Vacunas: una herramienta poderosa que debemos cuidar
Son una de las armas más poderosas contra las infecciones. Sin embargo, es importante recordar que su valor y su impacto están condicionados a que se utilicen allí donde hacen falta, de forma correcta y de manera continuada
Las vacunas han transformado la vida de las personas. Gracias a ellas hemos controlado y prevenido muchas enfermedades y, cada año, salvan más de 2,5 millones de vidas. Se han hecho progresos increíbles, pero todavía se puede hacer más: desde el desarrollo de nuevas vacunas, a la utilización optimizada y novedosa de las ya existentes o, algo que a menudo se olvida, mantener los niveles de vacunación adecuados para conseguir una protección continuada de la población.
Si nos centramos en este último aspecto, la percepción de la necesidad de vacunar por parte de la población varía. Ante una epidemia, el mundo pide a gritos disponer de inmediato de los productos idóneos para combatirla, controlarla y prevenirla, sin tener en cuenta que, en condiciones normales, el desarrollo de una vacuna nueva significa un enorme esfuerzo tanto del sector público como del privado en términos científicos, financieros y logísticos. Sin embargo, a medida que combatimos las enfermedades infecciosas de manera eficiente y la incidencia de casos declina, la gente tiende a olvidar lo que conlleva ese combate y que los peligros pueden volver a aparecer. ¿Por qué preocuparse tanto de algo que parece que ya no nos afecta? Es en este momento cuando pueden surgir, además, corrientes que de manera más o menos activa nos induzcan a rechazar las vacunas.
Y es que a menudo los avances pueden llegar a ser, en cierta medida, víctimas de su propio éxito. Las vacunas, como cualquier otro fármaco o producto biológico, no son completamente perfectas y pueden tener eventuales efectos secundarios menores que, aunque son aceptados por las autoridades sanitarias, a medida que desaparece la enfermedad y aumenta el sentimiento de seguridad son menos tolerados por la población. En ocasiones, se asocia una vacuna a una reacción adversa sin que exista ningún fundamento y ello puede llegar a ocasionar un retroceso en la lucha contra la enfermedad que se quiere prevenir. Si se deja de vacunar a parte de la población contra esa enfermedad, es muy posible que ésta reaparezca cuando ya se creía controlada o incluso que se extienda a países o regiones donde ya se había conseguido eliminar.
Un ejemplo de ello es el recrudecimiento en los últimos años de brotes de sarampión en varios países industrializados. Si analizamos los casos de sarampión en los Estados Unidos, observamos que la gran mayoría se dieron en individuos no vacunados. El sarampión, aunque muy controlado a nivel global, se da todavía en aquellas partes del mundo donde la vacunación es todavía deficiente, como en algunos países de África y Asia. Por ello, los viajeros que provienen de esos lugares pueden re-introducir la enfermedad en comunidades donde haya grupos de población no vacunados. Así, según datos del Departamento de Salud de Estados Unidos, en 2014 mucho de los casos registrados en el país fueron casos importados de Filipinas, mientras que en 2011, la mayoría de casos fueron importados de Francia, donde ese año se había producido un brote importante.
Las vacunas representan una de las armas más poderosas que tenemos a nuestro alcance contra las infecciones. Sin embargo, es importante recordar que su valor y su impacto están condicionados a que se utilicen allí donde hacen falta, de forma correcta y de manera continuada. Sin olvidar que la población se merece no solo disponer de las vacunas sino también de la información transparente, precisa y completa que les lleve a usarlas de una manera óptima.
Teresa Aguado es la antigua coordinadora de I+D de vacunas de la OMS. Actualmente ejerce de consultora en el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal).
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