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‘Borgen’, el arte de la política-ficción

La serie danesa se ha convertido en una guía utópica de la capacidad de pactar en política por el bien común

Guillermo Altares
La protagonista de la serie 'Borgen'.
La protagonista de la serie 'Borgen'.

Una de las virtudes de las grandes ficciones es que son capaces de leer el futuro. Estrenada en 2010, la serie Borgen relata la historia de una primera ministra danesa que llega al poder después de encabezar una coalición imposible, cosa que ocurrió un año más tarde, cuando Helle Thorning-Schmidt formó el primer Gobierno socialdemócrata en una década al frente de cuatro partidos diferentes y que se enfrenta a unas difíciles elecciones el próximo 18 de junio, que encara con las encuestas en contra. La ficción también cuenta cómo una líder de este mismo país escandinavo es capaz de enfrentarse a los gigantes económicos, cosa que está ocurriendo ahora mismo: la inspiración para el personaje de Birgitte Nyborg –interpretada por la actriz danesa Sidse Babett Knudsen– es la comisaria europea de la Competencia, Margrethe Vestager, que se ha convertido en el gran dolor de cabeza en Bruselas para multinacionales como Google o Gazpron. Borgen también se ha impuesto como una guía, casi utópica, de la capacidad de pactar que deberían demostrar los políticos en nombre de algo más importante que el poder: el bien común. Tras los resultados de las elecciones municipales y autonómicas españolas, la capacidad de anticipación de la serie danesa puede ser más útil que nunca como manual para alcanzar alianzas inéditas.

Cruzando las líneas entre realidad y ficción, la serie ha unido los destinos de estas tres mujeres, que pertenecen a la misma generación y que viven en uno de los países más igualitarios del mundo. Aunque es la única de las tres que no se dedica a la política, Sidse Babett Knudsen, nacida en 1968, ha tenido que responder más de una vez en ruedas de prensa a complejas preguntas sobre la actualidad, dirigidas a su personaje más a que ella. Como se escucha en la serie, se expresa perfectamente en inglés (con impecable acento británico) y francés (puro parisino). Pese a ello, aunque se ha convertido en una estrella tras el éxito internacional de Borgen, todavía no se ha lanzado a una carrera fuera de Dinamarca.

Helle Thorning- Schmidt, primera ministra de Dinamarca.
Helle Thorning- Schmidt, primera ministra de Dinamarca.Reuters

Al igual que le ocurre a la primera ministra protagonista de la serie, Helle Thorning-Schmidt (1966) se ha pasado cuatro años haciendo equilibrios para mantenerse en el Gobierno, ha superado las críticas por su selfie con Obama en mitad del funeral de Mandela, ha logrado aprobar proyectos ambiciosos –el último, una serie de medidas para insuflar vida a las ciudades más pequeñas– y, lo que es más extraordinario, acabar la legislatura con un partido menos en su coalición y 61 escaños sobre 179. El 18 de junio tendrá que enfrentarse a elecciones que los sondeos indican que puede perder. Su imagen llorando durante el funeral de las víctimas de los atentados de Copenhague de febrero se ha convertido en el símbolo del dolor y la dignidad de toda una nación frente a la violencia irracional.

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La comisaria que reemplazó a Joaquín Almunia, Margrethe Vestager (1968), no ha dejado de ocupar los titulares las últimas semanas tras las procesos que ha abierto en Bruselas contra grandes compañías. El creador de Borgen, Adam Price, reconoció que esta política centrista, liberal en lo económico aunque profundamente defensora del Estado del bienestar escandinavo y de la integración de los inmigrantes, había sido la inspiración para el personaje de la primera ministra Nyborg. Ha sido ministra en varias carteras, entre ellas Economía, y viceprimera ministra, obviamente, siempre de gobiernos de coalición que mezclaban partidos de casi todo el espectro político. En eso, como en tantas otros aspectos de Borgen, se unen la realidad y ficción: en Dinamarca no hay otra forma de formar gobiernos porque la última mayoría absoluta fue en 1901.

