Carlos Sainz, el jefe del desierto
Protagonista de épicos triunfos y amargas derrotas, mantiene en la veteranía la ilusión del que empieza a rodar. Fue el primer español en conquistar el Rally Dakar a bordo de un coche. Su sed de victoria sigue intacta.
Carlos Sainz llega a la cita algo tarde. Pero al volante. Todo un detalle. “Había muchísimo tráfico”, se escuda su compañero inseparable y representante, Juanjo Lacalle. Madrid les ha dado los buenos días con un sol radiante, impropio del mes de diciembre. Pero ellos, cosas de la profesión, se meten en el estudio, bajo los focos, dispuestos para una mañana de trabajo algo distinta. “Mira cómo quiere que salga en las fotos”, dice Sainz, divertido, cuando ve el sombrero que le ofrece el fotógrafo. Coqueto y clásico, un señor, el deportista y empresario se presenta como un pincel al encuentro: traje y corbata oscuros, camisa blanca, ni una arruga. Y como un pincel posa ante la cámara. Tocado con sombrero. Con ese aire de chulapo madrileño que anda por la vida con las ideas claras y las cosas bien hechas. A su método, palabra que hilvana todo su discurso, le acompaña la confianza en sí mismo.
Aunque le cuesta desprenderse de esa imagen de tipo con mala suerte que le persigue por episodios como aquel por el que perdió un Mundial de rallies a 500 metros de la meta, Carlos Sainz siempre fue un ganador. Aquellos “trata de arrancarlo, Carlos” o “la cagamos, Luis” no se corresponden con la trayectoria de un triunfador. Y la suya lo es. Era todavía un adolescente cuando se convirtió en el primer campeón de España de squash –“Disputé incluso cuatro o cinco campeonatos de Europa”–, un deporte que, dice, le ha ayudado mucho en su pilotaje. “Es fantástico para el automovilismo. Los reflejos, la coordinación y la capacidad aeróbica son vitales. Los tantos son muy largos y tomas decisiones cuando ya estás muy cansado”, explica.
Pero no solo ha dedicado horas al squash. Además de acumular dos campeonatos del mundo de rallies y de ser el piloto que más pruebas ha disputado (196), jugó al fútbol y al tenis. Practicó motocross e incluso boxeo. Compartió jornadas de golf con su amigo Severiano Ballesteros. Y hoy, a sus 52 años, solo renuncia a las jornadas navideñas de esquí, en familia, por irse a sortear las dunas del desierto de Atacama. No en vano fue también el primer español en ganar el Dakar en coches.
Todo comenzó en un Seat Panda. Eran días en los que Sainz y Lacalle se turnaban al volante al tiempo que recorrían España. “Yo le hacía los tramos de enlace, lo complicado se lo dejaba a él. Cuando veía un poco de pendiente le decía: ‘Ahora lo llevas tú”, ríe Lacalle. Al final Carlos asumió el mando. ¿Por qué? “Porque era mucho mejor”, proclama el amigo. Es una de las personas que mejor conocen a quien se esconde tras el mono de piloto de carreras. Un hombre que admira al campeón no solo por sus éxitos, también por su capacidad de liderazgo y el respeto hacia todo lo que hace, por cómo profesionalizó el mundo de los rallies con su dedicación. “Antes, cuando todos los finlandeses se agarraban unas cogorzas tremendas, él venía de correr 10 kilómetros y se metía en el gimnasio del hotel. Los rallies eran más duros, con tramos más largos, y era importante la preparación física y cuidarse. No he visto a ningún finlandés hacer footing nunca”, decía Lacalle hace 10 años, cuando Sainz anunció su retirada. Tras él llegaron hombres como Petter Solberg o Sebastien Loeb, atletas de pies a cabeza. “Yo le di una vuelta más a lo que debía ser la preparación de un piloto de rallies. Empezamos a ser todos más profesionales. Y éramos más completos, en todos los sentidos. Quise cambiar las cosas porque creía que un campeón del mundo tenía que ir rápido en todos los terrenos. Cuando llegué al Mundial había especialistas: algunos iban bien en la nieve, otros sobre asfalto, otros en tierra… ¡Los latinos nunca corrían en Finlandia! Quise cambiarlo, y creo que lo conseguí”.
No quiere analizar el protagonista de esta historia qué le hacía tan buen piloto. “Sería vanidoso y pretencioso por mi parte”, apunta. Aunque sí explica por qué siempre se le destacó por su sensibilidad al volante, lo que le ha valido para seguir ejerciendo de probador de grandes marcas como Volkswagen. “Siempre pensé que si iba más cómodo con el coche, con el mismo esfuerzo mis tiempos serían mejores y ganaría más fácil. Por eso me preocupaba de trabajar con los ingenieros y el equipo para optimizar los medios que teníamos”. ¿Cómo le habla el coche? “Es cuestión de sensaciones. Y de trabajo. Hay que tener un método, un sistema. Y mucha dedicación, no tener horarios ni estar pendiente del reloj. Pasión, en definitiva”, añade. Y apunta que no ha cambiado en nada su manera de entender la competición.
