Cuando el sexo ya no es tabú: el ‘reset’ de Playboy
Un icono del erotismo tiene que desandar lo andado para sobrevivir
En los tiempos de Internet, el sexo ya no es tabú. El erotismo, expresado en forma de desnudo femenino más o menos artístico, está de retirada, barrido por una pornografía descarnadamente explícita que está al alcance de cualquiera. En este nuevo escenario, la revista Playboy, icono del erotismo durante más de sesenta años, se ve obligada a hacer un reset para sobrevivir. Y, paradojas de la vida, ese reset consistirá en desandar lo andado: a partir de marzo, ya no exhibirá más mujeres desnudas en sus páginas. Seguirá ofreciendo imágenes de actrices y modelos famosas, por supuesto, presentadas de forma sensual y seductora, por supuesto, pero vestidas.
Cuando Hugh Hefner creó la revista en 1953, el desnudo femenino era una provocación. La revista tenía un fuerte componente de ruptura con una sociedad remilgada y puritana que en Estados Unidos estaba ya en declive y que en Europa saltaría definitivamente por los aires con la revolución cultural de mayo del 68. Playboy se convirtió en el símbolo de la revolución sexual de los felices sesenta, pero una revolución destinada exclusivamente a los hombres y con mirada de hombre. A las feministas, que preconizaban otro tipo de revolución sexual, nunca les gustó, porque no dejaba de ser una liberación basada en la utilización del cuerpo de la mujer como objeto de deseo. Y como objeto de comercio. Pero el mercado demostró que la fórmula, basada en una atrevida combinación de desnudos y artículos en profundidad, tenía recorrido.
Su apuesta por una nueva forma de entretenimiento para hombres, basada en “una filosofía y un modo de entender la vida”, conectó muy bien con el prototipo de masculinidad expansiva que estaba triunfando. Esos hombres seguros de sí mismos, inteligentes, ambiciosos, consumidores compulsivos de éxito, que aman la cultura o por lo menos practican un cierto esnobismo, y que buscan en las mujeres el amor, pero sobre todo un cuerpo bello del que disfrutar. Una masculinidad y unas relaciones como las que tan magistralmente describe James Salter en su novela Todo lo que hay. Sus lectores tenían coartada: además de conejitas, en la revista había también artículos interesantes, de modo que los 50.000 ejemplares de la tirada inicial pronto quedaron atrás. En 1972 llegó a 7 millones de ejemplares. Y el merchandising que generaba se convirtió en una máquina de hacer beneficios.
Pero poco a poco el erotismo ha dejado de ser un gancho. La sensibilidad ha cambiado. Y aunque sigue vendiendo 800.000 ejemplares, se impone un viraje. El sexo ya no es un tabú que romper. Ya no hay misterio. El péndulo está oscilando hacia el otro lado. Se ha banalizado tanto el sexo, el desnudo se ha vuelto tan omnipresente y tan prosaico, que más bien hay necesidad de poner un velo, de acentuar lo que el sexo puede tener de descubrimiento, de aventura sentimental. Vuelve cierto aire de romanticismo como reacción a unos patrones sexuales excesivamente fríos y cosificadores. En este nuevo contexto, insinuar, sugerir, estimular la imaginación, puede resultar más atractivo que mostrar. En eso parece estar ahora Playboy. Veremos cómo le va.
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