Borgen es el apodo que recibe el palacio de Christiansborg, emplazado en la isla de Slotsholmen. Situado casi en el centro geográfico de Copenhague, simboliza el poder en Dinamarca desde el siglo XII. El actual palacio, lleno siempre de turistas que se mezclan con los periodistas y con los ministros, jueces y políticos que llegan en bici, es un majestuoso edificio de principios del siglo XX. Aquí están la oficina del primer ministro; pero también el Parlamento y el Tribunal Supremo. Sin embargo, sólo los exteriores se rodaron en Christiansborg. Los pasillos de Borgen por los que transita Birgitte Nyborg, tratando siempre que la coalición que la apoya no se derrumbe mientras saca adelante su programa político que tiene que discutir a paso a paso con sus aliados, son en realidad los del Ayuntamiento, Radhuset, otro de los edificios emblemáticos de la capital. En Borgen, las cámaras están prohibidas salvo las de la prensa.

Presidente de series

Natalia Marcos

La política ha inundado la ficción televisiva en los últimos años. Desde la ya emblemática El ala oeste de la Casa Blanca hasta House of Cards, con su cuarta temporada ya confirmada para 2016, las series tratan de mostrar la cara b de la política y los tejemanejes de los hombres y mujeres que están en el poder.

En 1999, Martin Sheen se metía en la piel de Josiah Bartlet por primera vez para protagonizar El ala oeste de la Casa Blanca, una de las series que mejor ha retratado lo que se cuece en los despachos de Washington. Mucho más reciente, y muy lejano a las formas de Bartlet, es Frank Underwood, el maquiavélico político al que da vida Kevin Spacey en House of Cards. A Underwood (y señora) nada se le pone por delante cuando se trata de llegar a su objetivo: sentarse en el Despacho Oval.

Un tono muy diferente es el que tiene Scandal. La serie, creada por la reina del placer culpable televisivo Shonda Rhimes, sigue las andanzas de Olivia Pope (Kerry Washington), una solucionadora de problemas que cuenta en su historial amoroso con una relación con el presidente Fitzgerald Grant (Tony Goldwyn). En clave de comedia, Veep también se ambienta en los pasillos de la Casa Blanca, con la humorista Julia Louis-Dreyfus dando vida a la peculiar política Selina Meyer. Mientras, en España seguimos a la espera de que una serie se adentre en los pasillos del poder.

"Es obviamente ficción y hay mucha idealización, pero refleja el sistema político danés", explica el vicealcalde de Copenhague, Morten Kabell. Que se pueda llegar hasta su despacho, en el corazón del Ayuntamiento, sin que nadie detenga al visitante ni le pregunte nada mientras deambula por los pasillos del imponente edificio que parece un palacio, demuestra hasta qué punto es relajada la relación entre políticos y ciudadanos en este país. "La serie contiene una verdad profunda sobre Dinamarca: vivimos en un país en el que nunca hay mayorías claras, pero tampoco hay bloqueos", prosigue este político, encargado de Medio Ambiente dentro de la coalición de centroizquierda –él representa la parte más a la izquierda– que gobierna la capital danesa. Morten Kabell asegura que la visión de Borgen –cuyas tres temporadas se emiten íntegras en Canal Plus Yomvi– siempre le producía una extraña sensación de desconcierto porque reconocía los escenarios como los despachos de sus colegas y los pasillos que recorre cada día. Sin embargo, como muchos daneses primero y muchos otros europeos después, se enganchó a una serie que junto a The Killing o El puente se ha convertido en un símbolo de la pujanza de las ficciones de la televisión pública danesa.

Quizás su éxito se deba a la defensa de la política como forma de tratar de cambiar la sociedad para mejor, buscando siempre incluir antes que excluir y construir consensos antes que bloqueos. Un veterano periodista danés explica por su parte: "Borgen representa una vieja tradición en este país: desde hace muchos años ningún partido ha tenido el poder total. Es una forma de hacer política. Ha habido gobiernos de centroizquierda y de centroderecha, pero casi siempre formados por muchos partidos que buscaban un espacio común de entendimiento". Estas tres mujeres simbolizan una lección política que debería ser tan exportable a la realidad como su versión en la ficción.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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