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“Las injusticias con los niños remueven, dan rabia, impulsan a seguir”

La lucha por los derechos de los menores es el trabajo y la vida de la representante de Unicef en la República Dominicana

Pablo Linde
María Jesús Conde, responsable de Unicef en la República Domicana.
María Jesús Conde, responsable de Unicef en la República Domicana.Unicef

A María Jesús Conde las injusticias con los niños la “queman por dentro”. Y comprobar que muchas de ellas se podrían evitar con pocos recursos o simples decisiones políticas la reafirman en su compromiso. Vida y trabajo son uno para la representante de Unicef en la República Dominicana, donde la organización impulsa programas para rebajar una de las tasas de mortalidad infantil más altas de la región: 20 de cada 1.000 nacidos fallecen antes de su 28º día de vida.

Las muertes de los bebés con menos de un mes son injustas allí, entre otras cosas, porque la mayoría serían evitables de una forma relativamente sencilla. Bastaría seguir buenas prácticas y cumplir las normas sanitarias más básicas en los hospitales para que el 80% de ellos sobreviviera, según ha comprobado la propia Unicef. Pero la facilidad es solo relativa porque hay que concienciar, educar y poner mejores medios en una sanidad pública calamitosa. “Ver cosas así te remueve las entrañas, te da rabia, te impulsa a seguir”, asegura Conde.

Para ella, trabajar en Unicef era un sueño casi imposible de cumplir. Jurista de formación, su activismo le llevó a la dirección de Derechos Humanos en el Gobierno Vasco durante dos legislaturas. Recuerda este periodo como “intenso e interesantísimo”. “Teníamos que tratar con víctimas de ETA, pero también con familiares de terroristas. Tuve la suerte de trabajar con mucha libertad y creo que me gané el respeto de todos, de personas con las que estaba en las antípodas ideológicas. Mi labor consistía en beneficiar a la sociedad, trascender a los partidos”. relata.

Tras esta experiencia, ejerció un año como juez suplente en Euskadi, hasta que un amigo le avisó de unas pruebas para trabajar en Unicef. “Yo no conocía a nadie allí, era un proceso del que no tenía ni idea”, cuenta. Fue largo y tedioso. Iba superando entrevistas y una prueba tras otra hasta que, seis meses después de comenzar, la llamaron. Y ese sueño que le rondaba la cabeza y que parecía una utopía se cumplió.

Esto sucedió en el año 2000 y después de pasar por Colombia y Nicaragua, recaló en República Dominicana, donde además del programa para disminuir la mortalidad infantil, trabaja en otros para mejorar la educación, de protección contra la violencia (la sexual es especialmente preocupante) y para eliminar las pésimas condiciones de los adolescentes privados de libertad.

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Este último es uno de los problemas que Conde vive con más intensidad y “rabia”. Quizás por su pasado profesional, es una situación que le parece especialmente injusta. “A nadie les interesan estos jóvenes. Los gobiernos los dan por perdidos. En Colombia, por ejemplo, estaban mezclados quienes cometían un hurto con los que asesinaban. En la República Dominicana, los centros donde están recluidos son peores que las cárceles para adultos. No hay rastro de programas de inserción o educativos”, lamenta.

Con el convencimiento de que estos chavales merecen una segunda oportunidad, allá donde va lucha porque los gobiernos tomen conciencia de que el futuro de los niños, y también de estos jóvenes, es el futuro del país. “Pero muchas veces no interesa”, matiza. “En muchos países de Latinoamérica hay altas tasas de menores que no están registrados. Oficialmente no existen. Y quienes mandan prefieren que sigan así porque son extranjeros o porque si tuvieran derecho al voto, apoyarían otras opciones”, continúa.

Conde habla de su trabajo con tanto entusiasmo como solvencia. No se le escapa un dato, todo lo documenta y argumenta. Su discurso parece tener pocas fisuras. Porque su empleo, no hay que olvidarlo, es su vida. En un año y medio acabará su mandato en la República Dominicana y seguirá recorriendo el mundo en defensa de los principios de su organización. Reconoce que esto es posible porque no tiene familia que dependa de ella. ¿Alguien que trabaja tanto con niños no ha querido tener los suyos propios? “No”, responde convencida. “Puede parecer paradójico, pero no lo es. Trabajo desde la óptica de los derechos. Afortunadamente somos muchas mujeres con compromiso, vocación, con pasión y que no tenemos tal instinto maternal. Debemos reivindicarnos”, concluye.

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Sobre la firma

Pablo Linde
Escribe en EL PAÍS desde 2007 y está especializado en temas sanitarios y de salud. Ha cubierto la pandemia del coronavirus, escrito dos libros y ganado algunos premios en su área. Antes se dedicó varios años al periodismo local en Andalucía.

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