Volverán los elogios
Zapatero ha hablado, ha aclarado sus planes, ha descifrado cuándo y por qué se va. Sensaciones cruzadas en el PSOE, pero también en el PP. Hace menos de un año esta frase habría sido un sacrilegio. Nadie se atrevía a toserle. Dentro del PSOE era intocable. Su poder era enorme, como nunca nadie había tenido. Su escudero, José Blanco, le había reconstruido la organización a su imagen y semejanza, sin sector crítico ni guerristas ni veteranos enmendándole la plana. Esas cosas internas no estaban en su mundo. Para ese trabajo sucio de callar barones, solventar disputas, depurar liderazgos molestos, y provocar renovaciones que siguieran la línea del líder estaba Blanco. Y después Leire Pajín, y ahora otra vez Blanco y Marcelino Iglesias.
La vida orgánica del PSOE nunca le interesó demasiado. Cumplía los encargos. Acudía a los mítines. Viajaba los fines de semana. Luego comenzó a interesarle lógicamente más la crisis, su gestión y digestión, y la lustrosa agenda internacional. Y se olvidó de sus alcaldes y de las provincias. Ahora cantan en el PSOE, como un mantra con el que parchear la presunta debacle del 22 de mayo, que España es mucho más que la almendra de la M-30 de Madrid. Y que sus tedetes de ultraderecha.
Todo cambió radicalmente cuando esos candidatos locales, los regidores en el poder y los príncipes autonómicos, constataron con datos y encuestas que ZP había dejado de ser una marca a favor . Que bufaba poco. Primero empezaron a contarlo en citas y comidas privadas, en sus escapadas a los cenáculos madrileños. Luego se atrevieron a filtrarlo en algunas entrevistas. Uno de esos pioneros fue José María Barreda. Aquello sentó muy mal en La Moncloa. En su entorno. Le reprocharon ese desmarque. Y vaticinaron que no llegaría solo a ningún puerto. Luego vinieron más y más barones y mensajes cada vez más directos. Hasta lo de esta semana, cuando el extremeño Guillermo Fernández Vara, que se la juega menos que otros por su tirón y por el bajo nivel del PP en su región, pidió casi en un mismo día que no se hablase de la hartura de la sucesión porque no interesaba a nadie, y avanzó su apoyo a corto plazo a Rubalcaba y a largo plazo a Carme Chacón.
Ahora, con el enigma resuelto, con el cuaderno ¿azul? al fin desplegado, con los teléfonos sonando cada día un poco menos, ¿qué será del pato cojo? Bajará como Bill Clinton a la lavandería, en este caso de Moncloa. Con quién verá los partidos los domingos. A qué empresarios afines citará. Con quién departirá por ese movil. Él sostiene que hay mucha vida después de los 50, que acaba de cumplir. Que no siempre se puede ni debe jugar en la NBA. Que puede volver a su tierra, León, con sus verdaderos amigos.
Y entonces sucederá el milagro. Pasará la descompresión y le llamarán para conferencias, charlas, premios y homenajes. Se valorarán sus logros, su impronta en las políticas sociales, su osadía y su coraje. Volverán los elogios. El PSOE resucitará su logo y ensalzará su registro. Y llegará un día, incluso con el PP de vuelta al poder, en el que escucharemos a Rajoy, a Arenas o incluso a Gil Lázaro, lanzarle algún piropo al que ahora descalifican como el peor presidente del Gobierno de la historia de España.
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