Salvar vidas con muy poco
En ocasiones, evitar muertes de recién nacidos es más barato que no hacerlo. En un hospital de la República Dominicana han reducido la mortalidad sin aumentar los medios
La lucha por la salud y los avances médicos suelen ser costosos, pero salvar vidas sale en ocasiones más barato que no hacerlo. Porque en muchos lugares del mundo, disminuir la mortalidad, especialmente la infantil, se puede lograr de forma espectacular con muy poco. En el hospital Antonio Musa, de San Pedro de Macorís (República Dominicana) la redujeron a la tercera parte en solo unos años con algunas soluciones tan sencillas como uso de guantes, lavado de manos, cambio de ropa en las parturientas y esterilización de materiales, entre otras. Y no solo evitaron fallecimientos, sino que les salieron las cuentas: cada infección de un neonato requería unos tratamientos que suponían una media de 200.000 pesos (casi 3.900 euros), según los responsables del hospital. Con ese dinero pueden comprar ciertos materiales para atender partos durante todo un año.
Todo empezó en 2007, con un plan de acción de la mano de Unicef que sirvió para identificar todas las debilidades del recinto sanitario en materia de mortalidad infantil e infecciones durante el parto. Y se dieron cuenta de que eran muchas, algunas de ellas sorprendentes. Las salas de maternidad no estaban restringidas, los equipos desechables se reusaban, no se utilizaban jabones antisépticos, el personal sanitario salía a la calle con la ropa con la que atendía el alumbramiento y no contaba con una formación suficiente, se empleaban las mismas tijeras para la episotomía y para cortar el cordón umbilical, los suelos estaban sucios y eran una fuente de infecciones, los grifos para que los médicos se lavasen las manos no disponían de un pedal de accionado, con lo que tenían que tocar la manivela tras el enjuague… Pueden parecer errores de principiante, pero se cometían en un centro hospitalario y hoy día son muchos, en países en desarrollo, los que caen en estos mismos errores por no proceder a una identificación sistemática para erradicarlos.
En 2007, 34 niños murieron en la maternidad del hospital. En 2009, cuando se comenzaron a implementar las medidas más simples, fueron 22. Hoy esta última cifra se ha reducido a la mitad y hace más de cuatro años que ningún bebé fallece por una infección gracias a estas medidas y otras más complejas. Los responsables del Antonio Musa cuentan todas estas mejoras con la humildad de quien ha aprendido a hacer las cosas y bien y con la ambición del que quiere seguir avanzando. El hospital está dentro de un programa de Unicef que lo cataloga como “amigo de la niñez”, que les distingue por sus buenas prácticas, al tiempo que les conmina a ser pionero en el país y ejemplo para el resto de los centros sanitarios.
Después de aplicar estas medidas aparentemente sencillas, pero que requirieron todo un cambio de procesos y de mentalidad, se pusieron a trabajar en otras más complicadas. El ginecólogo Silvio Thomas Anderson explica cómo dieron una vuelta a la burocracia para que estuviera al servicio de las embarazadas: “Antes, para el primer control, la mujer tenía que venir, pedir cita y que le atendieran días después. Hoy en la primera visita ya se va con el primer chequeo y los análisis hechos, con una primera orientación para lo que serán los nueve meses de gestación”. Este detalle de saltarse una visita al hospital, que puede parecer una simple comodidad para los usuarios del sistema, es mucho más en un lugar como San Pedro de Macorís, con un núcleo urbano pequeño que atiende las necesidades de decenas de asentamientos cuyos habitantes tardan, en ocasiones, horas en llegar. Puede suponer la diferencia entre que la futura madre esté monitorizada y asesorada de la mejor forma o que no vuelva nunca por el hospital hasta el día que tenga que parir.
Cada infección de un neonato costaba casi 3.900 euros en tratamientos. Con ese dinero se pueden comprar materiales para atender al parto durante un año
Una de las pruebas que realizan por sistema a las embarazadas es la del VIH sida. Si se siguen los pasos correctos, las probabilidades de que el hijo nazca con la enfermedad son muy bajas. Para ello, lo primero es detectarla, algo que sucede en el 1% de los casos que analizan en el hospital. Y una vez más, les dan los resultados de la prueba el mismo día. “De lo contrario, por miedo o vergüenza, muchas veces no vuelven”, asegura Anderson.
