La última batalla contra la polio
Si el 24 de julio no se han declarado nuevos casos, Nigeria se habrá librado de esta enfermedad y supondrá su erradicación de África
En Dambatta, en el norte de Nigeria, hoy es día de vacunación. Zainab Sari, Aisha Ismael y Muria Shehu, tres mujeres armadas con un plano, un listado de casas y una pequeña nevera portátil, recorren las calles del pueblo en busca de niños. Hace dos años un brote de poliomielitis afectó a tres pequeños en esta misma zona. Es, por tanto, un punto caliente, de máxima prioridad. La escena se repite durante cuatro días en todas las ciudades y pueblos de Nigeria, en las grandes aglomeraciones y en los rincones más alejados, para vacunar a todos los niños menores de cinco años del país, nada menos que 57 millones. Un esfuerzo inconmensurable que moviliza al menos cuatro veces al año a cientos de miles de trabajadores y voluntarios, pero un esfuerzo que vale la pena: hace 10 meses que no hay ningún caso nuevo de polio en Nigeria y la erradicación de toda África de esta peligrosa e incurable enfermedad está a punto de ser una realidad.
Vacas famélicas cruzan la carretera de tierra. Mientras el sur de Nigeria se beneficia de los dividendos del petróleo que ha convertido al país en la primera potencia económica de África y en Abuya, la capital, autopistas de tres carriles rodean a las modernas sedes de los grandes bancos donde circulan miles de millones de euros, el norte languidece de hambre. En cada semáforo de Kano, la segunda ciudad en población, capital septentrional, jóvenes harapientos y mendigos asedian a los automovilistas en busca de unas migajas. En este contexto de pobreza, falta de infraestructuras y, sobre todo, de higiene, se ha hecho fuerte el virus de la polio, esa enfermedad que durante décadas ha dejado un rastro de muerte y parálisis en la parte más desgraciada del mundo.
La calle de tierra está llena de basura. Un grupo de niños juega junto a una acequia llena de aguas fecales, plásticos y todo tipo de desperdicios, situada junto a la escuela coránica Islamiyaa II de Dambatta. El equipo de inmunización llega a la casa de Ahmadu Ahmat, un venerable anciano que nada más verlas aparecer en su puerta las amenaza con un palo. “¡Fuera! ¡Fuera de aquí!”, grita muy enfadado. Oficialmente, el rechazo a la vacunación es del 0,7%, pero en realidad es superior: son los llamados niños perdidos, que son escondidos por sus padres durante las campañas, una cifra que llega al 9% de los pequeños. Zainab Sari, hija de uno de los líderes tradicionales se encarga de intentar luchar contra el rechazo. “Les explicamos que la vacuna es segura, pero si incluso así se niegan las autoridades les convocan para tratar de convencerles. Y casi siempre lo consiguen”, asegura.
¿A qué se debe este rechazo? El rumor de que la inmunización es en realidad un plan secreto de Occidente con la complicidad del Gobierno para esterilizar a los niños del norte, que todo es una estratagema en contra de los musulmanes, ha corrido como la pólvora. En 2003, líderes religiosos y políticos de Kano, Zamfara y Katsina lograron interrumpir la vacunación alegando que se estaba inoculando a los niños agentes de infertilidad, así como el SIDA y el cáncer, todo ello como parte de una iniciativa de Occidente a partir de la guerra de Irak. Una gran mentira que caló.
La vacunación es la clave y el 99% de la población ya lo ha interiorizado Nasir Mohamed, coordinador del Centro de Operaciones de Emergencia de Kano
En hausa, el idioma mayoritario en el norte de Nigeria, las personas mayores suelen referirse a la polio con la expresión “shan inna”, que literalmente significa espíritu que devora las extremidades, una concepción mágico-religiosa que también está en el origen del rechazo a la inmunización. Otro de los problemas es la debilidad del Estado en esta zona. “¿Por qué vacunan a los niños cinco o seis veces al año cuando tenemos problemas mucho más acuciantes, no tenemos agua corriente ni electricidad ni saneamiento, y otras enfermedades como la diarrea o la malaria matan mucho más? ¿Por qué se preocupan tanto por este tema cuando nunca han hecho nada por nosotros?”, se preguntan. Esta es, al menos, una duda razonable.