A pesar de la imagen de tipo con mala suerte por perder un Mundial a 500 metros de la meta, siempre ha sido un ganador
Anunció su retirada de los rallies a pesar de encontrarse en un gran momento y de tener un contrato que le permitía seguir. “Tenía muy claro que quería retirarme cuando yo quisiese, no cuando quisieran los demás. Tenía más de 40 años y hasta gané a Loeb en el rally de Argentina. Nadie me invitaba a salir, pero yo quise tomar la decisión”. Lo hizo después de enterarse de que su hija pequeña, Ana, todavía no había aprendido a ir en bici. “Yo no estaba mucho en casa y ella era una de las pocas de entre todas sus amigas que no sabían ir en bici. No es más que una anécdota, pero aquello de alguna manera me tocó la fibra sensible. Lo primero que hice, claro, fue enseñarle”, recuerda.
En casa ya se han acostumbrado a sus idas y venidas. “Hacer el Dakar no es comparable con correr un Mundial de rallies. Mi mujer me conoce desde que tengo 18 años, ha vivido toda mi carrera deportiva. Y mis hijos también”. Claro que Reyes, su esposa, sigue preguntándole cada año por estas fechas por qué no se queda todas las Navidades en casa. “Sigue preguntando. Y también respetándome. Y sigue teniendo una paciencia de santa porque además ahora la ración es doble”, dice en referencia a su hijo Carlos, de 20 años, que el año que viene debutará en el Mundial de fórmula 1 como piloto del equipo Toro Rosso. “Entiendo que esté un poco cansada, aunque lo pasa mucho mejor con él que conmigo. Por mi propia experiencia sé que es diferente en la faceta de padre”.
Mientras Carlos, que ya no quiere ser Carletes ni Carlos Sainz Júnior, se prepara para su gran estreno este invierno, el otro Carlos, el padre, ultima los preparativos para volver a una carrera que le atrapó desde que la descubrió en África. Sube a un avión el 30 de diciembre, pasa la Nochevieja en Buenos Aires y empezará el año recorriendo Sudamérica.
–¿Qué le atrae tanto de esta prueba?
–Cuando acabé mi carrera en el Mundial de rallies quise ser el primer español en ganar el Dakar con un coche. Era mi objetivo. Me muevo mucho por retos, creo que son fundamentales en la vida. Además, el Dakar es una carrera que cuando la corres la primera vez te marca: o te gusta, o no te gusta. Si te gusta, te gusta mucho, y si no, no vuelves. A mí me gustó mucho. Los valores de la propia carrera, la preparación, reflejan mucho mi forma de entender la competición. Preparar una carrera que se corre una vez al año exige mucho método; son 14 días, y acondicionar un coche para que aguante toda la prueba es realmente difícil para una marca. Es un reto total para el coche, para los mecánicos, todo tiene que funcionar perfectamente. Me atrajo desde el primer momento y por eso lo sigo haciendo.
–¿Qué tiene para que, pese a resultar fatal (se suceden accidentes mortales cada año), atrape por igual a profesionales y aficionados?
–La gente también se mueve por retos. Y el del Dakar es un reto difícil, valiente. Para los no profesionales, solo estar ahí, en la salida, ya es un desafío.
–Los primeros años, aquel no era su mundo. ¿Cómo se ha ido enamorando de lo que hay después de las etapas, de las tertulias en el comedor o los baños prefabricados que no quería usar?
–Creo que era más lo que se decía que lo que ocurría en realidad. Hay mucha leyenda. Es cierto que cuando llegas nuevo a una prueba, y más si vienes de ser un piloto del Mundial de rallies que además ha ganado el Mundial, eres el foco de atención. Yo, además, me puse líder el primer día: quería ganar la primera etapa, y gané la primera y la segunda. Tenía mi forma de entender la carrera y de vivirla y era un poco diferente a lo que estaban acostumbrados. Eso no creo que haya cambiado mucho…
–¿Había cierto recelo?
–Recuerdo el primer año: yo salía a un ritmo… y decían: “Va a destrozar el coche”. Luego abandoné por un problema de embrague que no fue culpa mía y aquello fue… “¡ves, ha roto el coche!”. Pero era absolutamente falso, mi coche no tenía ni un arañazo, ni un golpe. Venía de fuera y cambié la manera de entender la carrera; con mi estrategia, tan distinta, iba primero, así que o espabilaban, o no seguían el ritmo. Pero yo me llevo bien con todos los pilotos del Dakar, hay más compañerismo que en ningún otro deporte de motor.