En los casos de seropositivas, nada más conocer los resultados, les brindan atención psicológica. Allí hay voluntarias que han vivido la misma situación y se presentan como ejemplo de que se puede hacer una vida normal con el virus, de que no es el fin del mundo. Gloria Sander, de 55 años, es la consejera más veterana. “Les explico que me contagié hace 14 años y que con el tratamiento adecuado se sale adelante, pero muchas no me creen, me dicen que simplemente les cuento eso para tranquilizarlas”, relata. Poco a poco, se va ganando la confianza de las mujeres, les da una tarjeta con su teléfono para que la puedan localizar a cualquier hora y le planteen todas sus dudas y le asesora sobre cómo lidiar con la situación. “A veces no se lo quieren decir a su pareja, pero aquí les explicamos que es mejor que él lo sepa para que también se haga las pruebas y para que tomen las precauciones necesarias. También les tenemos que dejar muy claro, que, aunque se haya detectado la enfermedad en ellas, no quiere decir que sea la mujer la que lo ha contagiado al hombre; lo más frecuente es lo contrario”, dice recordando la experiencia con su marido, que no quería creer que él era el primer portador. En la época en la que Sander se contagió no había una consejera par como ella que le asesorase, se limitaron a darle las pruebas en un sobre.
Las asesoras no siempre consiguen calmarlas del todo, pero al menos ayudan a asimilar la noticia. El siguiente paso, irrenunciable, es comenzar el tratamiento antirretroviral. Se hace en el mismo momento. Y, acto seguido, se programa una cesárea para la 38ª semana de gestación. Es la forma más efectiva de evitar el contagio, aunque para lograr implantarlo, el hospital también tuvo que hacer una labor pedagógica con los propios médicos; muchos creían que por este procedimiento se podían contagiar ellos. Siguiendo los protocolos adecuados, el riesgo es ínfimo. También para los niños, que al nacer se bañan y reciben un tratamiento retroviral de seis semanas. Las cifras muestran el éxito del protocolo: el año pasado nacieron 82 niños de madres portadoras del virus. Ninguno se contagió.
Medidas tan básicas como guantes, limpieza de manos y cambios de ropas pueden marcar la diferencia entre la vida y la muerte
Un reto no menor que la lucha contra el sida es la supervivencia de los prematuros. El hospital ha sido testigo de “milagritos de 800 gramos”, como los califica Ramón Darío Domínguez, pediatra del hospital y responsable del programa mamá canguro. Consiste en sustituir, en la medida de lo posible, la incubadora por el propio cuerpo de los padres, que proveen calor al recién nacido. Es un método que se comenzó a aplicar en los setenta en América Latina por la falta de medios y se basa en tres componentes: control termal, de alimento y la posibilidad de una respuesta inmediata ante complicaciones. A través de una faja de tela, la criatura permanece pegado a los progenitores, piel a piel. Así recibe en su casa de San Pedro Juanita Santana, de 29 años, que carga con la pequeña Esteisy. No es mucho peso: está recuperando gramos después de nacer con algo menos de un kilo y medio. Tras cuatro días en la incubadora y 14 en el hospital, se la llevaron a casa para seguir cuidándola con este método. Nelson Esteban, el padre de la criatura, que trabajan como chiripero, como llaman en la República Dominicana a quien se gana la vida con pequeños empleos informales, también colabora un par de horas al día pegando el bebé a su cuerpo.
Todos los días durante la primera semana, semanalmente el primer mes y cada semestre después, acudirán al hospital para que el doctor Domínguez examine todos los parámetros corporales del niño y compruebe que gana peso de la forma adecuada. Para ello, según cuenta, es fundamental alimentar al bebé con leche materna y complementar la dieta con aceite de coco. Las madres acuden a una especie de aula donde se les instruye sobre los cuidados y resuelven dudas para sacar adelante a sus hijos.
El doctor Domínguez asegura que desde que implantaron este programa las ganancias de peso y la salud de los bebé han mejorado exponencialmente. Todo con algo tan barato como la piel de los propios padres.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.