Ahmadu Mussa, por ejemplo, nunca permitió que vacunaran a sus hijos. El pasado 24 de julio, el más pequeño de ellos, Issa Ahmadu, se despertó ardiendo de fiebre. “No podía moverse, así que lo llevamos al centro de salud”, asegura Kanduwa, su madre. Lo primero que pensaron fue que se trataba de la malaria, una enfermedad demasiado habitual en este pueblo de Rimi así como en toda la zona. Le dieron medicamentos y lo mandaron para casa. Sólo unas horas después, Issa, de 15 meses, ya estaba completamente paralizado. El virus de la polio había penetrado en su cuerpo. Issa mejoró y puede caminar, pero se le ha quedado inútil la mano derecha, una secuela que le acompañará de por vida. Su padre lo mira y lo mira y lo mira otra vez. “Me arrepiento tanto de no haberlo vacunado”. Es el último caso conocido que se produjo en Nigeria.
El problema de esta enfermedad es que es tan contagiosa que un solo niño infectado basta para declarar una epidemia. Se calcula que por cada caso hay otros 200 también afectados, aunque no manifiesten la parálisis porque han sido inmunizados o porque su organismo es capaz de enfrentarse al virus. Por eso la vacunación es fundamental y no se escatiman esfuerzos a la hora de convencer a la población de su importancia. Con todo, el avance que se ha logrado es espectacular porque las resistencias se han ido venciendo y la mayor parte de la población lo acepta y entiende.
Abubacar Muhamed es maestro ya jubilado. “La polio es muy perjudicial, conozco mucha gente que la ha sufrido, que no puede caminar”, asegura. Cada vez que ve llegar a los vacunadores, busca a Moctar, su hijo de cuatro años, para que reciba su dosis. “Sé que hay gente que lo rechaza, pero se equivocan. La vacuna ha funcionado en todo el mundo, ¿por qué Nigeria iba a ser distinta?”, se pregunta.
El problema de esta enfermedad es que es tan contagiosa, que basta un solo caso para declarar una epidemia
Tiene razón Muhamed. El mundo está en el camino de derrotar a la polio (en 1988 había 350.000 casos frente a los 416 de 2013) y podría convertirse en unos años en la segunda enfermedad humana erradicada por el hombre, tras la viruela en 1979. Aunque la transmisión natural de la enfermedad se sigue produciendo en tres países, Afganistán, Pakistán y Nigeria, el país africano es el que está más cerca ahora mismo de acabar con la polio. En 2014 sólo hubo seis casos, el último de ellos Issa Ahmadu el 24 de julio. Al frente del combate está la Iniciativa para la Erradicación Mundial de la Polio, que surge en 1988 integrada por la Organización Mundial de la Salud, el Club Rotary Internacional, los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades, Unicef, USAID, la Fundación Bill y Melinda Gates y los gobiernos de los países afectados.
Sin embargo, para que Nigeria sea excluido de la lista de países endémicos tienen que darse dos condiciones. La primera es que haya pasado un año desde el último caso, lo que podría ocurrir el próximo 24 de julio. La segunda, que llevaría a una declaración oficial de erradicación tres años después, es que los sistemas de evaluación y seguimiento hagan creíble este dato. Y aquí la cosa se complica porque el conflicto que se vive en la zona noreste del país con el grupo terrorista Boko Haram ha puesto palos en las ruedas a las tareas de control y detección de la enfermedad (como muestra, uno de los dos laboratorios con que cuenta el país se encuentra en Maiduguri y ha tenido que cerrar) y ha provocado que la mitad de los niños menores de cinco años de los estados de Borno y Yobe no hayan recibido ningún tipo de vacuna desde hace más de un año.
Boko Haram dificulta la erradicación
Y es que los equipos de inmunización han sido objeto de la violencia en la que está sumida el norte del país a causa del grupo terrorista Boko Haram, que combate no sólo la educación sino todo aquello que identifican con Occidente. En 2012 nueve vacunadores y sensibilizadores fueron asesinados en Kano y el riesgo de que algo parecido suceda en el noreste, donde aún existen bolsas de resistencia de miembros de esta secta radical, es muy elevado, por lo que los voluntarios llevan a cabo una inmunización muy limitada y parcial, siempre atentos a cualquier atisbo de peligro. Por ello, todos los niños desplazados o refugiados en otros países, como Chad, Níger o Camerún, reciben también la inmunización.
“Incluso así, con todos los problemas, estamos cerca del final”, asegura Nasir Mohamed, coordinador del Centro de Operaciones de Emergencia de Kano. "La vacunación es la clave y el 99% de la población ya lo ha interiorizado. Estamos optimistas de que podemos sacar a Nigeria de la lista de países endémicos este año". La estructura nacional de lucha contra la polio, que se ha puesto en marcha a partir del ejemplo de la India, está contribuyendo también a combatir otras enfermedades y fue la columna vertebral sobre la que se apoyó el Gobierno para hacer frente a la crisis generada por la introducción del ébola en el país en 2014. Contar con voluntarios, sensibilizadores y vacunadores en todos los rincones del país permitió llevar a cabo un amplio seguimiento de contactos y una eficaz detección precoz.
