién sabe. Seguirán su largo periplo hasta llegar al destino soñado: Suecia, Suiza, Alemania, Bélgica…
La veo pasar varias veces porque a pesar de su corta edad no para quieta. Se llama Aileen y tiene 20 meses. Y la mayor parte de su vida la ha pasado como migrante.
Sus padres tuvieron que huir de Siria debido al conflicto, y lograron establecerse en Turquía. Pero allí no pudieron quedarse mucho tiempo porque Masoud, el padre, no encontraba trabajo estable. “Trabajaba durante dos meses, luego un tiempo sin nada…”, nos cuenta, hasta que decidieron regresar a Siria.
La violencia en el país les obligó a huir de nuevo. Cuando les conozco en Serbia, a finales de noviembre, llevan una semana de travesía. Siria, Turquía, Grecia, antigua República Yugoslava de Macedonia, Serbia. Siguiente etapa: Croacia. Destino soñado: Suiza, donde ya tienen familiares que pueden ayudarles.
Es el periplo habitual de los miles de migrantes que dejan sus países de origen empujados por la guerra o la pobreza, con la esperanza de encontrar un futuro mejor para ellos y para sus hijos. Este Día Internacional del Migrante es testigo de la mayor crisis migratoria desde la II Guerra Mundial. De los más de 950.000 que han llegado a Europa en lo que va de año, casi la mitad proceden de Siria.
Igual que la pequeña Aileen, su hermana Rosine, de ocho meses, y sus padres, Masoud e Iman. Su historia es parecida a la de las decenas de familias de migrantes y refugiados con las que hablo en Serbia. Una situación insostenible en Siria, una huida larga y peligrosa, y un sueño: asentarse en Europa.
Uno de cada tres migrantes ahogados en el mar Mediterráneo era un niño
Por el camino, que pudieron emprender tras pedir un préstamo, todo son dificultades: “tuvimos problemas y perdimos el dinero”, recuerda Iman. La huida se hace más complicada todavía cuando se va con niños: ellos y los bebés son uno de los grupos más vulnerables identificados por Unicef (junto con los niños con discapacidad, los que quedan atrás por falta de recursos, los que se pierden y los que viajan no acompañados). Y uno de cada cuatro refugiados y migrantes que ha llegado a Europa es un niño.
“Teníamos miedo por si a las niñas les pasaba algo por el camino”, confiesa Iman. Ellas, ajenas a todo, nos sonríen desde los brazos de sus padres. Estos, sin embargo, todavía reflejan el miedo en sus miradas. La peor parte de la huida, la travesía para cruzar el Egeo en bote desde Turquía hasta las costas griegas. “Compramos el billete a nuestra muerte”, asegura Iman. “Pero era la única forma de escapar de una muerte segura en Siria”.
Es lo que repiten todos los migrantes y refugiados con los que me cruzo en la frontera de Serbia con la antigua República Yugoslava de Macedonia: el miedo colectivo de todos los que salen de las costas turcas en un bote atestado, sin saber si alcanzarán la orilla griega sanos y salvos.
Muchos no lo han conseguido. Uno de cada tres ahogados en el mar Mediterráneo era un niño.
Pequeños como Aileen y Rosine, que de momento no volverán a su país. “Quizá dentro de 100 años Siria volverá a ser como antes. Incluso antes de la guerra, había paz pero éramos pobres”, nos cuentan Masoud e Iman. “Sabemos que en Europa es diferente y se preocuparán por nuestras hijas”. Tal vez logren llegar a Suiza y luchar por ese futuro mejor para su familia.
Belén Ruiz-Ocaña es miembro de Unicef en Serbia.
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