–El año pasado se le veía ya totalmente integrado.
–Es que dormir en una autocaravana marca más.
–¿Aprendió a moverse dentro de una tienda de campaña?
–Hasta que fui al Dakar yo solo había dormido en tienda de campaña de pequeño y en plan absolutamente divertido… Al final se trata de buscar los pequeños trucos para que esa vida te sea más cómoda. Es cuestión de habituarse, y con pequeñas modificaciones en tu rutina acabas acostumbrándote. Son 14 días, es poco tiempo, y el ser humano tiene la facultad de aclimatarse a las condiciones.
–¿Ha surcado ya suficientes dunas como para que no le engañen y quedarse atrapado?
–Las dunas le pueden pillar a cualquiera por sorpresa. Eso lo tengo claro. Igual que me puedo quedar yo, se pueden quedar Al Attiyah, Nani, Peterhansel… Depende un poco de la suerte. Como he dicho muchas veces, nadie ve a través de la arena, ni lleva un espejito para saber qué hay allá detrás.
–¿Le siguen diciendo sus colegas que corre demasiado?
–No, ahora corre todo el mundo igual.
Sainz quiere volver a ganar. Pero este año lo tiene crudo. Sigue apostando por vencer con un buggy, un vehículo con dos ruedas motrices, en lugar de un 4×4 como aquel Volkswagen Touareg con el que ganó en 2010. El proyecto con el que Peugeot vuelve a la competición le entusiasma, aunque cree que les ha faltado tiempo. “Este va a ser un año de descubrir muchas cosas, de paciencia, de llegar con humildad, como hay que llegar siempre al Dakar. Nos faltan otros seis meses de trabajo para llegar con garantías”.
Aun así, el Peugeot 2008 DKR, el modelo con el que toma la salida hoy desde Buenos Aires, parte de un concepto más ambicioso si se compara con el que corrió (y ganó etapas) el año anterior. “Este coche es un poco diferente. Han buscado hacer un dos ruedas motrices, pero adaptando esas cualidades lo mejor posible a los caminos, que es donde en el Dakar un buggy convencional pierde mucho tiempo en relación con los 4×4. El buggy, por su recorrido de suspensión, con sus grandes neumáticos y con su sistema de inflado y desinflado de las ruedas (sin necesidad de bajar del vehículo), se defiende y saca teóricamente algo de tiempo en el desierto y en los terrenos muy rotos, fuera de pistas; sin embargo, pierde en los caminos, y hemos tratado de buscar un concepto que se acerque más al 4×4 para que esa pérdida no sean tan grande. No es fácil”, resume el veterano corredor.
Es su próximo reto. Pero seguro que no es el último. Piloto profesional, empresario y propietario de un karting indoor en Las Rozas, probador de coches en sus ratos libres, asesor de las Fuerzas Armadas españolas y padre de tres criaturas –la mayor, Blanca, estudia en Boston; el chico, Carlos, está a punto de convertirse en una estrella del automovilismo, y la pequeña, Ana, hace 10 años que aprendió a ir en bici–, Sainz descarta volver a hacer campaña por la presidencia del Real Madrid, el equipo de su vida. Aunque seguirá yendo al Bernabéu siempre que pueda, siempre que se lo permitan sus compromisos y el calendario de la fórmula 1. Su hijo Carlos ya no le necesita como antes. “Cuando empezaba, con 10 años, muchas cosas que le decía le sonaban a chino. Tenía que darme cuenta de que le estaba hablando a un niño. Luego fui adaptando los consejos a la edad que tenía… Y así hasta hoy, donde ya no pinto nada. Tiene su espacio. Yo estoy ahí por si algún día necesita algo de El libro gordo de Petete”.
No le importaría volver a pasar un día entre soldados hablando de la dureza con la que le trata a uno el desierto, de los peligros del calor y la deshidratación. Y no sabe cuándo dejará definitivamente de ponerse al volante para levantar el polvo que le aguarda en caminos de Argentina, Bolivia o Chile. Tiene tres años de contrato, aunque se permite el gusto de decidir su futuro. “Cuando termine este Dakar veré qué tal he ido, si me he defendido bien, si soy competitivo, si me he encontrado bien físicamente… Yo el Dakar no lo corro más que por la pasión que tengo por las carreras”, concluye.
Hace rato que se ha quitado el sombrero y Carlos Sainz habla como si luciera la gorra que le protege del sol durante los días de carrera. La sesión de fotos ha sido un éxito. “Y eso que ni siquiera me habéis maquillado. Yo que creía que me disimularíais un poco las arrugas”.
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