El virus de la polio, que se transmite a través de las heces, de persona a persona, ataca sobre todo a los menores de cinco años porque aprovecha la debilidad del sistema inmunitario a esa edad. Así que la lucha contra la malnutrición infantil forma parte de esta guerra declarada a la polio, porque un niño malnutrido es más propenso a contagiarse que un niño sano. En el Centro de Gestión de la Malnutrición Aguda de Badume, financiado por Unicef, no queda un asiento libre. Decenas de madres llevan a sus niños para que los pesen y les den el Plumpy Nut, un refuerzo proteínico que puede suponer la diferencia entre la vida y la muerte. Sobre una población de 80.000 personas, hay unos 1.500 niños con malnutrición aguda. Ado Haruna tiene dos años y tres meses y sólo pesa 5,6 kilos. El problema es que no es un caso raro.
En un intento de dar respuesta a esas necesidades básicas y eliminar el rechazo a la inmunización en el seno de una comunidad, el Club Rotary hace de mediador entre la población y las autoridades. “Cuando en un pueblo nos dicen que no tienen agua, tratamos de conseguir la financiación para construir un pozo. O regalamos incubadoras para el hospital local. O compramos un generador para el centro de salud”, asegura Anwalu Mohamed Yakasai, responsable del programa de polio del Club Rotary de Kano, para quien “el rechazo está claramente ligado a la pobreza”.
El 20 de abril, la pequeña Fadila Aminu abrió por primera vez los ojos en el barrio de Yan Gwarzo Kyalli de la localidad de Bichi. Hoy se celebra su bautismo, una ceremonia a la que están invitados todos los niños del vecindario. Y allí se presentan también los vacunadores “porque es una oportunidad más para inmunizar a los niños”. Y así, siempre atentos a que no se rompa la cadena de frío de las vacunas, dispuestos a recorrer kilómetros para ir allí donde están los pequeños, sorteando el rechazo de una parte de la población, con la complicidad y el trabajo de organismos internacionales públicos y privados, Nigeria está a punto de conseguirlo. “Esto es como una carrera y estamos en la última curva, cansados y viendo la cinta de meta. Toca apretar los dientes y recorrer los últimos metros”, asegura Bilyamim Zubairu, coordinador del programa de polio en Dambatta. "Vamos casa por casa e implicamos a todos, porque el éxito, cuando llegue será de todos y de nadie en concreto".
Los supervivientes ayudan a entender la enfermedad
“Al principio fue la pierna izquierda, pero luego me afectó a ambas. Nunca pude caminar, pero siempre tuve la esperanza de casarme”. Sabuwa Mohamed, de 25 años, se desplaza por el pueblo de Bichi en una bicicleta adaptada llevando a la pequeña Fatima, de dos, siempre con ella. “Es mi tercer hijo, me casé con 14 años. Criarlos ha sido un desafío y he necesitado ayuda, pero lo he conseguido”, explica. Como muchos otros afectados por la polio, Sabuwa se dedica a la costura, pero también destina parte de su tiempo a la sensibilización durante las campañas de inmunización. “Mis niños han recibido todos la vacuna”, concluye sin un ápice de duda.
Haruma Ibrahim, de 57 años, ha aprendido a caminar con las manos, apoyado en una especie de tacos de madera. Desde abajo, el mundo se ve con resignación. “Siempre me han aceptado como soy. Cuando era niño fue difícil, no podía correr ni jugar como los otros, pero gracias a mi fe en Dios he conseguido salir adelante”. Como Sabuwa, está empeñado en conseguir que, dentro de unos años, la polio sea solo un recuerdo del pasado. “Durante las campañas de vacunación salgo con mis libros —muestra un cómic que muestra los riesgos de la polio— y no permito que ningún niño quede sin vacunar”.
Se acerca cojeando. Yusuf Garba, de 42 años, se acuerda de cuando perdió la movilidad en la pierna izquierda. “Tenía unos seis años. Pasé toda la noche con fiebre muy alta, muy débil. Al día siguiente no podía mover ninguna de las dos piernas”. Después de ir al hospital recuperó la derecha. “Me puse muy triste, ya no podría jugar más al fútbol”, dice. Ahora trabaja como mecánico de motocicletas y consigue mantener a su mujer y sus dos hijos. “No me pierdo ni una sola campaña de vacunación, si mi ejemplo sirve para prevenir esta enfermedad, me siento útil. A los padres les digo que tienen que evitar que a sus hijos les pase lo que me ocurrió a mí”.
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