Jordi Cruz o el chef objeto
El posado del cocinero y jurado de 'MasterChef' desnudo de cintura para arriba señala un camino inexplorado para los de su profesión
Soy una de esas personas que se han quedado patidifusas por no decir anonadadas con la portada de Jordi Cruz en Men’s Health. Desnudo de cintura para arriba, el chef del Abac y jurado de MasterChef nos muestra en ella una tableta de chocolate abdominal, unos bíceps y unos pectorales a los que un servidor no se había enfrentado desde que vio 300.
Como hombre de mediana edad que va al gimnasio sin que los resultados se aprecien en su esmirriado cuerpo, mi primera reacción posterior al soponcio fue hostil. “Cómo se gusta este chico”, “qué creído se lo tiene”, “lo que hacen algunos para promocionarse”, “un cocinero de primera fila nunca saldría en una revista así”, y otros tópicos del resentimiento se agolparon en mi mente enloquecida por la envidia.
Tras la amargura llegó la negación: es todo Photoshop. Pero no. En uno de los intensos ejercicios de periodismo de investigación que me caracterizan, vi un vídeo de cómo se hizo la foto, y a no ser que la revista se haya gastado un dineral en efectos digitales, cosa que dudo, el cuerpo de Jordi es real. Pulido por el retoque, lustroso como una mesa a la que le acabas de pasar el Pronto, pero real.
Así que no me quedó más remedio que aceptar los hechos y tratar de entender por qué él sí y yo no. Dentro de un plan diseñado por la revista, Cruz se ha tirado cuatro meses entrenando dos horas al día con un preparador y siguiendo una dieta estricta. Ha perdido nueve kilos (de 79 a 70) y otros tantos centímetros de cintura, y su porcentaje de grasa corporal ha pasado del 20% al 11%. El chef asegura que estaba “gordito”, y ahora se siente eufórico. El éxito de la empresa ha sido tan rotundo que, a pesar de definirse como “tímido y reservado” (metan aquí sus risas), Jordi se ha prestado a enseñar al mundo su grecolatino six pack.
Tras una reflexión más sosegada, creo que el posado señala un camino inexplorado para los de su profesión. Desde que Foyot, cocinero del último rey de Francia, tuviera que ser enterrado en un ataúd especial porque no cabía en los normales, la imagen de los chefs ha sido la de unos bon vivants gordinflones, incapaces de resistir la tentación de la comida y, sobre todo, de la bebida. Y aunque las figuras se hayan estilizado en los últimos tiempos, la tripilla cervecera sigue imperando entre los hombres del oficio. Por eso la portada de Cruz podría ser más importante de lo que creemos al inaugurar un nuevo modelo: el cocinero cachas, el chef objeto o, por qué no, el gastroicono para musculocas.
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